Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) ¿Seguimos decapitando profetas?
Decapitar a un profeta
La profecía verdadera en la historia parece que siempre va acompañada de persecución, exclusión y muerte. Curiosamente lo que se enfrenta a ella no es otra profecía que anuncie o denuncie, sino más bien la defensa de otros intereses, normalmente más espurios como pueden ser el poder político, la riqueza, el placer, cuando no el capricho de poder mantener lo que deseamos por encima de la verdad y la justicia, aun siendo conscientes de lo injusto de la acción castigadora. Más llamativo cuando es la propia religión la que en defensa de ella misma y de su seguridad, desde los que quieren controlarla, no aceptan a aquellos que buscan las raíces más puras y la fuente verdadera de la que mana. Las adherencias de los intereses de un tipo u otro se unen fuertemente para evitar las profecías que vienen con el deseo de la purificación.
Domingo, XV TIEMPO ORDINARIO
Evangelio: Marcos 6,7-13
En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él». Otros decían: «Es Elías». Otros: «Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado». Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista».
Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista». El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. Enseguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Pastor y profeta
Recuerdo un libro que leía hace algún tiempo y que hoy traigo aquí como hecho de vida de un pastor que ejerciendo su ministerio ha sido profeta. Solo releer el título me seduce: "Sólo soy la voz de mi pueblo". Cada una de sus hojas presenta el legado de Juan José Aguirre Muñoz, el obispo de Bangassou (República Centroafricana).
Descubro que, para Monseñor Aguirre, es fundamental-según leo su testimonio personal y vivo- el dejarse hacer por Dios en medio del pueblo, entendiendo que no es él el que tiene un modelo de pastoral preestablecido para aplicar a la realidad, sino que, en medio de ella -encarnándose-, va descubriendo lo que Dios le manifiesta y quiere de él y de su pueblo; de ahí, contadas en primera persona, nacen sus actuaciones y proyectos pastorales. Eso supone ser un hombre de Dios que digiere evangelio y vida al mismo tiempo, que se sitúa más en la mística que en la ética, más en la contemplación que en la exigencia, más en la misericordia que en el juicio.
Otro dato que me interpela es lo humano de su relación, tanto para con las comunidades como para con los pobres y débiles, sean o no cristianos, así como con los agentes de misión, religiosos y sacerdotes, sabiéndose un misionero más que comparte tarea de evangelización en una corresponsabilidad presidida y fraternizada a la vez. Me seduce su visión de la realidad desde la buena noticia y la esperanza. Estando como estaba, en medio de la muerte y la miseria, descubre rasgos de esperanza y ánimo en los destruidos, en los detalles pequeños de gente destrozada que no se rinde y combate la desesperanza, creyendo que volverán a la esperanza algún día y que hay que caminar hacia ella. Desde ahí, no ha hecho otra cosa que anunciar el Evangelio, celebrar la vida y creer que el hombre destrozado, que se entrega en el pan y el vino de la crucifixión injusta y sangrienta, es el que resucita haciendo un pueblo nuevo y una sociedad de hermanos. Un reino de justicia, paz y verdad. Y todo ello amasado de buena doctrina, de celebración cristiana de los sacramentos, de iniciación a la fe y de comunidades organizadas en su pequeñez para seguir evangelizando aun en medio de la pobreza más absoluta del mundo.
Sacerdotes, profetas y reyes
Nuestro Dios se ha mostrado como el servidor de la humanidad en la historia, consagrando y bendiciendo a un pueblo para que fuera luz de todas las naciones, se ha entregado sin descanso para que tuvieran caminos de esperanza en medio del desierto y la dificultad. Se ha hecho profecía desde los sentimientos afectados de alguien que no es indiferente, sino uña y carne de los que sufren y quedan rotos por la dinámica de los que se apoderan de la vida de los débiles. El reinado de Dios se ha ido desvelando así por caminos que no son de este mundo, pero que se adentran en él llegando hasta los últimos.
Jesús ha ido descubriendo en su relación con el Padre y con el pueblo, a la luz de la historia de la salvación, las entrañas de esa Trinidad sacerdotal, profética y regia. Esa economía de salvación que se hace transversal en todo lo que Yahvé va decidiendo y actuando. Por eso él se nos da como plenitud de la profecía, encarnada y desnuda, que ejerce un sacerdocio de lavatorio de pies y que es rey de un reino de justicia y de verdad. El culmina la línea profética que viene por toda la historia y que se abre ante él en la figura de Juan Bautista martirizado, puerta de lo definitivo, del cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Será Jesús de Nazaret el profeta por antonomasia de toda la humanidad y la creación. En él se hace radical y eterna la profecía del amor y la novedad salvífica del reino.
La profecía de Cristo asume todas la persecuciones y martirios de los crucificados de la humanidad, nada le es ajeno del dolor humano de los inocentes. Se enfrenta desde la cruz ante el juicio del mundo con la sentencia definitiva de la resurrección y la vida dada por el Padre en su Espíritu resucitado. Ahora ya no hay miedo a la muerte, ya es tiempo de libertad y de verdad, porque vencerá la justicia y la vida sobre la injusticia y la destrucción. La raíz de la profecía se ejerce en la libertad frente al miedo con el que opera la injusticia y la opresión, la dinámica de muerte que se apodera del mundo y lo pervierte.
La Iglesia que tiene miedo, por razones mundanas, no es la Iglesia del reino de Jesús. El bautismo y todo ministerio que se asienta sobre él, se hace verdadero en la libertad del evangelio que profetiza la verdad de un Reino que ya está llegando y que espera plenitud. Allí donde un cristiano ejerce la libertad que nace del Evangelio de Jesús resucitado, allí está la verdadera profecía y el auténtico anuncio que se convierte en denuncia del mal y el dolor que ejerce el pecado. ¡Señor, danos pastores según tu corazón!