Cristo: oración, ayuno, limosna... de Dios Cristo es Dios hecho silencio, ayuno y limosna
Cuaresma en Cristo: La oración, el ayuno y la limosna no pueden entenderse fuera del ser y el hacer de nuestro Dios, del Padre. Ha sido Él quien se nos ha manifestado en Jesús de Nazaret, abriéndonos las puertas hacia la palabra de Vida que hace eco en su silencio, hacia el ayuno que prepara para la plenitud y el gozo, hacia la pobreza que enriquece en la generosidad sin límites, en la riqueza de lo divino hecho humano y de lo humano divinizado. Cristo es la palabra del silencio de Dios, el pan de su ayuno y la riqueza de su pobreza que nos enriquece.
| José Moreno Losada
EL SILENCIO DE DIOS Y EL DIOS DEL SILENCIO
En el fundamento de estas claves cristológicas –oración, ayuno y limosna- que se nos ofrecen en la comunidad cristiana está para nosotros la revelación del Dios de Jesucristo. Dios, el todopoderoso, no se nos ha mostrado desde el ciclo de la naturaleza, como hacedor de un mundo y dueño de la humanidad separado de la vida y la historia, sino que se ha revelado en su modo hacer y ser en relación con la humanidad y con el mundo. Ahí se nos ha manifestado como Padre y, sólo desde ahí, como creador. Esta paternidad de Dios viene dada para nosotros, según Cristo, en una actitud teológica transversal en la que muestra su vinculación y religación con la realidad en la donación y en la gratuidad:
- LA PALABRA DADA Y LA ESCUCHA DIVINA:
Dios ha creado por amor y para el amor, por desbordamiento de su corazón y su ternura. Su palabra es fecunda y entregada, es palabra dada a favor de otros como promesa y felicidad (Gn 1). Y una vez dicha su palabra y creada se pone a la escucha de la humanidad y sus necesidades, en medio de la naturaleza, como un servidor en silencio, dándonos todo el protagonismo. Por eso busca a Adán y Eva en el jardín cuando los ve perdidos (Gn 3), por eso escucha el grito y el dolor del pueblo en Egipto (EX 3), por eso habla con sus profetas y los envía al pueblo, por eso siempre está atento a la oración del hombre, especialmente del pobre y el herido en el camino de la historia. Y por eso se silencia en la humanidad de Cristo (Flp 2, 5-11) para compartir todo con la humanidad, menos el pecado, y recibir todo lo que le duele, le cansa, le agobia, le destruye. Lo toma todo como propio en su hijo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Por eso Jesús nos ha enseñado a orar como él: “Padre nuestro…” (Lc 11,1-6), a construir nuestra dimensión orante en silencio contemplativo.
- EL AYUNO DIVINO PARA GLORIFICAR LO HUMANO:
Dios no ha conducido la historia por la vía del poder y la gloria a la luz de los hombres. Ha silenciado ese poder, se ha puesto en pie junto al pueblo en el desierto para ir con ellos a conquistar su libertad, ha entrado en todas sus necesidades y dolencias, en sus fracasos y pérdidas. Ha ayunado de su gloria para que la humanidad encontrara la verdad y la vida, ha ayunado de su poder para atraernos con lazos de ternura y cariño (Ez 16). Y, por último, “ha ayunado de su categoría de Dios, se ha despojado de su rango, para hacerse uno de tantos en Jesucristo, llegando incluso a la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,6-11). Ha ayunado de sí mismo para hacer comida de nuestra mesa y llevarnos de la muerte a la vida. Su ayuno nos ha dado el pan de la vida eterna. Por eso nos invita al ayuno de su Hijo: “el que quiera ser el primero que sea el último, el que quiera ser el jefe que sea el servidor de todos” (Mc 9,30-37). Ayuno del éxito y el ruido mundano para llenarnos de su gracia y su luz.
- LA RIQUEZA DE DIOS ES SU POBREZA:
Frente a los dioses de la naturaleza y de los sabios, el Dios de Jesús no pide, ni exige, no quita, ni se apropia de nosotros mostrando su poder y su riqueza. Escandalosamente es el “Dios que se da” y que se muestra como “Don”. Su riqueza no está en apropiarse y acumular, sino en darse y deshacerse para que los demás se enriquezcan y se divinicen con su amor y su gracia: “Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios (Lv 26,12-13)… no os he elegido por ser un gran pueblo, erais el más pequeño de los pueblos, os elegí por puro amor”(Dt 7,8). Su riqueza somos nosotros, y su voluntad es hacernos hijos queridos suyos para que todo lo suyo sea nuestro y podamos gozar de su divinidad. Y en el colmo del asombro y la donación, se olvida de sí mismo, se silencia en su poder –“no abría la boca, como dice el profeta (Is 53,7)- para que nos llegue la vida. Nos paga nuestros pecados y nuestras idolatrías –prostituciones- enamorándonos de nuevo, seduciéndonos con su perdón sin límites (Ez 16). En Cristo la limosna ha sido definitiva y terna: “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. Ayuno del asegurarnos, poseer y acumular.