En Chile, el Día Internacional de los Derechos Humanos se recordó en el Villa Grimaldi, hoy Parque de la Paz. Iglesia de Santiago bendijo placa conmemorativa en simbólico excentro de tortura y crímenes de la dictadura cívico militar
La placa, explicó el sacerdote Daniel Panchot, es “un grito visible para que este pasado nunca se repita” y para que el compromiso con los derechos humanos sea permanente en la vida del país.
El obispo auxiliar de Santiago, Álvaro Chordi, con palabras llenas de espiritualidad y convicción social, recordó que la Iglesia tiene una deuda moral con la memoria y la justicia.
| Aníbal Pastor N. Corresponsal en Chile.
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, 10 de diciembre, la Villa Grimaldi volvió a ser escenario de un momento profundamente significativo para la historia reciente de Chile. A las 12:00 horas, líderes religiosos, extrabajadores de derechos humanos y familiares de víctimas se congregaron en el antiguo centro de detención y tortura para asistir a la ceremonia de colocación y bendición de una placa conmemorativa del Arzobispado de Santiago que reivindica la memoria y la dignidad de quienes sufrieron en este lugar.
El acto comenzó con palabras de bienvenida a cargo de Juan Carlos Oliva, quien destacó la importancia de mantener viva la memoria histórica, especialmente en un sitio donde el silencio de la violencia intentó borrar las voces de quienes clamaban justicia.
También dieron sus testimonios los extrabajadores del Comité Pro-Paz, Álvaro Varela y Pancho Ruiz, quienes recordaron que su trabajo estuvo inspirado por la fe y el compromiso cristiano,. Eso les permitió desafiar el miedo y la represión para brindar apoyo a las familias de detenidos y desaparecidos. Sus historias resonaron con fuerza entre los asistentes.
La fuerza de un mensaje espiritual y social
Luego, el momento central de la ceremonia fue la intervención de Monseñor Álvaro Chordi, Vicario Episcopal de Pastoral, quien intervino a nombre del arzobispo de Santiago, Fernando Chomali que aún permanece en Roma donde fue hecho cardenal recientemente.
Chordi, con palabras llenas de espiritualidad y convicción social, recordó que la Iglesia tiene una deuda moral con la memoria y la justicia. Subrayó la importancia de la labor de la Vicaría de la Solidaridad y su continuidad en el Informe Valech, que destapó las atrocidades cometidas durante el régimen.
“Este lugar nos interpela desde su silencio y su historia. Aquí no solo se violaron derechos humanos; aquí se quiso silenciar la dignidad misma del ser humano. Pero también aquí surgieron las voces valientes de quienes, desde su fe, desafiaron la oscuridad con la luz de la verdad”, afirmó el obispo.
Posteriormente recordó versos de la “Cantata de los Derechos Humanos” escrita por el padre Esteban Gumucio, hoy en proceso de canonización y concluyó pidiendo mantener su legado que sigue vivo porque, como dice unos de los temas de dicha obra musical "No nos robarán la esperanza".
El acto simbólico y la música que sana
El descubrimiento y la bendición de la placa fue un momento de recogimiento profundo. Al hacerlo, los asistentes parecieron renovar su compromiso con la verdad y la justicia, abrazando una memoria que no se detiene en el dolor, sino que busca sanar y construir.
La ceremonia concluyó con un breve concierto de la violinista Julia Robert, cuyas melodías llenaron el espacio de una emoción serena. Fue un recordatorio de que, incluso en los lugares más oscuros, el arte puede ser un puente hacia la reconciliación y la esperanza.
Villa Grimaldi
Villa Grimaldi, conocida en tiempos de la dictadura como "Cuartel Terranova", es uno de los lugares más emblemáticos y dolorosos de la memoria histórica de Chile. Este sitio, ubicado en Peñalolén, fue uno de los principales centros de detención, tortura y desaparición de personas durante el régimen militar que gobernó el país entre 1973 y 1990.
Miles de hombres y mujeres fueron llevados a este lugar tras ser detenidos por razones políticas, enfrentando condiciones inhumanas y brutales violaciones a sus derechos fundamentales. En sus estrechas celdas, apodadas "casas correccionales", y en espacios como la "torre" o los "buzones", los prisioneros sufrían interrogatorios bajo tortura, mientras sus familiares permanecían en angustiosa incertidumbre sobre su paradero.
Pero Villa Grimaldi no solo fue un espacio de horror; también se convirtió en un símbolo de resistencia y de la capacidad humana de aferrarse a la esperanza. Religiosos, intelectuales, obreros y estudiantes compartieron aquí el sufrimiento, pero también la fortaleza para mantener viva la dignidad frente a sus verdugos.
Hoy, convertido en el Parque por la Paz Villa Grimaldi, este espacio no solo recuerda el pasado, sino que educa y sensibiliza sobre la importancia de la defensa de los derechos humanos. A través de memoriales, exposiciones y actos conmemorativos, Villa Grimaldi se alza como un testimonio vivo de la necesidad de justicia y verdad, un lugar donde la memoria lucha contra el olvido y donde se reafirma el compromiso de que crímenes como estos nunca vuelvan a repetirse.
TEXTO COMPLETO DE LA INTERVENCIÓN DE MONS. ÁLVARO CHORDI
Palabras de Monseñor Álvaro Chordi, obispo auxiliar de Santiago, en la ceremonia de colocación y bendición de la placa conmemorativa de los derechos humanos en Villa Grimaldi.
Peñalolén, 10 de diciembre de 2024
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Nos reunimos hoy en este lugar cargado de memoria, en el que los ecos del sufrimiento y la injusticia claman por verdad, justicia y reparación.
Esta ceremonia, más que un acto simbólico, es un compromiso con nuestra historia y con la defensa inquebrantable de los derechos humanos, tal como nos lo exige nuestra fe.
Estamos en Villa Grimaldi, un lugar donde el horror del pasado no puede ni debe ser olvidado. Por eso, hoy es un Parque para la Memoria. Aquí, hombres y mujeres fueron torturados, desaparecidos y ejecutados. Incluso, religiosos y religiosas comprometidos con su fe y su vocación al servicio del Evangelio, también sufrieron persecución y violencia por mantenerse fieles al mensaje liberador de Cristo, en tiempos que comenzaba a implementarse el Concilio Vaticano II y las enseñanzas de la Conferencia de Obispos de Medellín.
Hoy, cuando conmemoramos el Día Internacional de los Derechos Humanos proclamado por las Naciones Unidas, descubrimos y bendecimos esta placa, para rendir homenaje a quienes lucharon por la vida y dignidad de las personas.
Reconocemos el valiente trabajo de la Vicaría de la Solidaridad, una obra de la Iglesia que, con dignidad y valentía, defendió la vida y los derechos fundamentales en los tiempos más oscuros de nuestra nación.
También recordamos el Informe Valech, que lleva el nombre de quien fuera el último Vicario de la Solidaridad y que nos confronta con las heridas que aún duelen, pero que es un paso imprescindible hacia la reconciliación y la verdad, y para que las generaciones futuras no olviden nuestra historia.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos recuerda que los seguidores de su mensaje no están exentos de persecución. Más aún, nos asegura que esas pruebas se convierten en oportunidades para dar testimonio de la fe. “Manténganse firmes y se salvarán”, nos dice. Esa firmeza es la que honramos hoy, en los trabajadores del Comité Pro-Paz y de la Vicaría de la Solidaridad, en las personas comprometidas en organizaciones de Derechos Humanos como las agrupaciones de Familiares de Detenidos-Desparecidos, de Ejecutados Políticos, y de tantas otras, además de ciento o quizás miles de agentes pastorales y personas de buena voluntad que, desde su lugar, fueron testigos de la verdad y la justicia.
El padre Esteban Gumucio, pastor y poeta, que con su obra siguen iluminando nuestro camino, nos legó palabras que hoy cobran especial sentido.
En su “Cantata de los Derechos Humanos”, escribió a petición del Cardenal Raúl Silva Henríquez, en 1978: “Dichosos los que lloran / con lágrimas de otros. / Benditos los que luchan / con fuego en las entrañas / para que nadie sea esclavo. / Benditos los que aman la justicia / porque conocerán a Dios.”
Que esas palabras resuenen en este lugar como un llamado a continuar su legado, siendo portadores de amor, justicia y reconciliación, y para que nosotros asumamos el compromiso de que “no nos robarán la esperanza”.
Hermanos y hermanas, el acto de hoy no es solo un recuerdo del pasado; es una promesa para el presente y el futuro. Como Iglesia, debemos ser voz profética en el mundo, denunciando la injusticia y defendiendo la dignidad humana. Nuestra fe nos llama a acompañar a los más vulnerables, a consolar a los que sufren y a alzar la voz por aquellos que han sido silenciados.
Que esta placa sea un testimonio vivo de nuestra historia, y nos inspire a ser sal y luz, aún cuando ello implique sacrificios y desafíos. Y que nunca olvidemos que, como discípulos de Cristo, estamos llamados a transformar el mundo con amor, con compasión y con compromiso.
Pidamos al Señor que nos dé fortaleza para cumplir esta misión, y que María, nuestra Madre, que en estos días nos anima en la esperanza con el fruto de su vientre, nos guíe siempre en este camino e ilumine a nuestra Iglesia, especialmente a nosotros, los pastores, que tenemos el deber de guiarla.
Muchas gracias. Que Dios les bendiga.