No retuvo para sí la categoría divina, se despojó de su rango...como uno de tantos Marco divino para un tiempo de sufrimiento y dolor: Semana Santa

La dimensión Kenótica y débil de Jesús de Nazaret se muestra como presencia real y sacramental de la vulnerabilidad de Dios que se hace fuerte en lo débil. Tomo esta reflexión viva de mi compañero Antonio Sáenz Blanco en torno a la vulnerabilidad de Dios que él conoce desde el ejercicio de su ministerio sacerdotal tanto en Perú como ahora en el barrio del Cerro de Reyes en Badajoz. Considero que es un buen marco para situar esta semana santa que  nos llega.

UN DIOS VULNERABLE

Antonio en Celendín

Desde el mismo relato de la creación, los autores de los libros del Antiguo Testamento expresan su fe en la grandeza de Dios. El pueblo de Israel lo aclama,  lo teme, lo invoca. Lo cree grande, fuerte; nada escapa a su alcance. Por eso, incluso se atreve a reclamarle cuando parece que traiciona su poder y no actúa beneficiándole.

Desde esta concepción de grandeza, a pesar de que Dios va dando muestras de preferencia y preocupación por los débiles, el pueblo esperaba impaciente la llegada de un Mesías fuerte,  signo de un Dios todopoderoso. Pero resulta que viene Jesús y ¡plofff!; esto se desvanece, lo que provoca el correspondiente rechazo en sectores religiosos y sociales. Jesús no responde al modelo esperado, sino que “siendo de condición divina,  no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario de desojó de su rango y  tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz” (Fil 2, 6-8). Jesús visibiliza a un Dios que asume nuestra naturaleza, abajándose hasta más no poder.  El que había divinizado al hombre haciéndole partícipe de su grandeza, acoge ahora, en Jesús, la condición humana en toda su integridad, excepto en el pecado, por lo cual también hace suya la debilidad, característica humana inexcusable . El “Dios todopoderoso”, como tantas veces repetimos en nuestras oraciones, se ha hecho vulnerable en la persona de Jesús. Desde el pesebre hasta la cruz y el sepulcro, pasando por muchas situaciones de su vida, así es mostrado por los autores de los evangelios. El Dios que se manifiesta en Jesús queda sometido a las circunstancias espacio-temporales, a la intemperie de la existencia, a la limitación,  a la voluntad humana capaz de atentar contra la dignidad y la vida de las personas, al sufrimiento y hasta a la muerte. Esa vulnerabilidad le va a llevar, desde  una espiritualidad de la protesta, a clamar desde la cruz, el gran grito desgarrador: “¿por qué?”

Su vulnerabilidad no desembocó en una  postura de resignación, sino que se afanó denodadamente por hacer el bien y combatir el mal.

Aunque pueda parecer lo contrario, considero que es reconfortante para nosotros esta situación de debilidad, de vulnerabilidad de Dios. La interpretación de un Dios todopoderoso como aquel que puede superar de un plumazo cualquier adversidad y  vencer instantáneamente toda fuerza maléfica hace surgir una cuestión dialéctica de difícil solución. La ausencia de actuación por parte de Dios ante el mal presenta una terrible disyuntiva. Si es todopoderoso y no actúa, se puede afirmar que no es tan bueno, que es insensible ante el sufrimiento de las personas; pero si está actuando y el mal sigue, la conclusión lógica lleva a pensar que no es todopoderoso.

Esa visión del  Dios del poder se manifiesta estos días en cadenas de oración y exposiciones con custodias en plazas, terrazas y otros lugares inverosímiles. Parece como si Dios estuviera dormido y hay que espabilarlo. Da la impresión de que se utiliza la custodia como si tuviera la misma misión que los camiones que pasan desinfectando las calles.

Pienso que coincidimos en que Dios no ha causado esta pandemia, ni la quiere y hasta me atrevería a decir que ni la consiente. Esto escapa a su voluntad; si no fuera así volveríamos de nuevo al lio anterior. ¿No tiene entonces sentido rezar?  Claro que lo tiene. Entre otras cosas, en la oración compartimos con Dios nuestros miedos, deseos, desánimos, esperanzas, compromisos… Lo que no podemos pensar es que Dios necesita nuestras peticiones para actuar. Él siempre está ahí, de una manera misteriosa, pero real. Y, sin duda, ahora nos anima  a hacer lectura creyente de la realidad sufriente que nos conmueve, entre la que también hay, por cierto, mucho de positivo. Ojalá seamos capaces de descubrir cómo vivir esta realidad desde la fe en un Dios siempre amante de la vida en autenticidad. Pienso que Él nos llama a expresar nuestra fe adentrándonos en los caminos de la compasión radical, encontrándonos con Él en tantos rostros sufrientes y también en multitud de gente que desborda entrega y servicio generoso. En ellos y con ellos tenemos la ocasión de celebrar el proceso de muerte-vida que caracteriza la Semana Santa.

La persona vulnerable sabe que necesita del otro. Como la vulnerabilidad es característica de nuestro ser estamos aprendiendo en estos días cómo nos necesitamos unos a otros. Todo y todos estamos interrelacionados y en dependencia mutua. Al  hacerse vulnerable, resulta que Dios también necesita  de nosotros, cuenta con nosotros para transformar la realidad y lograr la aparición de un mundo nuevo, distinto, justo y lleno de vida para todos. No le defraudemos.

Hemos de terminar con una invitación a la esperanza. Es Dios quien nos mueve a ello: “mi fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor. 11,9).   En Él confiamos y con Él nos comprometemos, especialmente en favor de los más vulnerables, que son sus predilectos, sus representantes.

                                                                                               Antonio Sáenz Blanco

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