Uso electoralista del tema "pro-vida"
Hemos escuchado recientemente a los obispos andaluces (reunidos en Córdoba para su CX Asamblea) declarar el 23 de enero pasado su preocupación por el voto católico en las elecciones.
Subrayaban los obispos la importancia de «la tutela de la vida desde su concepción hasta su fin natural, y el apoyo a la familia y al matrimonio basado en la unión entre el hombre y la mujer». Ponían en guardia frente a programas presuntamente amenazadores para el comienzo o el fin da la vida humana y afirmaban que «los proyectos, más o menos explícitos, de ampliar la ley del aborto o de abrir el camino a la eutanasia, deben ser claramente rechazados en el plano cultural y político». Apelaban a la necesidad de evitar «la tentación de manipular a la sociedad».
No entraré aquí a comprobar si sus sospechas y presunciones se confirman o no con la lectura de tal o cual programa de partido. Tampoco cuestionaré dos de sus principios, con los que será más fácil que coincidan personas de diversas pertenencias políticas: proteger la vida y no manipular a la sociedad. Pero me pregunto: ¿No se hace a veces un flaco favor a la vida al usar argumentos pro-vida por intereses electorales? ¿No se manipulan a veces los argumentos pro-vida para favorecer a determinada oposición política? Mientras unos recomiendan al líder de la oposición que aprenda de Sarkozy, ¿hay otra asesorías aconsejando al episcopado entrar en campaña?
Para pensar el tema más en frío, nos puede ayudar contemplarlo en cabeza ajena. El caso del triunfo de Bush en las elecciones del 2004 da qué pensar sobre peligrosas cohabitaciones de la ideología política con la religiosa. Lo cuestionaba muy atinadamente la teóloga Lisa S. Cahill en un estudio sobre el papel desempeñado por la teología en los debates públicos sobre bioética (David E. Guinn, ed., Handbook of Bioethics and Religion, Oxford University Press, 2006, p. 38).
Las estadísticas antes y después de las elecciones ponían de manifiesto que una gran parte de la ciudadanía norteamericana apoyaba por aquellas fechas la propuesta de Kerry de buscar un mayor consenso internacional en el tema de la guerra de Irak. También parece ser que una gran mayoría estaba a favor de su promesa de reforma del sistema de política sanitaria. Igualmente encontraba eco en el electorado la promesa de revisar las cargas fiscales para que no resulten tan perjudicadas las clases medias. Era bien conocido que el candidato Bush rechazaba estas políticas, que habrían favorecido a una gran parte de votantes. Sin embargo, la balanza se inclinó a su favor. Eso sí, con poca diferencia del contrincante, lo cuál ya es sintomático. Es importante subrayar que entre los elementos decisivos para deshacer el empate, jugó un papel importante la apelación a la ideología religiosa.
Lisa S. Cahill es una profesora de ética, de reconocido prestigio en temas de bioética y de justicia. Precisamente en el debate sobre investigación con células embrionarias ha insistido repetidamente en evitar que se polaricen las discusiones en torno al tema del estatuto de la vida en la etapa de pre-embrión, porque le preocupa llevar el debate al terreno de los intereses político-económicos implicados. Cuando estaba comenzando la controversia sobre estas investigaciones, diagnosticaba ella la situación y enfocaba la cuestión, no en discusiones abstractas sobre el comienzo de la vida, sino «en humanizar la vida en una época en que están tan entrelazadas las instituciones médicas y las económicas» (América 26-3-2001).
Coherente con esa postura, denunció esta teóloga la manera en que el equipo propagandista de Bush orquestó la campaña mediante la manipulación de la identidad religiosa del electorado para favorecer al candidato republicano. Cuidaron mucho de que apareciera en contextos religiosos, levantando la bandera de la oposición al aborto y al matrimonio homosexual, exaltando valores familiares y voceando su oposición a los experimentos con células embrionarias, al mismo tiempo que mezclaba en un cóctel de muchos grados el militarismo y la luz verde a un comercio sin trabas, incluido el campo de los servicios sanitarios. Se movilizaron grupos religiosos para apoyar su campaña, consiguiendo apelar al sentimiento religioso, tanto de protestantes y católicos como de judíos. El bloque de presión etiquetado con el eslogan de neo-con o neoconservador iba a conseguir para Bush mejores resultados que en las elecciones previas a su primer mandato.
Pues bien, cuando se aproximaba el momento decisivo, entraron en campaña los obispos norteamericanos aireando las argumentaciones pro-vida. ¿Lo hicieron por propia iniciativa, o por recomendación de más arriba, o simplemente cayeron con buena voluntad en la trampa de hacer un flaco favor a la vida con la intención de protegerla? De hecho, todavía hoy seguimos viendo las consecuencias desastrosas del desatino de la invasión de Irak para tantas vidas inocentes. Más aún, denuncia la citada profesora, «la administración que salió de aquellas elecciones, al mismo tiempo que se opuso a la investigación con células embrionarias y a ampliar el alcance más justo del sistema de sanidad para toda la ciudadanía, fue paradójicamente la misma que favoreció los intereses empresariales, que apoyan la financiación privada de las citadas investigaciones con fines lucrativos».
Ahora, tras haber proyectado este flash back de mano de la profesora de ética tan conspicua, vuelvo la mirada a nuestro país, en vísperas de elecciones y releo la declaración de los obispos andaluces. Me pregunto inevitablemente, como Cicerón en los tribunales: Cui bono erit?, es decir, «¿A quién favorece? ¿Quién sacará tajada de esto?» La respuesta, en forma también de pregunta: ¿Vamos a caer aquí en la misma trampa del uso electoralista de argumentos pro-vida?
(Publicado en La Verdad, de Murcia, el 3-II-08)
Subrayaban los obispos la importancia de «la tutela de la vida desde su concepción hasta su fin natural, y el apoyo a la familia y al matrimonio basado en la unión entre el hombre y la mujer». Ponían en guardia frente a programas presuntamente amenazadores para el comienzo o el fin da la vida humana y afirmaban que «los proyectos, más o menos explícitos, de ampliar la ley del aborto o de abrir el camino a la eutanasia, deben ser claramente rechazados en el plano cultural y político». Apelaban a la necesidad de evitar «la tentación de manipular a la sociedad».
No entraré aquí a comprobar si sus sospechas y presunciones se confirman o no con la lectura de tal o cual programa de partido. Tampoco cuestionaré dos de sus principios, con los que será más fácil que coincidan personas de diversas pertenencias políticas: proteger la vida y no manipular a la sociedad. Pero me pregunto: ¿No se hace a veces un flaco favor a la vida al usar argumentos pro-vida por intereses electorales? ¿No se manipulan a veces los argumentos pro-vida para favorecer a determinada oposición política? Mientras unos recomiendan al líder de la oposición que aprenda de Sarkozy, ¿hay otra asesorías aconsejando al episcopado entrar en campaña?
Para pensar el tema más en frío, nos puede ayudar contemplarlo en cabeza ajena. El caso del triunfo de Bush en las elecciones del 2004 da qué pensar sobre peligrosas cohabitaciones de la ideología política con la religiosa. Lo cuestionaba muy atinadamente la teóloga Lisa S. Cahill en un estudio sobre el papel desempeñado por la teología en los debates públicos sobre bioética (David E. Guinn, ed., Handbook of Bioethics and Religion, Oxford University Press, 2006, p. 38).
Las estadísticas antes y después de las elecciones ponían de manifiesto que una gran parte de la ciudadanía norteamericana apoyaba por aquellas fechas la propuesta de Kerry de buscar un mayor consenso internacional en el tema de la guerra de Irak. También parece ser que una gran mayoría estaba a favor de su promesa de reforma del sistema de política sanitaria. Igualmente encontraba eco en el electorado la promesa de revisar las cargas fiscales para que no resulten tan perjudicadas las clases medias. Era bien conocido que el candidato Bush rechazaba estas políticas, que habrían favorecido a una gran parte de votantes. Sin embargo, la balanza se inclinó a su favor. Eso sí, con poca diferencia del contrincante, lo cuál ya es sintomático. Es importante subrayar que entre los elementos decisivos para deshacer el empate, jugó un papel importante la apelación a la ideología religiosa.
Lisa S. Cahill es una profesora de ética, de reconocido prestigio en temas de bioética y de justicia. Precisamente en el debate sobre investigación con células embrionarias ha insistido repetidamente en evitar que se polaricen las discusiones en torno al tema del estatuto de la vida en la etapa de pre-embrión, porque le preocupa llevar el debate al terreno de los intereses político-económicos implicados. Cuando estaba comenzando la controversia sobre estas investigaciones, diagnosticaba ella la situación y enfocaba la cuestión, no en discusiones abstractas sobre el comienzo de la vida, sino «en humanizar la vida en una época en que están tan entrelazadas las instituciones médicas y las económicas» (América 26-3-2001).
Coherente con esa postura, denunció esta teóloga la manera en que el equipo propagandista de Bush orquestó la campaña mediante la manipulación de la identidad religiosa del electorado para favorecer al candidato republicano. Cuidaron mucho de que apareciera en contextos religiosos, levantando la bandera de la oposición al aborto y al matrimonio homosexual, exaltando valores familiares y voceando su oposición a los experimentos con células embrionarias, al mismo tiempo que mezclaba en un cóctel de muchos grados el militarismo y la luz verde a un comercio sin trabas, incluido el campo de los servicios sanitarios. Se movilizaron grupos religiosos para apoyar su campaña, consiguiendo apelar al sentimiento religioso, tanto de protestantes y católicos como de judíos. El bloque de presión etiquetado con el eslogan de neo-con o neoconservador iba a conseguir para Bush mejores resultados que en las elecciones previas a su primer mandato.
Pues bien, cuando se aproximaba el momento decisivo, entraron en campaña los obispos norteamericanos aireando las argumentaciones pro-vida. ¿Lo hicieron por propia iniciativa, o por recomendación de más arriba, o simplemente cayeron con buena voluntad en la trampa de hacer un flaco favor a la vida con la intención de protegerla? De hecho, todavía hoy seguimos viendo las consecuencias desastrosas del desatino de la invasión de Irak para tantas vidas inocentes. Más aún, denuncia la citada profesora, «la administración que salió de aquellas elecciones, al mismo tiempo que se opuso a la investigación con células embrionarias y a ampliar el alcance más justo del sistema de sanidad para toda la ciudadanía, fue paradójicamente la misma que favoreció los intereses empresariales, que apoyan la financiación privada de las citadas investigaciones con fines lucrativos».
Ahora, tras haber proyectado este flash back de mano de la profesora de ética tan conspicua, vuelvo la mirada a nuestro país, en vísperas de elecciones y releo la declaración de los obispos andaluces. Me pregunto inevitablemente, como Cicerón en los tribunales: Cui bono erit?, es decir, «¿A quién favorece? ¿Quién sacará tajada de esto?» La respuesta, en forma también de pregunta: ¿Vamos a caer aquí en la misma trampa del uso electoralista de argumentos pro-vida?
(Publicado en La Verdad, de Murcia, el 3-II-08)