Votar en conciencia, pero no sin ciencia
Don Fernando Sebastián exhortó a sus feligreses el 27 del pasado abril a “votar en conciencia”. De acuerdo, como decía Newman, en la primacia del “brindis por la conciencia”. Pero remitía el obispo a la declaración de “Sobre la situación actual de España” (23-XI.2006). A partir de ahí, cabe la discrepancia, lamentando el complejo de víctima de una parte de la Conferencia episcopal, su beligerancia antigubernamental y su apoyo a la estrategia crispadora de la oposición. El desencrispador que nos desencrispare...
Coincidiremos con los obispos cuando denuncien las ideologias de “ciencia sin conciencia”. Pero discreparemos cuando caigan en la estrechez de una “conciencia sin ciencia”. A santa Teresa le asustaban los confesores muy fervorosos, pero de poco estudio. La santa castiza los prefería menos celosos, pero más capaces de discernir.
Tenian razon los obispos cuando denunciaban ideologias pseudocientificas : el “oscurecimiento y debilitamiento de la conciencia moral” y la “obnubilacion de la conciencia ante el rápido desarrollo de los recursos de la ciencia y de la técnica” (Declaracion citada, n. 19). Al hablar asi defendían una “ciencia con conciencia”, como repetía Juan Pablo II.
Pero se equivocaban cuando aludían indirectamente al proyecto de ley biomédica acusándola de “producir de seres humanos como materia de investigación” o cuando criticaban el programa de ética de la ciudadanía (declaración citada, n.18). Al hablar así caían en el extremo opuesto: “conciencia sin ciencia”.
También llama la atención, en la nota sobre el voto publicada por los obispos de Madrid, la equiparación en una misma línea de los métodos anticonceptivos con el aborto y la eutanasia. Es una errata seria que convendrá corregir en el examen de teología moral con una cita de Juan Pablo II: “anticoncepción y aborto son males específicamente distintos” (Evangelium vitae, n.13).
Hay un problema serio en la cúpula eclesiástica del estado español. Hace falta que la conciencia vaya acompañada de ciencia, de experiencia y conocimiento, tanto de la realidad de la vida cotidiana como de la actualidad cientifica. Ojalá el laicado creyente, con su experiencia de la vida, y el laicado profesional, con su conocimiento de la ciencia, se atrevan a decir: ¡Basta ya!
Y, dicho así, a votar en conciencia como recomiendan los obispos, aunque el voto no coincida con el que desearían algunos obispos.
Coincidiremos con los obispos cuando denuncien las ideologias de “ciencia sin conciencia”. Pero discreparemos cuando caigan en la estrechez de una “conciencia sin ciencia”. A santa Teresa le asustaban los confesores muy fervorosos, pero de poco estudio. La santa castiza los prefería menos celosos, pero más capaces de discernir.
Tenian razon los obispos cuando denunciaban ideologias pseudocientificas : el “oscurecimiento y debilitamiento de la conciencia moral” y la “obnubilacion de la conciencia ante el rápido desarrollo de los recursos de la ciencia y de la técnica” (Declaracion citada, n. 19). Al hablar asi defendían una “ciencia con conciencia”, como repetía Juan Pablo II.
Pero se equivocaban cuando aludían indirectamente al proyecto de ley biomédica acusándola de “producir de seres humanos como materia de investigación” o cuando criticaban el programa de ética de la ciudadanía (declaración citada, n.18). Al hablar así caían en el extremo opuesto: “conciencia sin ciencia”.
También llama la atención, en la nota sobre el voto publicada por los obispos de Madrid, la equiparación en una misma línea de los métodos anticonceptivos con el aborto y la eutanasia. Es una errata seria que convendrá corregir en el examen de teología moral con una cita de Juan Pablo II: “anticoncepción y aborto son males específicamente distintos” (Evangelium vitae, n.13).
Hay un problema serio en la cúpula eclesiástica del estado español. Hace falta que la conciencia vaya acompañada de ciencia, de experiencia y conocimiento, tanto de la realidad de la vida cotidiana como de la actualidad cientifica. Ojalá el laicado creyente, con su experiencia de la vida, y el laicado profesional, con su conocimiento de la ciencia, se atrevan a decir: ¡Basta ya!
Y, dicho así, a votar en conciencia como recomiendan los obispos, aunque el voto no coincida con el que desearían algunos obispos.