Entre vosotros el que quiera ser el primero... Antonio, el cura de Berlanga y su compañía
Estar en la playa en Chipiona, junto al santuario en la casa de oración de los franciscanos, es un misterio de luz y mar, que trae a la orilla imágenes para no olvidar y dejarlas entrar con gozo en lo profundo de uno mismo, como voz de lo trascendente en lo ordinario de la vida. Ayer el cardenal Ayuso en una conversación me animaba a poner en escritos estas señales que nos llegan y acarician en este lugar oculto y sencillo. Puedes estar en la playa, en el lugar donde está habilitado el paso y la ayuda para que los que tienen minusvalía fisica puedan acceder al mar y gozar de lo que todos tenemos. Puedes ver a un señor no muy alto, vestido sencillo, junto a otro que se acerca en silla de ruedas, acompañado de una señora y de otro hombre que también se apunta a ayudar al equipo. Da gusto ver este lugar de integración y acogida para todos. Y a mí me alegra de que el que está detras de este grupo sea el cura de Berlanga, mi compañero Antonio que conocía siendo pequeño en el seminario menor de Badajoz, al que le impartí clases de teología más tarde y con el que comparto el presbiterio y la misión ahora. Gozo con la humildad y naturalidad que vive y hace las cosas, sin faltarle nunca el humor.
Antonio, el cura de Berlanga
No hace mucho tiempo que mi compañero Antonio asumió la responsabilidad de la parroquia de Berlanga y Maguilla. Antes había estado en la zona de Alburquerque y la Codosera. Natural de Hornachos, uno de los motivos de su cambio fue de razón familiar para estar más cerca de su familia y poder atender las necesidades de padre que sufre dependencia total. Ya el año pasado coincidimos en este paraje tan idílico de la casa de oración del santuario de Regla y compartimos algunos momentos, el venía con otros compañeros que están cercanos al movimiento de los Focolares y su espiritualidad de comunión y unidad. Al ver las condiciones de esta casa y de esta playa enseguida pensó que aquí podía venir con algunos miembros de su parroquia, de las personas más cercanas.
Ahora está aquí acompañado con por José Manuel, que tiene que moverse con su silla de ruedas, su esposa Marivi, y otro parroquiano, José Manuel, que vive solo en el pueblo y al que le tiene una estima especial por su bondad humana, sus sufrimientos y disponibilidad desde en debilidad. Los cuatro forman un conjunto de estampa evangélica que no tiene precio. Yo no dejo de observarlos y de contemplar ese sentir evangélico que traspasa su realidad y que se hace testimonio y mensaje profético.
El reino de los cielos se parece a este modo de relacionarse, de ayudarse, de gozar juntos del descanso. Un modo que es universal y sin límites que sabe hacer de la realidad de la cruz monte Tabor. Los veo gozar, reír, caminar juntos, ir a la playa que está muy bien acondicionada para las dificultades físicas, comerse las sardinas con las cervecitas, celebrar la eucaristía en el santuario, unirse a los demás residentes en conversaciones y cantos. Y yo me siento orgulloso de que un compañero mío sepa ser cura de esa manera, oler a oveja y estar con los suyos, compartir su tiempo de descanso con aquellos que de alguna manera prefiere y con los que comparte sus limitaciones.
Pienso en estos tiempos de penuria vocacional, de malos mensajes sobre los sacerdotes publicados y cacareados, en el cansancio de más de uno en el ministerio, y me ayuda a descansar y a orar en la alabanza de este hermano que está siendo ejemplo para mí y para los demás que estamos descansando por este lugar tan acogedor y sereno. Hoy salen de vuelta para su pueblo, Berlanga, han sido pocos días, y me sorprende la alegría y agradecimiento que llevan por dentro y que manifiestan a todos. Ellos han dejado en nosotros una huella de luz y de vida, les prometo que cuando pase por la carretera a Granja entraré para estar con ellos, tomar un café y volver a cantar juntos. Gracias, Antonio y compañía.
José Moreno Losada.