En el dia de la liberada familia

Leo la retórica laudatoria de las sacralidades de la familia, en el marco de convocatorias de manifestaciones sospechosamente ambiguas por su guiño al electorado de la crispación, y me acuerdo de la frase de Unamuno: “Cuando oigas alabar exageradamente algo, pregunta contra quién va esa alabanza”. Pero mejor evocar a María, José y Jesús, Epifanía de la Vida, como familia liberada y liberadora. Y dejémonos de manifestaciones crispantes.

Con sólo doce años ya se va de casa Jesús para meterse en el “lío del Abba” (Lc 2,49), que desembocará en el “lío de las redes” (Irse a pescar personas vivas para la Vida: Lc 5, 10). Pero María y José no son posesivos. Son familia que deja crecer. Años después, María, quizás ya viuda, lo tendría difícil. Jesús ha de marcharse camino del Jordán. ¿Familia liberada o acomplejada? Sus hermanos y hermanas menores (Mc 6,3) creen que el predicador se ha vuelto loco y los parientes quieren ir a recluirle (Mc 3,21). Pero él dice, señalando al “grupo de las redes”: “Estos son mi madre y mis hermanos” (Mc 3, 34-35). Uno le quería seguir a medias y Jesús le dice: “El que se queda en el círculo estrecho de la familia no vale para meterse en el lío de mi movimiento de redes por el Reino de los cielos” (cf. Mt 8, 22).

Son exigentes estos pasajes sobre la familia. ¿Los habrán meditado los dirigentes eclesiásticos que predican retóricas sobre la sagrada familia para enardecer a públicos “neo-con”? Pero dejemos a un lado la anomalía de la iglesia en el estado español y volvamos la vista a la “Galilea de los gentiles”. Prefiero recordar hoy concretamente algunas“liberadas familias”.

He visitado a cuatro familias amigas (las llamaré A., B., C. y D., protegiendo su intimidad), que tienen en común el ser atípicas, pero normales y corrientes, además de muy liberadas. Uso intencionadamente la palabra “atípica”, lo más neutralmente posible, sin el mínimo rasgo de discriminación, y subrayo, para mayor garantía de ecuanimidad, que son cuatro familias normales y corrientes.
 
La pareja A no tiene descendencia. Se plantearon en su día la fecundación in vitro, pero desistieron al cabo del tiempo y optaron por la adopción. En el contexto japonés, esto es atípico, porque la sociedad ve con prejuicio la esterilidad, exagera la vinculación genética y no favorece la adopción. Pero ellos son normales y corrientes. Ella como bioeticista y él como ginecólogo ayudan, de hecho, a parejas que eligen un programa de reproducción asistida; pero en su propio caso, por razones personales, han hecho otra opción por la que no se sienten acomplejados. Y tienen derecho a que se les respete...

La pareja B tiene tres hijas y un hijo. Tener más de dos es completamente atípico en Japón; pero el ser atípicos no les impide ser una familia normal y corriente, en el mejor sentido de la palabra. Crecen y dejan crecer. Y tienen derecho a que se les respete...

La pareja C no tiene hijos. Son una pareja estable de igual sexo. Hubieran querido una adopción para formar familia homoparental, pero tropezaron con dificultades legales. En el entorno social son indudablemente una pareja atípica, porque la sociedad no se ha liberado de prejuicios contra las parejas de igual orientación sexual y no ve bien este tipo de uniones; pero la comunidad católica con la que comparten la eucaristía no discrimina, conviven allí normal y corrientemente.Y tienen derecho a que se les respete...

La pareja D es un caso que merece narrarse con más detalle. Bauticé al bebé de la inmigrante surasiática en Tokyo. Abandonada por el marido en su país, trabajaba en un bar y ahorraba para enviar dinero a su madre. Queda embarazada de un cliente japonés, que le exige aborto, pero ella no quiere, desea dar a luz a la criatura. Él se desentiende y la abandona. En su cuarto realquilado y estrecho, veinte personas apretujadas compartimos una pobre comida para celebrar el bautizo del bebé que vió la luz en familia monoparental. Ella conoce meses después a un chico de su país, trabajador en Tokyo, de la misma iglesia y también separado. Él la acepta como es, con su criatura. Merecería llamarse José. Habrá nueva boda. Dice el párroco: ¡Vaya lío sobre los papeles, esto no hay manera de que lo aprueben los canonistas! (“ratos y consumados” los matrimonios anteriores, y por la iglesia ambos). Responde el coadjutor: Pero es la vida. E ironiza ante el teólogo: ¿Qué dicen tus alumnos seminaristas en el examen ante un caso como éste? Pero el teólogo era un dinosaurio postconciliar y contesta: No se arregla con papeles, sino con sentido común y evangélico. ¿Y si frunce el ceño algún doctor canonista, graduado por Navarra? Pues le echamos un latinajo para calmarlo: diremos que se arregló in foro conscientiae, como decía el P. Häring; o sea, que lo que no se puede arreglar de otro modo, se arregla ante Dios en el foro de la conciencia, porque “Dios quiere que vivamos en paz”, como decía Pablo (1 Co 7,15).

El recuerdo de estas cuatro familias liberadas me anima en estos días, precisamente cuando se celebra el misterio de María, José y Jesús, Epifanía de la Vida: la Liberada Familia. Pero leo por internet noticias de mi país donde se reúnen convocados por los obispos bajo el títulus coloratus de exaltar la familia y, de paso, ganar votos para la oposición. Bueno, anomalías de la iglesia en el estado español, que no acaba de hacer la transición, después de más de tres décadas de democracia...
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