"Sí pero no..." y "No, pero sí..." en la retórica vaticana

Una patología que no acaba de curarse en el “manual de estilo” de la Curia vaticana es el doble lenguaje, que deja pequeño al de los políticos japoneses. Lo malo no es el lenguaje anticuado, sino su yuxtaposición (mal articulada) con frases tomadas de otros estilos renovadores, a los que fagocita.

Dos clases de lecturas desde posturas diferentes llevarán a citar el “sí, pero no” o el “no, pero sí”, según las conveniencias de las “dos iglesias” que, hoy por hoy, no dialogan suficientemente entre sí

Un ejemplo tomado del Catecismo del 92: El modo extenso de citar el Catecismo la encíclica Humanae vitae en sus números más controvertidos (HV 11-16), a saber, el fisicalismo y biologicismo de una moral más de actos que de actitudes; el modo de hablar de la vinculación entre lo unitivo y lo procreativo como inseparables, así como la insistencia en usar el término escolástico "intrínsecamente malo" para referirse a todo acto que haga imposible la procreación, etc...

Todo esto hace muy difícil, por no decir imposible, el compaginar esta moral con la del discernimiento cristiano. Ello llevará a muchos creyentes, incluidos teólogos y obispos, a disentir: a estar en desacuerdo, humilde y respetuosamente, pero sincera y responsablemente, con algunos puntos concretos que, por otra parte, sabemos que no son ni cuestión de fe, ni cuestión de pecado, ni cuestión de obediencia a directrices eclesiásticas (lo notaba bien la teóloga Lisa S. Cahill, en Theol.Studies, 50, 1989, pp.120-150).

También en el prólogo del documento Donum vitae (CDF, 1986), se decía que el rechazar algunas intervenciones artificiales, al comienzo de la vida humana, no era por el hecho de ser artificiales, sino a la luz del criterio sobre si respetaban o no la dignidad de la persona. No decía dicho documento que todo lo artificial sea, sin más, rechazable; tampoco afirmaba que todo lo llamado "natural" sea, sin más aceptable. Pero luego, en la parte concreta del documento, al hablar tanto de la contracepción como de la inseminación artificial o de la procreación asistida (fecundación in vitro), aun con gametos de los propios esposos, sacaba conclusiones que no eran coherentes con ese principio general. Pesaba más la moral llamada “fisicalista”, centrada en los actos y en el aspecto biológico de éstos solamente. Se repetía el "si, pero no" y "no, pero sí".

El Catecismo podría haber seguido una línea mejor, ya que al hablar de ley natural evitó cuidadosamente poner como prototipo de ella lo que el ser humano tiene en común con los animales y, en ese sentido, estaba más abierto a la moral centrada en la persona. No ignoraban los redactores del Catecismo este problema. Al hablar de contracepción, lo hicieron casi siempre limitándose a citas de la Humanae vitae, con lo cuál sus textos tienen solamente el valor de esa cita y no mucho más (ya sabemos lo escaso que es; este año se cumplen cuatro décadas de la aparición de ese documento, el que mayor daño causó a la credibilidad papal en el siglo XX)). Y, al hablar de fecundación in vitro, con gametos de los propios esposos, lo hacían con letra pequeña, sugiriendo tímidamente una cualificación teológica distinta.

Pero el problema del doble lenguaje no estaba resuelto, como hoy sigue sin estarlo. Prosigue su curso la patología del “sí, pero no” y “no, pero sí”, en la retórica vaticana. Nos lo ponen un poco difícil a quienes tenemos que estudiarlo y explicarlo, bailando en la cuerda floja de ser críticos, a la vez que respetuosos para con las orientaciones eclesiásticas.

De todos modos, se puede ser optimista pensando que el pueblo creyente tiene sentido común y buen humor, unido al sentido de la fe: estos tres sentidos juntos salvan a la Iglesia en todas las épocas y la ayudan a dejarse llevar por el Espíritu Santo.
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