Resurrección de la “carne”, dice Ratzinger, no es reanimación de cadáveres para reunirlos con presuntas “almas separadas”, sino “transformación de la persona por la fuerza, energía y poder del Espíritu”.
El mensaje bíblico promete inmortalidad a la persona entera, no a un alma separada. La inmortalidad a la griega no es cristiana.
Como comenta Ratzinger, se añadió a la idea griega de almas separadas la idea pseudo-bíblica de cadáveres reanimados saliendo de sus tumbas en un último día, y así se empobreció la comprensión de la fe en la vida eterna por el poder del Espíritu.
En su explicación y reinterpretación del Credo, insiste Ratzinger en la importancia de entender todos los últimos artículos a partir de la clave de esa tercera parte del Credo: “Creo en Espíritu Santo”.
No solamente “creer en el Espíritu Santo”, sino creer “estando en el Espíritu” que anima y vivifica con su poder transformador. Con la resurrección, o entrada de Jesús en la vida definitiva más allá de la muerte, comenzó la transformación del mundo y la historia. Estamos llamados a participar plenamente más allá de la muerte, de esa transformación (2 Co 3, 18), que ya comienza en esta vida por su presencia en nuestro interior (Phil 3, 21).
"La fronytera biológica de la muerte, sigue diciendo Ratzinger, ha sido traspasada por la fuerza del amor más fuerte que la muerte, que nos promete y asegura el futuro de vida definitiva".