Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" (Ed. PPC) Mirar y conmovernos... Curar, sanar, abrazar. Domingo Laetare. IV Cuaresma

Mirar y conmovernos... Curar, sanar, abrazar.   (Domingo Laetare. IV Cuaresma
Mirar y conmovernos... Curar, sanar, abrazar. (Domingo Laetare. IV Cuaresma José

Ver y conmoverse

 

La mirada de Dios tiene fuerza curativa, se adentra y se enraíza en las entrañas compasivas, propias de un corazón que se conmueve. Es la visión que sólo atiende a lo bueno de la realidad y que con su mirar sana lo profundo de lo que es contemplado, lo rescata para la novedad de la vida frente a la muerte. Y “vio Dios que era bueno” se convierte desde la creación en la letanía de la fe que provoca esperanza y amor. El reto de sentirse mirado por él y descubrir su amor entrañable por cada ser humano es la clave de la salvación que sana, cura y libera al que está roto y perdido.

DOMINGO IV DE CUARESMA ( LAETARE)

Lucas 15,1-3.11-32

En aquel tiempo solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros"'.

            Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; poned un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron el banquete.

            Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando, al volver, se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Un hecho de vida

 Ante la parábola de la misericordia y el perdón de Dios recuerdo un hecho de vida reciente. Ante la problemática de un sacerdote, su obispo, con mirada y compasión de pastor, se dirige a la comunidad cristiana compartiendo sus sentimientos y eso me lleva a la reflexión y la oración.

Obispo Plasencia

Queridos Ernesto y Alfonso, pastor y hermano

“De un modo privado, Ernesto – así pides que te llamemos- te he agradecido el modo y la actitud con la que te has situado ante la problemática generada por el suceso del sacerdote, compañero, Alfonso. Agradezco, sin ser yo de la diócesis, el gesto de dirigirte desde la dureza del momento para todos, desde un dolor compartido y un sentir evangélico y eclesial, que también eso es sinodalidad. Yo también como sacerdote y paisano extremeño me uno a ese dolor, en esos niveles de sufrimiento y escándalo, de herida y duelo del compañero y su familia, imagino el sentir de sus parroquias, las presentes y las pasadas.

Lo que conozco del sacerdote me daba detalles de ser una persona discreta, callada, preparada y con sus opciones propias, imagino, que yo no conocía y en las que no hemos coincidido en tareas apostólicas. Ahora aparece este hecho y situación, y de pronto el juicio está totalmente hecho y todo parece perdido. Los medios se encargan de dar el certificado absoluto, bajo la capa de presunto, y fieles al modo de informar hoy en todos los casos, no solo en este, hubiera sido lo mismo con un ministro o con un guardia civil, aunque el caso del ministerio sacerdotal le señala de un modo especial en nuestros contextos. Sin embargo, entiendo que no todo es basura en él, y que nada de lo bueno que hay en su vida y haya hecho por los demás deja de serlo, aunque hoy conozcamos esta impureza que se ha hecho pública. Algunos comentan que la sospechaban, no sé si habría comentarios, pero imagino, solo él lo sabrá, que a lo mejor –peor-  nadie se ha acercado con sinceridad de corazón a interpelarle como hermano e intentar acompañarle en el deseo de su cambio en aquello que le destruía a él y podía destruir a los demás, lo que hace daño humano y eclesial.

Yo compañero, sin tener mucha cercanía contigo, no tengo nada contra ti, y tu propia realidad me interpela para el cuidado de mi persona y mi ministerio. Estamos viviendo nuestro ministerio en un contexto, cultura, sociedad, a veces también, en una Iglesia, que hace aguas por mil lugares, y aquí somos todos tentados y llamados a mil cosas que nos sacan de nuestra opción, nuestro equilibrio, la fraternidad apostólica y la verdad agraciada del evangelio bien vivido y gozado. Nos metemos poco a poco en la “profesión” y en nuestros menesteres, cada uno con los “suyos”, que de todos hay, y nos alejamos de la comunidad verdadera, del mensaje que nos cura, que nos libera, y nos salva, a nosotros y a los demás y nos come la debilidad llevándonos a lo contrario de lo que amamos y queremos como decía San Pablo. Yo también lo he sentido, también me he parado en más de una ocasión, en mis más de cuarenta años sacerdotales, y he retomado caminos, porque por rutina, acomodación, descuido, inercia, seguridad, acedia, etc… Me sentía alejado, como el hijo pródigo, de lo que debía ser el centro.

En todo esto me ha gustado cómo se ha situado el pastor, nuestro hermano mayor Ernesto, y cómo lo ha manifestado públicamente más allá de rúbricas y cargas canónicas, que habrá de cumplir con fidelidad, pero no será el lenguaje y el estilo, en lo que pudieran tener de frías las letras y las normas. Está clara su afirmación fundamental y su petición a todos, atendiendo a nuestra fragilidad humana, “ruego que no ejerzamos de jueces, sino de médicos dispuestos a sanar y a cuidar”. 

herida

En el grupo de estudio del evangelio que tenemos un grupo de sacerdotes, llevamos dos cursos con el evangelio de Mateo con esta pregunta sencilla: “¿Jesús tú como sanas, liberas y salvas a las personas?”. Y vamos descubriendo las claves de la confianza, la fe, la fraternidad, la compasión, la implicación, la mirada, el gesto, el abrazo, nunca el juicio, la condena, el dar por perdido…más bien lo contrario. Se puede coger la camilla, en la que uno ha estado medio muerto, malherido, incluido su pecado, y ser perdonado, levantarse y ponerse a caminar siendo uno de los mejores discípulos. Hasta Pedro fue preguntado por amor tras las negaciones, con el cariño de reconstruirlo para siempre en el ejercicio de confirmar en la fe a los hermanos.

 Me encanta, obispo Ernesto, esa manifestación en la que reconoces que hay mucho que sanar y reparar, que para eso hace falta proceso, con normas que ahora mismo piden separarse de un ejercicio público de su ministerio y que habrá que esperar que actúe la justicia en el ámbito de lo civil. Hemos de ser muy serios en lo que se refiere a la ciudadanía y el compromiso con la sociedad y con el cuidado de lo eclesial. Pero asegurando que Alfonso va a tener seguimiento, acompañamiento, no va a estar solo, tanto en lo humano, en lo psicológico, como en lo espiritual. Y que sus comunidades también serán atendidas en su dolor y lectura creyente de lo que les ha acontecido.

Al enterarme de la noticia, sufrí por el sacerdote, por su comunidad, su familia y pensé también en el dolor del obispo y oré desde ahí.  Hoy me uno a la oración, a la del pastor y a la del sacerdote herido, a la de toda su iglesia diocesana, y me abro a la interpelación. Gracias.

Mirarnos y conmovernos

Todos necesitamos de todos, hoy más que nunca estamos llamados al cuidado y a la confianza mutua, al caminar en equipo apostólico y fortalecernos en la misión, desde lo profundo y lo minoritario, en el deseo de lo verdadero. La clave teológica de la debilidad en el quehacer de la Iglesia es la que puede ayudarnos a ver tanto el amor derramado en nuestras comunidades y organizaciones. Pero también hemos de detectar cómo el amor está enredado y entrelazado con debilidades y fallos, que a todos nos deben interpelar e invitarnos a cambiar en nosotros mismos y en nuestro modo de ser y relacionarnos con los demás.

 Los presbiterios tenemos pendiente esta cuestión de cuidado y fraternidad apostólica y lo sabemos. Algo nos está faltando y no acabamos de dar en el clavo.  Ante mis propias manos, leo y me emociona escuchar de este obispo esta afirmación: “Es cierto que llevamos un tesoro en vasijas de barro y no deja de ser un misterio desconcertante el que Dios se quiera servir de manos que puedan mancharse, las nuestras, las mías; pero Él nos dice, también ahora, en este momento duro: «no temas, te basta mi gracia». Y nosotros sabemos de quién nos hemos fiado.”  Estoy convencido que estas palabras salen de una oración sincera y sentida ante Cristo, el evangelio y la Iglesia. El pastor reza y contempla desde las heridas, las mira y se conmueve.

 La Iglesia está llamada, hoy más que nunca, no tanto a ser fuerte e inmensa, sino a saber mirar con los ojos del Padre, con los sentimientos de Cristo, a la humanidad herida de la que forma parte, sintiendo en ella misma la vulnerabilidad y volviéndose a la compasión que la renueva, que la viste con traje de hija, con anillo y zapatos de dignidad regalada.  Una Iglesia que hace fiesta, no cuando gana, sino cuando recupera un hijo que se había perdido y estaba desorientado y confundido. La comunidad que sabe mirar en el roto al hijo, se conmueve y lo pone todo a su disposición para que vuelva a sentirse, sano, libre, digno, salvado y, sobre todo, querido.

 Ojalá nuestro caminar espiritual nos lleve a la claridad de sentirnos mirados como hijos por el Padre, a descubrirnos tocados por su gracia. Poder escuchar los latidos de ese corazón divino que se conmueve ante nosotros y todas nuestras sombras; el que nos capacita para saber mirar a los otros, heridos y perdidos, dolientes de la historia, como verdaderos hermanos nuestros. Ojalá sepamos reconocer el don de Dios y conmovernos ante los rotos con la misma mirada y misericordia recibidas.

Notas hilvanadas:

Los trapos sucios se lavan en casa hasta que un día nos quedamos sin jabón. Y siempre vamos tarde buscando ayuda en el exterior”

(Love of Lesbian feat Amaral-Qué vas a saber)

Qué vas a saber

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