Sexualidad, celibato y Evangelio (3)
Prosigue la entrevista. Ahora la periodista dispara con bombas de racimo y pregunta: “¿Cree que es compatible una vocación como la suya con una vida sexual de pareja? Si la Iglesia lo permitiera, sería en su caso una opción a contemplar?”
Respondo: Hay que desglosar, has hecho más de tres preguntas con dos interrogaciones. Vamos por partes. Antes de ser ordenado sacerdote y antes de ser destinado a una determinada actividad misionera, soy miembro de una orden religiosa, es decir, comprometido con una opción de lo que se llama en el lenguaje eclesial “vida consagrada” (que puede darse en forma de vida comunitaria con tres votos o en otras formas, como las de los institutos seculares o la opción de celibato en otras formas de vida consagrada, como indicaba en su comentario Carmen). Por tanto, en mi caso, cae fuera de la cuestión el plantearlo en términos de un “permiso o prohibición” por parte de la Iglesia.
Dicho esto, distingamos:
1) ¿Sería compatible la vida de pareja con el ministerio del sacerdote? Sí, de hecho hay sacerdotes casados. Tendría sus ventajas y sus inconvenientes, como también los tiene el celibato. Hace tiempo que la Iglesia debería haber ordenado a varones y mujeres, casados, solteros o viudos, con tal de que tuvieran aptitud y estuvieran en condiciones de desempeñar el ministerio, con carisma para animar, servir y unir a la comunidad cristiana. (Esto llegará, pero tarde, y temo que se haga de prisa y mal. La razón no debería ser por la escasez de sacerdotes, sino para enriquecer a la comunidad eclesial y no empobrecerla reduciendo el carisma del ministerio a los varones célibes).
2) ¿Sería compatible con una dedicación especialmente comprometida a la labor misionera? Sí, de hecho conozco a familias en misiones, que están dedicadas por entero a ese compromiso como familias enteras, con sus hijos e hijas; hay también misioneros y misioneras seglares, ya sea como célibes, como novios o en su viudez.
3) ¿Sería compatible con mi vocaión a la vida consagrada en la Compañía de Jesús? No, por definición, puesto que esta opción minoritaria (que tiene sentido, si se lo damos día a día; y para dárselo, lo recibimos día a día como gracia, y tiene una función dentro de la comunidad del “lío del Reino de Dios” en que nos enredó Jesús), es por definición una opción para meterse en ese lío en forma comunitaria con tres votos. Preguntar si es compatible con la vida de pareja sería una contradicción, porque sería como preguntar si es compatible la vida de pareja con la opción por no tenerla.
NOTA a la tercera aclaración. He dicho “opción minoritaria”, porque no será sociológicamente corriente que sea mayoritaria esta opción más bien excepcional (de esto habrá que hablar más adelante con detalle, para insistir en que no es problema la escasez de vocaciones, sino lo más natural... Cuando han abundado era una anomalía sociológica de ciertas épocas). Pero minoritaria no significa que sea elitista, ni especialmente heroica, ni que sea mejor que el matrimonio (que no lo es, ni mejor ni peor, sino simplemente diferente). Tampoco significa que sea necesaria (comomatizaba en su comentario Pilar), ni más eficaz para el “movimiento de Jesús por el Reino de Dios”.
Desde la perspectiva evangélica, el celibato no se opone al matrimonio. Celibato y matrimonio por el “lío del Reino de Dios” se oponen a celibato y matrimonio sin tener nada que ver con ese “lío”. (Proseguirá)
Respondo: Hay que desglosar, has hecho más de tres preguntas con dos interrogaciones. Vamos por partes. Antes de ser ordenado sacerdote y antes de ser destinado a una determinada actividad misionera, soy miembro de una orden religiosa, es decir, comprometido con una opción de lo que se llama en el lenguaje eclesial “vida consagrada” (que puede darse en forma de vida comunitaria con tres votos o en otras formas, como las de los institutos seculares o la opción de celibato en otras formas de vida consagrada, como indicaba en su comentario Carmen). Por tanto, en mi caso, cae fuera de la cuestión el plantearlo en términos de un “permiso o prohibición” por parte de la Iglesia.
Dicho esto, distingamos:
1) ¿Sería compatible la vida de pareja con el ministerio del sacerdote? Sí, de hecho hay sacerdotes casados. Tendría sus ventajas y sus inconvenientes, como también los tiene el celibato. Hace tiempo que la Iglesia debería haber ordenado a varones y mujeres, casados, solteros o viudos, con tal de que tuvieran aptitud y estuvieran en condiciones de desempeñar el ministerio, con carisma para animar, servir y unir a la comunidad cristiana. (Esto llegará, pero tarde, y temo que se haga de prisa y mal. La razón no debería ser por la escasez de sacerdotes, sino para enriquecer a la comunidad eclesial y no empobrecerla reduciendo el carisma del ministerio a los varones célibes).
2) ¿Sería compatible con una dedicación especialmente comprometida a la labor misionera? Sí, de hecho conozco a familias en misiones, que están dedicadas por entero a ese compromiso como familias enteras, con sus hijos e hijas; hay también misioneros y misioneras seglares, ya sea como célibes, como novios o en su viudez.
3) ¿Sería compatible con mi vocaión a la vida consagrada en la Compañía de Jesús? No, por definición, puesto que esta opción minoritaria (que tiene sentido, si se lo damos día a día; y para dárselo, lo recibimos día a día como gracia, y tiene una función dentro de la comunidad del “lío del Reino de Dios” en que nos enredó Jesús), es por definición una opción para meterse en ese lío en forma comunitaria con tres votos. Preguntar si es compatible con la vida de pareja sería una contradicción, porque sería como preguntar si es compatible la vida de pareja con la opción por no tenerla.
NOTA a la tercera aclaración. He dicho “opción minoritaria”, porque no será sociológicamente corriente que sea mayoritaria esta opción más bien excepcional (de esto habrá que hablar más adelante con detalle, para insistir en que no es problema la escasez de vocaciones, sino lo más natural... Cuando han abundado era una anomalía sociológica de ciertas épocas). Pero minoritaria no significa que sea elitista, ni especialmente heroica, ni que sea mejor que el matrimonio (que no lo es, ni mejor ni peor, sino simplemente diferente). Tampoco significa que sea necesaria (comomatizaba en su comentario Pilar), ni más eficaz para el “movimiento de Jesús por el Reino de Dios”.
Desde la perspectiva evangélica, el celibato no se opone al matrimonio. Celibato y matrimonio por el “lío del Reino de Dios” se oponen a celibato y matrimonio sin tener nada que ver con ese “lío”. (Proseguirá)