Reinterpretar el sueño de José 2

Podemos leer el pasaje del evangelio según Mateo sobre el sueño de José a la luz de las experiencias que tenemos de lo que es el fiarse y el desconfiar: la confianza y la duda en las relaciones humanas, aun entre personas que se quieren mucho.

Me lo contaron en un grupo de compartir fe y vida, cuando leíamos juntos en la comunidad de base el evangelio sobre las dudas de José. El caso es real. Le había ocurrido a una pareja perteneciente a dicha comunidad. A la vuelta de un largo viaje del marido, había pasado la pareja una semana juntos. Y, al cabo de una semana, de nuevo sale de viaje de temporada larga el marido. Pasado un tiempo le anuncia por teléfono su mujer la noticia: está embarazada. Se alegra, pero en el momento siguiente le asalta una duda. ¿Y si no fuera suyo? Imposible no es; había estado en casa con su mujer unos días, pero... Se siente molesto consigo mismo por su duda y se despierta a medianoche soñando con la hija que vendrá... Pasaron los días, nació la hija, resulta que era vivo retrato del padre en nariz y ojos. No se le ocurrió pedir pruebas de ADN. Pero se sintió mal, decía, por haber dudado...

Cuando Celestino (nombre ficticio) nos contó este ejemplo, su pusieron a hablar las personas del grupo muy animadamente sobre el fiarse y el desconfiar. Yo escuchaba callado aprendiendo de ellos y ellas. El tema se llevó todo el rato. Cuando se mezclan la confianza y la duda en el seno de una relación de mucho cariño, cuesta salir de la duda, si se hace a base de pedir pruebas y dar pruebas, que siempre dejan algún resquicio para nuevas dudas. Por eso es tan rico el simbolismo de que a José le tenga que decir la verdad un sueño y que sea precisamente en esa especie de salto creativo en el vacío, en medio de un sueño, donde triunfe la confianza sobre la duda. Y la confianza es necesaria para crear y también para procrear. José se fíó de María, nos dice Mateo. Y de ahí nació Salvación.
Que no sólo los Pepes y Pepitas, sino todos y todas nos sintamos llamados a dar saltos de confianza en las relaciones humanas, animados por el salto inmenso creativo de La Palabra, que convirtió un nacimiento en carne humana, de carne de padre y madre verdaderos, en clave del enigma que desborda todo nacimiento humano. ¡Qué despistados andaban los que compusieron el canto del Te Deum diciendo “non horruisti virginis uterum”, “no te horrorizó ser gestado en un útero virginal”! Tenían que haber dicho: “Placuit tibi matris utero delectari”, es decir, “Cómo te agradó sentirte arropado por el seno maternal”.
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