Sexualidad, celibato y Evangelio (5)
Pregunta la periodista: “Según lo dicho hasta ahora, podrían entenderse hoy los votos como un ir contracorriente?”
Respondo: Sí, pero me resulta presuntuoso presumir de ello, como si la vida religiosa tuviese la exclusiva.
Tiene que ir mucho contra corriente una familia que no se quiere dejar llevar por las exageraciones de la sociedad de consumo, o una pareja que quiere vivir con fidelidad su relación en medio de los altibajos de la vida cotidiana, etc.
No pongamos en un pedestal aparte la "vida consagrada", como si fuera necesaria para la dedicación apostólica, o como si fuera heroica y elitista, o como si fuera impuesta por Jesús o por la Iglesia para formar un grupo selecto o superior. Nada de eso.
Mira, un ejemplo curioso. Cuando las religiosas de un colegio católico pasaron a vestir modestamente, pero sin hábito, el profesorado no católico del colegio se opuso y dijeron que las prefería “de monjitas, como Dios manda”.(Lo de "monjitas", pronunciado con retintín me molesta, es un machismo más...) Claro, como que es muy cómodo ensalzarlas como “vestales” en un pedestal, sin que nos cuestionen. Es más fácil huir del mundo que estar en el mundo sin ser del mundo.
No se resigna la periodista a meter el bisturí en lo personal y me dispara de nuevo a bocajarro:: “Ya entiendo, por lo que dijo antes, que en su época las relaciones en la juventud no eran como hoy. Pero, si usted fuera un joven hoy, elegiría la pareja o el celibato?”
Respondo: “Vaya, de nuevo la trampa, hija mía” (“Bueno, perdona el paternalismo del “hija mía”, me ha salido espontáneamente, porque tus preguntas al abuelo me hacen percibirte cariñosamente como nieta”).
Mira, si esta pregunta la haces en mi clase de antropología, te bajo la nota. Has pasado por alto algo tan importantísimo como el tiempo y la historia para el ser humano.
Si una pareja, antes de unirse, tuviera que demostrarnos matemáticamente que están hechos el uno para el otro o la otra, no consumarían jamás su unión. La capacidad humana de prometer va unida a la de compromterse a mantener la promesa, aunque uno cambie y las circunstancias cambien. Esto está muy olvidado, por eso el problema de divorcios y separaciones coincide con el del cambio de opción de vida en quienes hicieron votos.
Me preguntas qué elegiría yo hoy. Lo sincero y auténtico es contetsar que no lo sé. Si te dijera que elegiría otra cosa, sería contradictorio. Pero si te dijera que elegiría lo mismo, sería presuntuoso. Si te dijera que elegiría otra cosa, tendría que ser consecuente y salirme de mi opción, lo que no es mi caso. Si te dijera que estoy seguro de que elegiría lo mismo, sería presumir de lo que no sé. ¿Cómo voy a saber yo el joven que sería si hubiera nacido en 1990 en vez en 1941?.
Lo que sí te puedo decir es que para permanecer yo en mi elección y quien está en pareja permanecer con su pareja, tenemos que reelegir cada día lo mismo, aunque uno y las circunstancias no sean lo mismo. Reelegimos una elección, digo con el filósofo Paul Ricoeur. (Proseguirá)
Respondo: Sí, pero me resulta presuntuoso presumir de ello, como si la vida religiosa tuviese la exclusiva.
Tiene que ir mucho contra corriente una familia que no se quiere dejar llevar por las exageraciones de la sociedad de consumo, o una pareja que quiere vivir con fidelidad su relación en medio de los altibajos de la vida cotidiana, etc.
No pongamos en un pedestal aparte la "vida consagrada", como si fuera necesaria para la dedicación apostólica, o como si fuera heroica y elitista, o como si fuera impuesta por Jesús o por la Iglesia para formar un grupo selecto o superior. Nada de eso.
Mira, un ejemplo curioso. Cuando las religiosas de un colegio católico pasaron a vestir modestamente, pero sin hábito, el profesorado no católico del colegio se opuso y dijeron que las prefería “de monjitas, como Dios manda”.(Lo de "monjitas", pronunciado con retintín me molesta, es un machismo más...) Claro, como que es muy cómodo ensalzarlas como “vestales” en un pedestal, sin que nos cuestionen. Es más fácil huir del mundo que estar en el mundo sin ser del mundo.
No se resigna la periodista a meter el bisturí en lo personal y me dispara de nuevo a bocajarro:: “Ya entiendo, por lo que dijo antes, que en su época las relaciones en la juventud no eran como hoy. Pero, si usted fuera un joven hoy, elegiría la pareja o el celibato?”
Respondo: “Vaya, de nuevo la trampa, hija mía” (“Bueno, perdona el paternalismo del “hija mía”, me ha salido espontáneamente, porque tus preguntas al abuelo me hacen percibirte cariñosamente como nieta”).
Mira, si esta pregunta la haces en mi clase de antropología, te bajo la nota. Has pasado por alto algo tan importantísimo como el tiempo y la historia para el ser humano.
Si una pareja, antes de unirse, tuviera que demostrarnos matemáticamente que están hechos el uno para el otro o la otra, no consumarían jamás su unión. La capacidad humana de prometer va unida a la de compromterse a mantener la promesa, aunque uno cambie y las circunstancias cambien. Esto está muy olvidado, por eso el problema de divorcios y separaciones coincide con el del cambio de opción de vida en quienes hicieron votos.
Me preguntas qué elegiría yo hoy. Lo sincero y auténtico es contetsar que no lo sé. Si te dijera que elegiría otra cosa, sería contradictorio. Pero si te dijera que elegiría lo mismo, sería presuntuoso. Si te dijera que elegiría otra cosa, tendría que ser consecuente y salirme de mi opción, lo que no es mi caso. Si te dijera que estoy seguro de que elegiría lo mismo, sería presumir de lo que no sé. ¿Cómo voy a saber yo el joven que sería si hubiera nacido en 1990 en vez en 1941?.
Lo que sí te puedo decir es que para permanecer yo en mi elección y quien está en pareja permanecer con su pareja, tenemos que reelegir cada día lo mismo, aunque uno y las circunstancias no sean lo mismo. Reelegimos una elección, digo con el filósofo Paul Ricoeur. (Proseguirá)