Del proselitismo al silencio: cristiandad protegida y cristianismo perseguido

El filme reciente de Scorsese (Silencio, 2017) y su trasfondo en la novela Silencio (1966), de Endô Shûsaku (1923-1996), invitaban a reflexionar sobre el conflicto interior de la fe puesta a prueba en la encrucijada de “martirios y apostasías”. (cf. mis dos posts anteriores).

Pero el examen de conciencia sobre la memoria histórica del cristianismo misionero en sus encuentros y desencuentros con otras cuturas y religiones, aconseja reconocer honestamente las ambigüedades de la misión cristiana cuando la propagación de la fe olvida el respeto a las culturas, confunde la evangelización con el proselitismo y, en el peor caso, se deja utilizar por intereses colonizadores.

Historiadores católicos acredItados como el investigador J. Schütte, especialista sobre san Francisco Javier, han reconocido las ambigüedades de la cristiandad japonesa protegida por gobiernos locales de daimyös regionales con anterioridad al rechazo del cristianismo por parte de las políticas de expulsión de misioneros, prohibición del cristianismo y persecución de los cristianos (1587,1597 y 1612).

Cuando, en 1580, el daimyô (gobernador) cristiano Omura Sumitada cede el puerto de Nagasaki a los jesuitas, crece la situación de cristiandad protegida en algún área de Japón.

En 1587, Toyotomi Hideyoshi promulga decretos controladores de la práctica cristiana y de expulsión de misioneros extranjeros. Se pasa de la situación de cristiandad protegida a la era del cristianismo perseguido, que culmina en el edicto de Tokugawa Ieyasu, en 1612, una de las marcas del aslacionismo japonés durante más de dos siglos

Los historiadores han constatado actos de agresividad misionera y violencia contra la cultura y religión locales por parte de cristiandades en las que la conversión al cristianismo del señor feudal había conllevado conversiones en masa de sus súbditos.

Por ejemplo, en la década siguiente a la conversión del gobernador de Omura (actualmente provincia de Aichi), se registra un aumento de cuarenta mil bautizados y del número de iglesias hasta ochenta y siete, a la vez que se citan actos de destrucción de templos budistas o sintoistas en 13 aldeas de dicha provincia. Este caso es solo una muestra entre la decena de ejemplos que leemos en el Archivum Romanum Societatis Iesu.

Estos hechos son de la década anterior al decreto citado de 1587, en que se critica al cristianismo diciendo que “acercarse al pueblo de nuestras provincias y distritos y convertirlos en sectarios cristianos, hacerles destruir los santuarios de sus divinidades y los templos de los budas es algo inaudito...”

Hoy día nos resulta inconcebible esta intolerancia exclusivista. Pero los europeos del siglo XVI, aunque no tuvieran la facilidad de comunicar rápidamente navegando por nuestras redes mediáticas, sí tenían acceso a la información sobre aquel proselitismo intolerante a través de las cartas de misioneros.

Un reflejo de esa mentalidad en el arte religioso: la estatua inmensa conocida con el nombre de “Triunfadora sobre los ídolos”, que contemplamos en la iglesia del Gesú, en Roma, junto al altar de san Ignacio. Es una imagen de María pisando una serpiente y unos libros paganos. La inscripción reza así: “Camis, Fotoques, Amidas, Xacas
(Es decir, divinidades sintoistas,Kami;Budas; el Buda Amida y el Buda Shakamuni"

Pero el problema del proselitismo exclusivista no se reduce a episodios del pasado. En plena actualidad, y en el contexto de la llamada a una nueva evangelización, los obispos japoneses se han visto confrontados con la irrupción en la iglesia japonesa desde España, Filipinas o Brasil de grupos –supuestamente evangelizadores-, enviados por nuevos movimientos eclesiales (con etiquetas de “carisma”, “catecumenado” “neo-espiritualidad” etc.,.) con características de proselitismo fanático, exclusivismo eclesiástico e intolerancia dogmática y rechazo de la cultura, a la vez que rechazo de las directrices del Concilio Vaticano II.

Otra es la orientación del Papa Francisco, en su carta La Alegría del Evangelio: “Que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura”(Evangelii gaudium, 129).

“No podemos pretender los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia” (id., 118) .
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