Contra el vicio de crisparse, la virtud de consensuar

La diferencia horaria entre Tokyo y Madrid me obligó a trasnochar para escuchar de inicio al fin el frustrado debate de investidura en mi país. La crispación impotente de Populares, extraña compañera de cama de la igualmente crispada prepotencia de Podemos, tumbó el consenso de socialismo y civismo, que me había encantado unos días antes cuando, desde el prejuicio de mis lentes orientales, percibía a Sánchez y Rivera como si fuesen un abrazo de conciliación budista y concordia cristianaa.

Creo que también le habría gustado a Adolfo Suárez, amigo de la cita clásica latina: Concordia parvae res crescunt, discordia maximae dilabuntur: Con la concordia crece lo pequeño, con la discordia se derrumba lo grande.

Ni los que hablan de nueva transición, ni los que loan la transición de los setenta, reconocerán que aún está por hacer en el estado español una transición cultural más ardua y lenta que la política: la transición de la cultura de la crispación a la del consenso, de la agresividad taurina a la armonía oriental de los contrarios.

Pero me abstendré de tocar en el blog estos temas de otra incumbencia. Si los traje a colación solo fue como prólogo para compartir la satisfacción que me proporcionaron los colegas budistas del Instituto de la Paz (WCRP, Tokyo) con su acogida de acuerdo con las propuestas de Francisco en Evangelii gaudium, Laudato si y Misericordiae vultus.

Lo que más les gustó de la primera fue la alegría de la fe, que en su tradición se llama “gozo del Dharma” (en japonés hou-etsu, con los caracteres chinos-japoneses de Dharma o Verdad Última y Alegría Interior Profunda).

Lo que más les gustó de la segunda, el énfasis en que “todo está relacionado con todo”, que en su tradición se llama “EN” o interconexión de todo en el Todo.

Lo que más les gustó de la tercera fue la admirable convergencia de la misericordia evangélica (gracia y shalom) con la benevolencia y compasión budista: conjugación de paz interior y paz social, pacificarse y pacificar, ser bendecido por la misericordia que nos trasciende y bendecirnos mutuamente haciendo circular esa misericordia en la sociedad: “Sed misericordiosos como Abba”.


González Fauss, en su artículo de La Vanguardia, señaló atinadamente el peligro de “devaluar una misericordia desnatada” , y aclaró el alcance de “poner el corazón en la miseria”, para no caer en pseudocompasiones o autocomplacencias. Por eso concluía pidiendo seriedad para el Año de la Misericordia con la copla: “Querer al que no te quiere, eso es de verdad querer, que de la otra manera se llama corresponder”.

Es una copla con la que sintonizan budistas y cristianos, pero difícil de asumir, tanto en la cultura japonesa del “do ut des” como en la castellana del “donde las dan las toman”. Jesús y el Buda preferían recomendar que “demos gratis lo que gratis recibimos”...

Pues el caso es que mis colegas teólogos japoneses, al traducir Misericordiae vultus, dudaron entre conmpasión (en japonés, awaremi) y ternura ( en japonés, itsukushimi). Acabaron por juntar ambas palabras. Se ahorra el problema cuando leemos que el mismo Francisco dice que "no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón".

Lo nuevo del mandamiento nuevo de “sed misericordiosos” está, dice Jesçus, en “hacerlo como yo”, es decir, recibiendo el Espíritu de Misericordia y dejándolo pasar a través nuestro y circular como sangre con que nos damos vida mutuamente (“Darnos vida mutuamente” es la definición que da Francisco de la misión evangelizadora, en EG n. 10).

Por tanto, en mi opinón, la mejor traducción equivalente de la misericordia (amor benevolente-gracia-paz-shalom) es la noción budista de benevolencia compasiva o compasión benevolente, capacidad de salir de sí para gaudere cum gaudentibus, dolere cum dolentibus: en sánscrito, la unión de maitri (amistad, amor benevolente) y karuna (compasión), reflejada en los dos caracteres chino-japoneses de la palabra japonesa ji-hi, benevolencia compasiva y misericordiosa.

(Me permito remitir al cap. 32 de Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis: Benevolencia y ternura).
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