Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Vamos a la otra orilla...
En más de una ocasión nos lanzamos al grito de los desesperados, como hombres que no tienen fe. No es fácil vivir la invitación para la otra orilla, sobre todo cuando nos toca andarla por el camino y la tormenta de la vulnerabilidad, ya sea natural o infringida, en nosotros mismos o en los que más queremos.
| Jose Moreno Losada
23 de junio – Domingo, XII TIEMPO ORDINARIO
Evangelio: Marcos 4,35-41
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «Pero ¿quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!».
Vamos a la otra orilla
La creación entera se encamina desde el punto primero -Alfa- hasta su plenitud en la ultimidad -Omega-. La realidad es proceso en transformación con elementos de continuidad y, al mismo tiempo, de novedad constante. La teología de la creación nos abre un sentido procesual, lineal y cíclico. En medio de la realidad, a veces, no es perceptible esa línea de avance y dirección, cuando eso ocurre nos encontramos zarandeados, con miedo y ahogos de la existencia.
Felisa ante la otra orilla
Releo a la luz de este evangelio notas del cuaderno de vida que me llevan a personas que en este último año han muerto en nuestra parroquia. Mujeres creyentes en plenitud de vida que han vivido procesos de enfermedad desde su fe encarnada. Extraigo algún elemento de las reflexiones compartidas con Felisa, mujer de Gabriel y mamá de Rocío.
Rememoro su confesión viva: “No quiero morir Pepe, quiero vivir, tengo mucho que hacer, acompañar…sé que hay millones de personas que están en el calvario del hambre, de la guerra, del sufrimiento… que también me puede tocar a mí, pero hay una fuerza interior que me hace luchar denodadamente por vivir. Si Dios me lleva lo acepto y me entrego, pero mi voluntad ahora mismo es la necesidad de seguir luchando. A veces, siento la tentación de abandonar, pero no puedo, el amor me fuerza a seguir luchando y estaré así hasta el momento último, hasta la expiración si llega. Me moriré luchando, amando. Estoy rezando, yo sé que pido un milagro y lo pido, no puedo no pedirlo. Ya estoy agotada y me faltan fuerzas para rezar, pero estoy poniendo a todo el mundo a pedirlo. Me acuerdo de Jesús y su oración en el huerto, que pase de mí este cáliz…y cómo les pedía a sus discípulos amigos que oraran con él y por él.”
Sentía yo así la interpelación de su oración en la tormenta de sus momentos últimos:
Desde ella y su vivencia, su testimonio, entro en mi vida ministerial hoy, en el momento que vivo y lo que me planteo y me reviso en mi ser orante, cómo oro ante Dios, así como la llamada a caminar con Cristo en su proceso de pasión por la humanidad, en su entrega por amor hasta el último suspiro de expiración, para entregar el espíritu. Deseo orar, respirar en el Padre, vivir en él y contarle todo para escuchar su Palabra de un modo nuevo y mostrarme disponible para lo que él quiera, no tendría culminación mejor el ejercicio de mi ministerio. Sólo desde ahí tendré la fuerza para adentrarme en la pasión que nos despoja para entregarnos a los hermanos, dando vida, compartiendo todo, siendo pan para los demás, especialmente para los que más sufren y nos necesitan. Es todo un misterio, pero si Felisa lo está viviendo de esta manera y yo lo estoy viendo tan claro en ella, seguro que ahí está la revelación de lo que Dios quiere en estos momentos. Me impresiona el amor de Dios en el amor y la lucha de Felisa. Se lo decía antes de venirme, te admiro, estoy aprendiendo de ti, lo estás viviendo de un modo único, eres ejemplar, te quiero.
Ir a la otra orilla
Nacer en la fe al seguimiento de Jesús es adentrarse en la invitación directa y seductora de ir con Él hacia la otra orilla. No se trata de andar en soledad, Cristo estará con nosotros y nada nos podrá separar de él, pero habremos de navegar por el mar de la historia, con sus idas y sus venidas, con olas y tormentas. Nos lo decía la carta a Diogneto, hablando de los primeros cristianos, que estamos en el mundo con todos los demás y viviendo lo que han de vivir todos los demás, pero con el corazón de la misericordia, para ser alma de ese mundo. Se nos pide desde el misterio de la encarnación de nuestro Dios no desencarnarnos de nuestra realidad vital. Es curioso, Dios se encarna en Cristo y a nosotros se nos invita a no desencarnarnos. Aceptar que formamos parte de un proceso histórico de lo humano donde somos con todos, y con ellos caminamos hacia el horizonte de un sentido común.
La tentación de centrarnos en nosotros mismos y desconectar de la complejidad y dificultades de la humanidad, para evitar la lucha, el sufrimiento, la tensión, ha de ser superada por el encuentro con la realidad de los otros como propia. Estamos llamados a una tarea de camino y de proyecto compartido. La Iglesia es la barca apostólica, con Cristo resucitado y velado en el día a día, que ha de ir con las barcas de lo humano y cotidiano, con los gozos y sufrimientos para dar razón de la esperanza y llevar la paz.
Jesús, en la historia, se ha embarcado en el compromiso de vivir desde el Padre, que no le ha enviado a separarse del mundo y juzgarlo desde la distancia, sino más bien a adentrarse en él y amarlo dando la vida hasta el último suspiro para generar esperanza aun en el mayor dolor. A lo largo de su vida se ha adentrado con sus entrañas en lo humano y en el encuentro con las situaciones vividas por las personas. Nada le es ajeno, ha aceptado las olas de existencia, la tormenta de las estructuras, la oscuridad y confusión del templo. Nada le ha parado para ir arribando y acercarse al horizonte del reino, a la orilla profética de la buena noticia a los pobres, la sanación a los enfermos y la alegría de la victoria sobre la muerte. Con los signos de su ser y su existir se ha hecho referencia para saber vivir en esperanza, confiados en el reino y no rindiéndose ante la lucha del mal, siempre confiado en el Padre. No hay otro modo de amainar el oleaje de la vida.
La comunidad ha sido su arma fundante contra las dificultades que el discípulo puede encontrar en el seguimiento para el reino. Es la comunidad, fundada en el amor del Evangelio, la que nos ayudará a caminar y navegar en medio de nuestro mundo con los signos del Reino en la mayor adversidad. No deben extrañarnos los zarandeos, oleajes y tormentas que vendrán dadas por nuestro ser criaturas, limitados, o por nuestro pecado -personal o comunitario-, son propios del camino hacia la otra orilla, sobre todo si queremos ser fieles a las propuestas del Evangelio y sus bienaventuranzas. Lo que hemos de cuidar para no desnortarnos, alejarnos de la ruta, es el estar centrados en Cristo, el mantenernos despiertos en la seguridad de su relación y acompañamiento continuo, sabiendo que él no se desencarna nunca de nuestra vida, la de la humanidad, nunca deja de ser humano y sentir con nosotros. La dimensión comunitaria desde el encuentro con Él es el lugar propio para ir a la hacia otra orilla, al corazón del Padre, no llegaremos solos, necesitamos de Cristo y de los hermanos.