Mi fuerza se realiza en la debilidad Enmanuel, una señal para la Iglesia

Un nuevo tiempo litúrgico navideño para hacernos más verdaderos y auténticos eclesialmente. El camino de la de la debilidad significativa nos ayudará a entrar en la verdad del misterio de la encarnación del Dios que se ha hecho fuerte en la donación de lo pequeño con la radicalidad de lo absoluto. La fidelidad de la pequeño se hace fuerza divina que salva.

ENMANUEL: Hacia un “nosotros” cada vez más grande.

(Desde las reflexiones elaboradas por la asociación de sacerdotes del Prado)

Encarnación y coloquio

Anunciacion

La navidad vuelve a ponernos en el deseo radical de la iglesia que quiere encontrarse con todo lo humano para anunciarle la buena notica de una salvación concreta y encarnada. Pero no es posible vivir y proponer la fe en Jesucristo encarnado, el de Nazaret, sin una clara voluntad de diálogo con el hombre y el mundo de nuestro tiempo. Jesús nacido en Belén es la clave de un Dios coloquial y cercano, de lenguaje de calle y de vida. La estructura de la fe es profundamente dialogal: diálogo y encuentro con Dios, con el mundo y los hermanos. La Navidad nos interpela para que estemos eclesialmente dispuestos a aprender de nuevo el “lenguaje” de nuestro pueblo, para que nuestro testimonio y nuestro anuncio de Jesucristo sean inteligibles. San Pablo VI lo decía con admirable lucidez: “La evangelización pierde mucha de su fuerza y de su eficacia, si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su lengua, sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, si no llega a su vida concreta” (EN 63).

La vivencia y el anuncio de la fe supone conectar con las experiencias y expectativas de las personas (escucha, empatía…). El anuncio de Jesucristo parte de lo real-concreto de cada persona y necesita de medios-procesos que lleven a buen puerto el encuentro con Jesucristo. La Navidad es una invitación a la aproximación al otro como hermano y compañero de camino, que compartimos vida e historia, origen y destino. Para ello hemos de profundizar en nuestro propio ser creyentes y enfrentarnos a la tensión de aquello que es obstáculo para creer hoy. En este  momento, nos cuesta dar autoridad a Jesucristo sobre la totalidad de lo humano. Nos cuesta aceptar la alteridad como gracia; nos cuesta reconocer que necesitamos del Otro y de los otros. Y nos cuesta entrar en el gran signo mesiánico de que los pobres son evangelizados (cf Mt 11,5, Lc 4,18). “Y al centro de todo, el signo al que Él atribuye una gran importancia: los pequeños, los pobres son evangelizados, se convierten en discípulos suyos, se reúnen ‘en su nombre’ en la gran comunidad de los que creen en Él” (EN 12). “Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres” (EG 48). La navidad nos invita a convertirnos a la comunidad de los pobres y de los sencillos como criterio de veracidad de una iglesia encarnada.

La vuelta al Dios hecho carne en Belén que salva

nacimiento

Hemos de volver a Jesús de Nazaret, el Dios hecho carne en Belén, que aporta luz y salvación a la vida de los hombres. Benedicto XVI solía decir (cf discurso en Colonia, 18-08-2005, JMJ) que Jesucristo no quita nada al hombre, sino que lo da todo. La fe en Jesucristo tiene en cuenta la experiencia y las expectativas de las personas y las conduce a su plenitud. “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado” (GS 22). El tiempo de navidad nos recuerda que ahora es el momento de mostrar-visibilizar que creer en Jesucristo humaniza la existencia, creer en Jesucristo hace nuevas todas las cosas. “Porque si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás” (Rom 10,9).  Es el momento de mostrar los “beneficios” del creer. La fe hace posible lo imposible. La fe es siempre donadora de sentido y esperanza, es fuente de humanidad. La fe es generadora de verdad, bondad y belleza. La nueva apología que precisa este momento es presentar la fe en Jesucristo como dadora de sentido en las alegrías y penas de los hombres, especialmente de los más pobres (cf GS 1). Urge poner de relieve el carácter sanante y recuperador de la fe en Jesucristo. El nacimiento de Jesús nos redescubre la fe como instancia crítica frente a todo lo real: anuncia la salvación y la soberanía de Dios, y desde ahí el valor sagrado de la persona humana y la denuncia de todos los ídolos. Los ídolos ocupan el lugar que sólo a Dios le corresponde y generan víctimas y sufrimiento.

En la vida cristiana todo brota de la contemplación y acogida del misterio del Verbo encarnado, muerto y resucitado. El misterio de la Encarnación que centra este tiempo litúrgico, unido a  la Pascua, nos revelan que en Jesucristo Dios se ha hecho el menor, el último para ofrecernos a todos la salvación desde el pesebre: “El cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,6-8). “Pues ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8,9). “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).

Desde la debilidad y la minoridad

Iglesia

Por eso, entendemos que el Señor, desde el pesebre y envuelto en pañales, nos está pidiendo que sigamos avanzando por el camino de la “minoridad” evangélica. Igual que su Maestro, la Iglesia existe “para que tengan vida y la tengan abundante –en especial los más pobres-” (Jn 10,10). La Iglesia se siente corresponsable de la construcción de la sociedad civil y se sitúa en ella como “servidora de los pobres” (cf documento CEE); la Iglesia se alegra de todos los avances que mejoran la vida de los hombres sobre la tierra. “La Iglesia reconoce cuanto de bueno se halla en el actual dinamismo social… El Concilio aprecia con el mayor respeto cuanto de verdadero, bueno y justo se encuentra en las variadísimas instituciones fundadas ya o que incesantemente se fundan en la humanidad... Comprende la Iglesia cuánto le queda aún por madurar, por su experiencia de siglos, en la relación que debe mantener con el mundo” (GS 42, 43).

Cuando somos conscientes de nuestra radical debilidad y de la fragilidad de la comunidad de hermanos, entonces podemos ser testigos de la inescrutable riqueza de Jesucristo.  “Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad” (2 Cor 12,9). La fe en Jesucristo nos permite asumir nuestra radical debilidad y la de la Iglesia, pero reconociendo que es una debilidad pascual, una debilidad donde el Señor se manifiesta crucificado y glorificado. Hoy siguen siendo necesarios aquellos pastores de Belén, que en la mayor de las debilidades y en medio de dificultades de pobreza e insignificancia fueron los apóstoles que supieron llevar la noticia del nacimiento del salvador. Hoy hemos de hacerlo en las circunstancias actuales, pero con las actitudes de aquellos pobres pastores:

 . En la vieja Europa es evidente la consciencia de pertenecer a una comunidad cristiana que se debilita y decrece por momentos. Somos una Iglesia “debilitada” en una sociedad aparentemente poderosa; somos una comunidad cristiana “aminorada”, cuantitativamente “menor”.

. Experimentamos con dolor una cierta esterilidad pastoral; nos cuesta mucho engendrar nuevos hijos en la fe. Nos cuesta mucho compartir con las nuevas generaciones el tesoro de la fe. Experimentamos cada día aquello de “mucho trabajo y poca labor”.

. Esa debilidad y aparente esterilidad, en ciertas condiciones, pueden ser un kairós. Por ejemplo, el contexto hipercrítico en el que se desarrolla nuestra vida de fe y el clima social de desprestigio institucional pueden ayudarnos a despojarnos de adherencias espurias, a purificar el rostro de nuestras comunidades cristianas y a centrarnos en lo esencial.

. Intuimos que también en este contexto histórico podemos llegar a ser evangélicamente significativos en nuestra “minoridad”, en el dinamismo del grano de mostaza o de la levadura (Mt 13,31-33). El resto de Israel era una minoría pobre del pueblo, pero una minoría cargada de futuro, capaz de devolver la esperanza al pueblo entero por su plena confianza en Dios. También nosotros podemos llegar a ser, en nuestra debilidad, una “minoría significativa”, como aquellos pastores de la navidad auténtica.

comunidad

En este tiempo litúrgico nos sentimos invitados de un modo especial a cultivar con esmero nuestra identidad más radical de creyentes en Jesucristo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1). Escuchemos en este tiempo de gracia y de alegría navideña, al contemplar la presencia del Dios de la vida y de la historia en la ternura del niño nacido en Belén, la invitación del pastor de la iglesia que habla también junto al portal: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo” (EG 3).

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