Pasa la Trinidad, vuelve lo trinitario
Preguntan en Japón: ¿Son politeístas ustedes? ¿Creen en tres divinidades masculinas, Padre, Hijo y Espíritu, y una femenina, la diosa María? ¿Son dioses como los del hinduísmo o sintoismo los santos y santas del retablo? Preguntas incómodas, pero tiene la culpa la evangelización hecha a base de catecismos de Trento, Ripalda o Pío X.
La palabra “Dios” es un indicador que señala camino (sin demostrarlo, ni ahorrarnos andar a oscuras)al encuentro del secreto de la vida.
“Padre-Abba” es una palabra-clave, que remite al origen radical, Vida de la vida. Se traduce como Padre y Madre, pero quiere decir más que padre y más que madre.
“Hijo” es palabra-clave para referirse al sentido de la vida de Jesús, rostro de Dios, imagen, presencia real y cercanía encarnada de Abba: filiación sin límites y fraternidad-sororidad sin fronteras.
“Espíritu” es palabra-clave, que expresa la riqueza de la presencia vivificadora del Dios todo en todo, en todos y en todas, en el río imprevisible de la historia y en la intimidad inefable de cada biografía.
Hablando “desde arriba hacia abajo” (como le gusta a la teología romana) se dice: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, con ecos de fórmula bautismal, vehículo de “la” fe en “la” Fuente dc la Vida-Abba, “la” Ruta del Amor-Jesús-Cristo y “la” Respiración de la Esperanza-Ruah. (¿Interpretarán algunos varones como discriminación positiva el uso de todos estos artículos de género femenino?). Fuente, río y mar, preferirán decir en poesía.
Hablando “desde abajo hacia arriba”, como las tradiciones orientales cristianas de antaño o las teologías de la liberación de hogaño, decimos: “En el Espíritu, por el Hijo al Padre”, justamente como quien se santigua al revés.
“Trinidad” es una palabra abstracta que esquematiza esta expresión de la fe y aleja la presencia divina a las alturas de dogmas, doctrinas y especulaciones ahumadas. Aunque se añada el adjetivo “santísima”, no se endereza el entuerto. Aún la hace más infumable la añadidura de “misterio”.
En vez del “Misterio de la Santísima Trinidad”, lo importante para creyentes es la experiencia histórica y biográfica del encuentro con “la” actividad vivificadora de “la” Fuente de la Vida, de “la” Ruta del Amor y de “la” Respiración de la espranza, que pacifica, alienta y reconcilia.
Pasa así la trinidad abstracta, pero retorna y se recupera lo trinitario concreto.
Pero conservaremos en el museo de familia (que eso son los catecismos) los recuerdos de aquella gigantomaquia intelectual que, desde Niceas a Trentos, pasando por Calcedonias y Lateranenses, jugó al ping-pong teológico, intercambiando raquetazos de “naturalezas”, “personas”, “esencias”, “propiedades”, “relaciones”, “sustancias”, etc. Como decía Unamuno, la única “sustancia” buena, el caldo del cocido...
Hoy no nos sirven esas nociones de escuela, pero vuelve a recuperarse y permanece la intuición profunda bajo la complejidad armónica de todas ellas, como en el mandala oriental o en el retablo medieval: unidad en la multiplicidad; no uniformidad, sino creatividad, comunión y donación mutua gratuita. Y liberar al secreto último de la vida de las etiquetas que lo encierran en términos de politeísmos, panteísmos, monoteísmos o agnosticismos.
Nota: Me he alimentado espiritualmente esta semana, preparando el domingo trinitario con la lectura de Raimon Panikkar,La Trinidad. Una experiencia humana primordial, Siruela,2004, tercera edición, y Teresa Forcades I Vila, La Trinitat, avui, Publicaciones de la Abadía de Monserrat, 2005. Pero si prefieren opiniones contrarias, las podrán encontrar, como de costumbre en la proliferación de diarrea mental, verborrea dogmática y libido loquendi del pseudo-blogger porteño que padece adicción a este blog, como pueden comprobar por sus impenitentes comentarios. Los dejaremos sin borrar, tzmbién esta vez, con perdón del resto del público, para más inri...
La palabra “Dios” es un indicador que señala camino (sin demostrarlo, ni ahorrarnos andar a oscuras)al encuentro del secreto de la vida.
“Padre-Abba” es una palabra-clave, que remite al origen radical, Vida de la vida. Se traduce como Padre y Madre, pero quiere decir más que padre y más que madre.
“Hijo” es palabra-clave para referirse al sentido de la vida de Jesús, rostro de Dios, imagen, presencia real y cercanía encarnada de Abba: filiación sin límites y fraternidad-sororidad sin fronteras.
“Espíritu” es palabra-clave, que expresa la riqueza de la presencia vivificadora del Dios todo en todo, en todos y en todas, en el río imprevisible de la historia y en la intimidad inefable de cada biografía.
Hablando “desde arriba hacia abajo” (como le gusta a la teología romana) se dice: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, con ecos de fórmula bautismal, vehículo de “la” fe en “la” Fuente dc la Vida-Abba, “la” Ruta del Amor-Jesús-Cristo y “la” Respiración de la Esperanza-Ruah. (¿Interpretarán algunos varones como discriminación positiva el uso de todos estos artículos de género femenino?). Fuente, río y mar, preferirán decir en poesía.
Hablando “desde abajo hacia arriba”, como las tradiciones orientales cristianas de antaño o las teologías de la liberación de hogaño, decimos: “En el Espíritu, por el Hijo al Padre”, justamente como quien se santigua al revés.
“Trinidad” es una palabra abstracta que esquematiza esta expresión de la fe y aleja la presencia divina a las alturas de dogmas, doctrinas y especulaciones ahumadas. Aunque se añada el adjetivo “santísima”, no se endereza el entuerto. Aún la hace más infumable la añadidura de “misterio”.
En vez del “Misterio de la Santísima Trinidad”, lo importante para creyentes es la experiencia histórica y biográfica del encuentro con “la” actividad vivificadora de “la” Fuente de la Vida, de “la” Ruta del Amor y de “la” Respiración de la espranza, que pacifica, alienta y reconcilia.
Pasa así la trinidad abstracta, pero retorna y se recupera lo trinitario concreto.
Pero conservaremos en el museo de familia (que eso son los catecismos) los recuerdos de aquella gigantomaquia intelectual que, desde Niceas a Trentos, pasando por Calcedonias y Lateranenses, jugó al ping-pong teológico, intercambiando raquetazos de “naturalezas”, “personas”, “esencias”, “propiedades”, “relaciones”, “sustancias”, etc. Como decía Unamuno, la única “sustancia” buena, el caldo del cocido...
Hoy no nos sirven esas nociones de escuela, pero vuelve a recuperarse y permanece la intuición profunda bajo la complejidad armónica de todas ellas, como en el mandala oriental o en el retablo medieval: unidad en la multiplicidad; no uniformidad, sino creatividad, comunión y donación mutua gratuita. Y liberar al secreto último de la vida de las etiquetas que lo encierran en términos de politeísmos, panteísmos, monoteísmos o agnosticismos.
Nota: Me he alimentado espiritualmente esta semana, preparando el domingo trinitario con la lectura de Raimon Panikkar,La Trinidad. Una experiencia humana primordial, Siruela,2004, tercera edición, y Teresa Forcades I Vila, La Trinitat, avui, Publicaciones de la Abadía de Monserrat, 2005. Pero si prefieren opiniones contrarias, las podrán encontrar, como de costumbre en la proliferación de diarrea mental, verborrea dogmática y libido loquendi del pseudo-blogger porteño que padece adicción a este blog, como pueden comprobar por sus impenitentes comentarios. Los dejaremos sin borrar, tzmbién esta vez, con perdón del resto del público, para más inri...