Ventilar iglesias irrespirables

El diálogo interreligioso, sobre todo en Oriente, no saldrá del atolladero mientras no suelte lastre de especulaciones occidentales antiguas y medievales sobre cristología y revelación.

Mejor perspectiva ofrecen las tradiciones de fe en el misterio creador, con tal de que se libere de la hipoteca de metafísicas aristotélicas y ontologías tomistas, para dejar campo libre al Espíritu de Vida y Vivificador. Su presencia encarnada en las otras religiones es el espacio de interacción y transformación mutua o medio divino (milieu), terreno común para que arraiguen los encuentros interreligiosos.

Como notaba el teólogo Ratzinger en su explicación del Credo (Introducción al cristianismo, parte 3, cap. 1), el texto griego original decía, suprimiendo el artículo determinado, “creo en Espíritu Santo” (en vez de creo en “el” Espíritu Santo). Es muy importante este detalle, dice Ratzinger; en efecto, la expresión no fue originalmente una referencia trinitaria, sino apuntaba al modo de actuar el Espíritu en la historia y a nuestro modo de creer y orar “en Espíritu”, dejándonos llevar, como Jesús, por el Espíritu.

En japonés, iki significa respiración y es también el radical del verbo vivir: ikiru (Recordamos el título de la famosa película de Kurosawa). En Oriente, donde la espiritualidad es corporalidad, la respiración es clave en todas las formas de cultivo o entrenamiento, tanto ascético como atlético o estético.

El carácter chino-japonés para hablar de “Espíritu Santo” debería ser el de KI, en japonés, Qi, CHI, en chino. En inglés ya no se dice, como antiguamente, Holy Ghost, que sonaba algo asi como a “santo fantasma”, sino Holy Spirit.

Oriente nos recuerda que el espíritu es lo más corporal que hay, a la vez que lo más espiritual. Desaparece el linde dualista en la respiración. Tanto las artes marciales, como los caminos estéticos o las tradiciones ascéticas de Oriente coinciden en centrarse en aprender a respirar.

Creer “en Espíritu” es dejar circular a través nuestro la corriente de espíritu divino. La teología se hace irrespirable a fuerza de dogmas que congelan la fe, moralizaciones que sofocan la libertad de espíritu, ritualizaciones que esclerotizan la celebración litúrgica y documentos magisteriales que sofocan la vida de la comunidad creyente.

Le pregunta la samaritana a Jesús dónde orar: ¿en el templo de la capital o en el monte de nuestra aldea? Responde Jesús: “Llega el día de quienes adoren en Espíritu y en Verdad”. Adorar en Espíritu no es encerrarse en el propio espíritu, sino estar reunidos por el Espíritu en comunidad. Verdad es el nombre propio de Jesús (En japonés, Makoto). Adorar en Espíritu y Verdad es hacerlo en el seno de la comunidad reunida por el Espíritu de Jesús, prolongación de su cuerpo, que sustituye al templo antiguo.

Pablo VI llamó, en su Evangelii nuntiandi(1975), a la reunión eucarística la respiración de la comunidad creyente. En la fiesta de Pentecostés anhelamos (con “anhélitos” de Espíritu) que soplen aires, tifones o huracanes evangélicos y “eclesiales”, para ventilar los interiores “eclesiasticos” irrespirables...
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