Viernes Santo sin crispación
“Alta la sangrienta frente...” Así empieza el himno del Cristo del Perdón (Murcia), que eleva los ojos al cielo desde su conciencia humana, para recibir energía del Dios Padre y Madre. Y, a continuación, la difunde con su mirada sobre la humanidad. “Baja los ojos al suelo” para extender por el mundo una mirada acogedora que sane heridas, extinga crispaciones, desarme extremismos, apacigüe agresividades y facilite encuentros por la paz y el diálogo.
“Es su mirada clemente” un rostro de misericordia. No un ceño condenatorio de juez, sino un rostro misericordioso y reconciliador. Por eso, la meditación de la Pasión no es angustiosa ni oprimente, sino consoladora. Una de las jaculatorias más atinadas de la tradicional oración Anima Christi decía así: “Pasión de Cristo, confórtame”. No se debe exaltar el dolor por el dolor, ni caer en el “dolorismo” de algunas manifestaciones exageradas de la religiosidad popular. No tiene más mérito quien más sufre, ni Dios envía el dolor como castigo, ni tampoco lo planea para sacar bienes de él. No, Jesús no nos salva gracias a la cruz, sino a pesar de ella. Nos salva porque, a pesar de ser el inocente crucificado, está vivo para siempre en Dios y es la base de nuestra esperanza.
Recuerdo que hace cincuenta años asistía al quinario de mi cofradía, la del Cristo del Perdón, en Murcia. No recuerdo los detalles retóricos de aquellas predicaciones, pero sí están impresos en las sinapsis de mi cerebro los ecos del himno que entonábamos, acompañado por los acordes de un anciano organista invidente. Pasaron los años y, al regreso de la misión en Japón, de paso por Murcia en Semana Santa, acompañé a mis padres al besapié. Fallecidos ellos, acompañé a mis tías. Un año después, también acudí, pero esta vez ya solo. Mi último recuerdo de nuestro entrañable Presidente Juan Pedro es un cálido y emotivo apretón de manos a la salida de la Iglesia de San Antolín en aquella ocasión. También este año se han arrodillado los cofrades ante el Cristo del Perdón para pedirle que “de sus labios soberanos, broten para los murcianos blancos lirios de perdón”. Necesitamos especialmente en nuestros días que Él plante en nuestros corazones esas flores de comprensión y de paz, que triunfen por encima de todas las espinas de violencia y crispación.
“Es su mirada clemente, firme y luminoso puente entre la tierra y el cielo”. He meditado estos versos de su himno ante el Cristo del Perdón y me ha parecido escuchar de sus labios tres palabras: una palabra de lucidez, una palabra de acogida y una palabra de misión.
La primera es una palabra de lucidez: “Mírate ante mí, me dice, y reconoce que tú también eres responsable.” Al escuchar esta palabra ya no puedo autojustificarme, ni decir, “los malos son ellos”. Si todos nos sentimos víctimas con las víctimas, también es cierto que, en la medida en que hay en mí rencor, odio o venganza, algo tengo que me asemeja a los agresores.
La segunda es una palabra de acogida. “Deja de mirarte a tí mismo, me dice, y mírame a mí que te acojo.”.Al escuchar esta palabra ya no puedo autocondenarme. No hay lugar para culpabilizarse patológicamente. Su buena noticia es sanación.
La tercera es una palabra de misión: “Sube aquí junto a Mí, me dice, y mira cómo se ve el mundo cuando se lo contempla desde la cruz.” Hay que dejar de mirarse a sí mismo para pasar a dirigir la mirada a un mundo tan lleno de crucificados a los que hay que descolgar de sus cruces, como dice tan atinadamente la cristología de Jon Sobrino.
Sale uno de esta meditación de la Pasión animado y confortado. Su mirada clemente deja un poso de calma y serenidad y envía a la praxis de liberación, pero sin agresividades, desactivada ya toda crispación...
(Publicado en la revista Magenta, de la Cofradía del Cristo del Perdón, en Murcia).
“Es su mirada clemente” un rostro de misericordia. No un ceño condenatorio de juez, sino un rostro misericordioso y reconciliador. Por eso, la meditación de la Pasión no es angustiosa ni oprimente, sino consoladora. Una de las jaculatorias más atinadas de la tradicional oración Anima Christi decía así: “Pasión de Cristo, confórtame”. No se debe exaltar el dolor por el dolor, ni caer en el “dolorismo” de algunas manifestaciones exageradas de la religiosidad popular. No tiene más mérito quien más sufre, ni Dios envía el dolor como castigo, ni tampoco lo planea para sacar bienes de él. No, Jesús no nos salva gracias a la cruz, sino a pesar de ella. Nos salva porque, a pesar de ser el inocente crucificado, está vivo para siempre en Dios y es la base de nuestra esperanza.
Recuerdo que hace cincuenta años asistía al quinario de mi cofradía, la del Cristo del Perdón, en Murcia. No recuerdo los detalles retóricos de aquellas predicaciones, pero sí están impresos en las sinapsis de mi cerebro los ecos del himno que entonábamos, acompañado por los acordes de un anciano organista invidente. Pasaron los años y, al regreso de la misión en Japón, de paso por Murcia en Semana Santa, acompañé a mis padres al besapié. Fallecidos ellos, acompañé a mis tías. Un año después, también acudí, pero esta vez ya solo. Mi último recuerdo de nuestro entrañable Presidente Juan Pedro es un cálido y emotivo apretón de manos a la salida de la Iglesia de San Antolín en aquella ocasión. También este año se han arrodillado los cofrades ante el Cristo del Perdón para pedirle que “de sus labios soberanos, broten para los murcianos blancos lirios de perdón”. Necesitamos especialmente en nuestros días que Él plante en nuestros corazones esas flores de comprensión y de paz, que triunfen por encima de todas las espinas de violencia y crispación.
“Es su mirada clemente, firme y luminoso puente entre la tierra y el cielo”. He meditado estos versos de su himno ante el Cristo del Perdón y me ha parecido escuchar de sus labios tres palabras: una palabra de lucidez, una palabra de acogida y una palabra de misión.
La primera es una palabra de lucidez: “Mírate ante mí, me dice, y reconoce que tú también eres responsable.” Al escuchar esta palabra ya no puedo autojustificarme, ni decir, “los malos son ellos”. Si todos nos sentimos víctimas con las víctimas, también es cierto que, en la medida en que hay en mí rencor, odio o venganza, algo tengo que me asemeja a los agresores.
La segunda es una palabra de acogida. “Deja de mirarte a tí mismo, me dice, y mírame a mí que te acojo.”.Al escuchar esta palabra ya no puedo autocondenarme. No hay lugar para culpabilizarse patológicamente. Su buena noticia es sanación.
La tercera es una palabra de misión: “Sube aquí junto a Mí, me dice, y mira cómo se ve el mundo cuando se lo contempla desde la cruz.” Hay que dejar de mirarse a sí mismo para pasar a dirigir la mirada a un mundo tan lleno de crucificados a los que hay que descolgar de sus cruces, como dice tan atinadamente la cristología de Jon Sobrino.
Sale uno de esta meditación de la Pasión animado y confortado. Su mirada clemente deja un poso de calma y serenidad y envía a la praxis de liberación, pero sin agresividades, desactivada ya toda crispación...
(Publicado en la revista Magenta, de la Cofradía del Cristo del Perdón, en Murcia).