Todo se cumplió, pero... queda mucho por hacer

Viernes Santo. Jesús muere gritando: no está todo consumado, os paso el testigo y entrego el Espíritu



En un twitter sedicente “anti-bergogliano”, leo que se alegran desde la oposición al Papa, diciendo así: “No le va a dar tiempo a su reforma, vendrá después un Juan Pablo III que haga volver la riada al cauce”.

En un blog digital de entusiastas de la primavera de Francisco, leo que se lamentan animados por su carisma, quienes dicen así: “Qué lástima, le va a faltar tiempo para culminar las reformas. Tememos que venga después otra vez la restauración ratzingeriana”.

Los anti-bergoglianos se alegrarían de que a Francisco no le de tiempo a consumar la tarea. Los pro-Francisco se impacientan temerosos de que no le de tiempo para decir consummatum est.

Unos y otros necesitarán (necesitaremos) meditar en Semana Santa el sentido exacto del Consummatum est: Todo está cumplido, sí, mas... no todo está consumado, puesto que aún queda mucho por hacer.

Pienso que a Francisco (que tanto repite lo de la prioridad del tiempo largo de discernimiento, más que el control de los espacios de poder) no le preocupa ninguna de estas dos voces (enemigas por defecto o amigas por exceso) sobre la falta de tiempo; ni le inquieta la voz de quienes desean acelerar su final, ni le seduce la de los que le desean larga vida.
Quien ha meditado y predicado, como Francisco, durante muchos años la tercera semana de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio: Pasión de Cristo, confórtame, conoce bien el tema: A Jesús no le dio tiempo, a Jesús se le quedó mucho, o casi todo, por hacer. Jesús muere quedándosele tantas cosas pendientes...

Aunque su muerte-resurrección consuma la obra de la salvación, Jesús muere encargando a sus seguidores la realización en la historia de la misión para la que les entrega su Espíritu al expirar.

Dos gritos estentóreos de Jesús al agonizar y expirar. Grita como fuera de sí. Un grito de queja y un grito de victoria.
Un primer grito que protesta: “¿Hasta cuándo, Padre, hasta cuándo? ¿Por qué, Abba, por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué de este modo? Es el grito de Job. Es nuestro grito, cuando creemos en Dios, no porque resuelva el mal, sino a pesar de que se calla y no lo resuelve como quisiéramos. Es un grito de queja, fuera de sí ante lo insoportable del silencio de Abba.
Y, a continuación, otro grito, el de quien muere “expulsando el último aliento”, “expeliendo (en griego eksepneusen) su espíritu, su pneuma, entregando su espíritu a Abba y entregándonos su Espíritu para que nos haga vivir, dándones la fe en la resurrección como morir hacia la Vida.

Si el primer grito era el desesperado: “¿hasta cuándo, por qué?, el segundo grito es el que clama: “¡Por fin! ¡Al fin!”. Por fin se llega a un fin que es un comienzo. Aunque al crucificado se le quede todo por hacer en esta vida, su vida y misión sin terminar, sin embargo “todo está consumado y realizado”, no hay que añorar pasados nsotálgicos ni soñar futuros idealizados. Es el “hoy” del Presente de la Vida. Es la entrada en la otra cara del presente: ya no hay engaño de muerte y vida, sino vida verdadera resucitada. Muerte, resurrección y ascensión son todo uno en el Pentecostés del triunfo del Espíritu.

Acostumbrados a la traducción de la Vulgata latina, consummatum est: “todo está consumado” (Jn 19, 30), quizás pasa inadvertido el doble sentido tan rico de esa expresión: ya está cumplido y ya está entregado. Por una parte, Jesús muere demasiado pronto, quedándosele tantas cosas por hacer, tantas palabras que decir, tantos abrazos que dar... en el momento de morir hacia la Vida. Por otra parte, la continuación de su obra y la realización del Reinado de Dios está totalmente entregada en manos de la comunidad que se reunirá por su Espíritu. A ella le entrega el Espíritu al expirar el último aliento del suyo, que es el primero de la constitución de su iglesia por el Espíritu. Esta entrega, dramatizada en el brote de sangre y agua del costado abierto, es recibida por Juan y Magdalena, primera comunidad eclesial, amparada por la Madre de Jesús, la Piedad del Descendimiento, que se convierte en Madre de la Iglesia.

Jesús murió quedándosele mucho por hacer, pero su muerte no es una derrota, porque lo principal está cumplido y entregado. La garantía de su continuidad es su propio espíritu, entregado y vivo como Espíritu de Vida del Resucitado. Por eso pudo morir, por una parte, inclinando la cabeza (Jn 19, 30) y, por otra parte, puede morr gritando (Lc 23, 46 Mc 15, 37 Mt 27, 50). Muere gritando un grito de victoria, porque morir es salir fuera de sí para extenderse a todo, es salir de sí para entrar definitivamente en el misterio de la Vida. Morir es resucitar: no como re-vivir, sino como vivir plenamente y de veras en la vida de la Vida.

Ampliación exegética:


(Me disculpo por la extensión de estas líneas; el tema requiere una columna larga, más que un breve post del blog... Me alegraría que nos ayuden a meditar durante Semana Santa).
El cuarto evangelio lo cuenta así: “Cuando probó el vinagre, dijo Jesús: -Queda terminado (tetélestai, queda cumplido, acabado, concluído). Y, reclinando la cabeza, entrregó el Espíritu” (Jn 19, 30).
El momento de expirar Jesús hacia la Vida (muerte y resurrección son simultáneas), es la génesis y entrega del Espíritu. Si se pone la frase en arameo, se expresaría con el mismo verbo: “entregar” (shelem, raíz S-L-M), lo que en griego y latín son dos verbos diferentes: 1) “todo está cumplido-entregado” (gr. tetelestai, lat. consummatum est) y 2) “entregó el espíritu” (gr. parédoken to pneuma, lat. tradidit spiritum). Lo comenta muy bien Abdelmumin Aya, en un libro cuya lectura no me canso de recomendar: El arameo en sus labios, Fragmenta editorial, Barcelona, 2013, pp. 133-136, cap. 22: La consumación).
Marcos relata escuetamente que Jesús muere gritando “¿por qué?”: “A media tarde clamó Jesús dando una gran voz (phoné megále): -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?... Jesús, lanzando una gran voz, expiró (exepnéusen, expulsó el último aliento)” (Mc 15, 34-37). La expresión del “por qué”, dirigida a Dios, está tomada del comienzo del salmo 21 (22), que convierte en oración la queja ante el silencio divino: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado; a pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. De día grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso. Esta oración no es la de quien “tira la toalla, desengañado”, sino la que brota de las entrañas de fe y hace posible la paradoja de “desesperación esperanzada y la esperanza desesperada” (“Noche oscura del alma, eres nodriza / de la esperanza en Cristo salvador...” (Unamuno, El Cristo de Velázquez).
Mateo lo cuenta también recogiendo la tradición del doble grito (phoné megále) de Jesús antes de morir: “A media tarde gritó Jesús muy fuerte: -¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?... Jesús dio otro fuerte grito y exhaló el espíritu (aphéken to pneuma, dejó salir de sí efusión de espíritu” (Mt 27, 46-50). Frente a la incredulidad de quienes retaban a Jesús a bajarse de la cruz milagrosamente (la última tentación) e interpretaban el “por qué me has abandonado” como fracaso, la lectura de fe percibe en el grito estentóreo de Jesús un clamor de victoria, en el que se mezcla la angustia de Getsemaní (Mt 26, 38: aparta de mí este cáliz) con la efusión del Espíritu que había animado el camino de Jesús y animará a sus seguidores para llevar a cabo la misión que él les encargará (Mt 28, 16-20).
Luce en la majestad de tu tormento/ la luz del abandono sin reserva /resignación que es libertá-absoluta/ y el ¡Hágase tu voluntad! Reviste/ con velo esplendoroso tu martirio / Silencio, desnudez, quietud y noche/ Te revisten, Jesús, como los ángeles / de tu muerte; se calla el Dios desnudo / y quieto en su tiniebla. De tu Padre / dentro el silencio fiel tan solo se oye... Unamuno, El Cristo de Velázquez).
Lucas conserva la tradición sobre el fuerte grito (phoné megále) de Jesús al morir, pero las palabras que pone en labios de Jesús son las del salmo 30 (31): “A tus manos encomiendo mi espíritu. Y diciendo así, ex-piró (exekpnéusen).
Volver arriba