Ven, huracán de Espíritu, arrasa las iglesias
“Creemos en el Dios, Vida de la vida, cuyo rostro se mostró en Jesús. Creemos respirando en el soplo de su Espíritu que da vida”. Así confiesa la fe el credo cristiano.
Creer es respirar en Espíritu Cuando una epidemia peor que la gripe de nuevos virus debilita la fe, el ambiente contaminado se hace irrespirable, dentro y fuera de las iglesias.
Creer es respirar en Espíritu (Mejor decir “en Espíritu” que “en el Espíritu”, como precisaba liberadoramente el teólogo Ratzinger hace medio siglo). El pez está en su ambiente en el agua y el pájaro en el aire. El pensamiento respira en el ser, decía el filósofo Heidegger. La fe respira en Espíritu, dice el credo. Sin aire no volarían las aves, aunque tuvieran alas. La fe está en su ambiente respirando en el soplo del Espíritu.
Juan XXIII, el Bueno, abrió de par en par las ventanas para ventilar la iglesia con soplo de Espíritu, hace ya medio siglo. Últimamente reina la oscuridad y el aire contaminado en el interior de las iglesias, como cuando los discípulos estaban en el interior del cenáculo con puertas y ventanas atrancadas. Hace falta un huracán, un auténtico tifón de nuevo Pentecostés que haga saltar todas las cerraduras.
La oración para la liturgia del Espíritu Santo este domingo será: “Ven, Espíritu, como un tifón, y arrasa tu iglesia, para que resucite tras morir al pesado fardo de sus dogmas, morales y rituales. Ven y sopla para que se descubra el medio divino en germen en este mundo y lo liberemos de cuanto lo asfixia”.
Lo que se llama en los evangelios “el Reinado de Dios” o “el Reino de los cielos”, la gran metáfora preferida por Jesús en su predicación, se podría traducir, con palabras de Teilhard de Chardin, como “el medio divino”, el espacio vivificado por la actuación del Espíritu.
Jesús proclamó un mensaje central con dos caras: esperanza y liberación: en primer lugar, esperanza: porque este mundo, a pesar de que no lo parezca, es ya todo un medio divino, porque está ya llegando en todo momento y lugar ese “reinado de Dios” (Mt 4,17: “Está cerca el reinado de Dios”). En segundo lugar, liberación, porque las fuerzas inexplicables del mal hacen violencia continuamente, impidiendo o frenando la realización de ese reinado (Mt 11,12: “Desde que apareció Juan hasta ahora, se usa la violencia contra el reinado de Dios y gente violenta quiere quitarlo de en medio”). Hay esperanza, porque todo está empezando ya a ser un “medio divino”, un “lugar del Espíritu”. Pero hay que trabajar por la liberación frente a las fuerzas del mal, para que acabe de realizarse ese “medio divino” o “espacio de Espíritu”.
Creer es respirar en Espíritu Cuando una epidemia peor que la gripe de nuevos virus debilita la fe, el ambiente contaminado se hace irrespirable, dentro y fuera de las iglesias.
Creer es respirar en Espíritu (Mejor decir “en Espíritu” que “en el Espíritu”, como precisaba liberadoramente el teólogo Ratzinger hace medio siglo). El pez está en su ambiente en el agua y el pájaro en el aire. El pensamiento respira en el ser, decía el filósofo Heidegger. La fe respira en Espíritu, dice el credo. Sin aire no volarían las aves, aunque tuvieran alas. La fe está en su ambiente respirando en el soplo del Espíritu.
Juan XXIII, el Bueno, abrió de par en par las ventanas para ventilar la iglesia con soplo de Espíritu, hace ya medio siglo. Últimamente reina la oscuridad y el aire contaminado en el interior de las iglesias, como cuando los discípulos estaban en el interior del cenáculo con puertas y ventanas atrancadas. Hace falta un huracán, un auténtico tifón de nuevo Pentecostés que haga saltar todas las cerraduras.
La oración para la liturgia del Espíritu Santo este domingo será: “Ven, Espíritu, como un tifón, y arrasa tu iglesia, para que resucite tras morir al pesado fardo de sus dogmas, morales y rituales. Ven y sopla para que se descubra el medio divino en germen en este mundo y lo liberemos de cuanto lo asfixia”.
Lo que se llama en los evangelios “el Reinado de Dios” o “el Reino de los cielos”, la gran metáfora preferida por Jesús en su predicación, se podría traducir, con palabras de Teilhard de Chardin, como “el medio divino”, el espacio vivificado por la actuación del Espíritu.
Jesús proclamó un mensaje central con dos caras: esperanza y liberación: en primer lugar, esperanza: porque este mundo, a pesar de que no lo parezca, es ya todo un medio divino, porque está ya llegando en todo momento y lugar ese “reinado de Dios” (Mt 4,17: “Está cerca el reinado de Dios”). En segundo lugar, liberación, porque las fuerzas inexplicables del mal hacen violencia continuamente, impidiendo o frenando la realización de ese reinado (Mt 11,12: “Desde que apareció Juan hasta ahora, se usa la violencia contra el reinado de Dios y gente violenta quiere quitarlo de en medio”). Hay esperanza, porque todo está empezando ya a ser un “medio divino”, un “lugar del Espíritu”. Pero hay que trabajar por la liberación frente a las fuerzas del mal, para que acabe de realizarse ese “medio divino” o “espacio de Espíritu”.