Sexualidad, celibato y Evangelio (2)

La periodista está desconcertada. A cada pregunta que me hace, antes de responderla, gasto cinco minutos en poner la pregunta del revés. Lo siento, pero tengo que desmontar sus preguntas y transportar su música a otra clave. ¿Se imaginan cuál fue la primera pregunta que me hizo? La siguiente:

“¿Cuántos años lleva de renuncia sexual?”, me pregunta.

Me sorprende el enfoque negativo de la pregunta, además de su polarización en lo sexual en sentido reducido. A mí no se me habría ocurrido preguntar a una persona casada “¿cuántos años lleva renunciando a tener relaciones sexuales con otras personas fuera de su pareja?”

La periodista lo comprende y replantea la pregunta. “¿Pero no me negará, dice, que en su caso hay una renuncia?”. Sí, la hay; por eso, cuando hace cincuenta años opté por elegir este camino, tardé más de dos años en pensar muy seriamente lo que conllevan dos renuncias de mucho más peso que la mera carencia de relación sexual. Me refiero a las dos renuncias siguientes: 1) a compartir la vida en relación de pareja, 2) a formar una familia y engendrar una prole.

Si a esto se añade que estas renuncias no son necesarias de ningún modo para dedicarse al ministerio sacerdotal, a la misión religiosa o a la evangelización; y si encima se añade que ni la opción del celibato es mejor que la del matrimonio, ni nadie es mejor por haber hecho esa opción minoritaria, se comprenderá que hay que pensárselo seriamente antes de entrar por este camino. Solamente desde la convicción de que esa es la propia vocación tendrá sentido asumir los aspectos de renuncia.

Hubiera preferido que reformulase la pregunta así: “¿Cuánto tiempo lleva por este camino y cómo vive sus dificultades?”

Al oir esta opinion, la periodista me dispara a bocajarro:” ¿El celibato es para usted un suplicio o una bendición?”. Un suplicio, no. Si lo fuera, no tendría sentido mantener esa opción y se debería abandonar (sin miedo a que esos signifique traicionar nada). Pero decir que es una bendición, me parecería una cursilería.

Prefiero decir que es una tarea. Lo aprendí de un matrimonio amigo, que decían: “Llevamos tantos años casados, ha habido felicidad y conflictos, la sexualidad no lo es todo, pero a nuestra edad y a estas alturas seguimos cultivando la relación y construyendo la pareja”.

Lo mismo diría yo del seguimiento de Jesús en forma de celibato. Como la vida de pareja, es tarea y proceso. No se mantendría, si no reeligiéramos día a día volver a elegir lo mismo, aunque ni las circunstancias ni uno mismo sean lo mismo.
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