"me amas más ..." La comunidad del resucitado (3): Del querer humano al amor divino
La experiencia del resucitado pasa por el diálogo que se produce en el encuentro amoroso y gratuito fruto de una entrega radical. La radicalidad de la vida se expresa en la pregunta definitiva del amor. La acogida del amor de Cristo pasa por la experiencia de quedar religado por él en el riesgo de la entrega que nos sobrepasa a nosotros mismos y a nuestra voluntariedad.
| José Moreno Losada
Del querer humano y el amor divino
Diálogo impresionante de ternura, cuidado y de amor. La pregunta es directa al corazón del discípulo: ¿me amas más? Solo cabe una respuesta sin contemplaciones. El discípulo se expresa desde la emoción y manifiesta que lo quiere, pero sigue la pregunta sobre el amor que es de una radicalidad amorosa y gratuita.
El resucitado -como buen samaritano- ama, por eso cuida y se entrega, da y se da de comer, no caben en él medias tintas y quiere que el discípulo coma de ese amor crucificado. Pasar del querer al amor, es el amor del crucificado el que ha vencido, ha sido resucitado por el Padre y ya tiene la última palabra.
La Iglesia es la comunidad del amor de Jesucristo, no del propio. No se trata sólo de querer a la humanidad, sino de darle la vida, amarla, vivir para ella, perderse por ella. Esto sólo se puede hacer con la fuerza del resucitado. Pedro se ve envuelto por ese amor delicado y se rinde a que nadie podrá amar como Jesús, pero todos seremos salvados por su amor.
Hemos sido llamados a abrirnos a aquel que lo sabe todo porque nos ama radicalmente. Es el amor del resucitado el que con su amor nos da la vida y nos hace capaces con el poder de su resurrección para ser señales de su amor, más allá de nuestro pobre querer.
Desde el encuentro
Los retos planteados en este camino de una iglesia sinodal que camina con los pobres sabemos que no serán posibles sin el encuentro verdadero y profundo con Jesucristo, como lo fue entre Él y Pedro. El viene y nos busca en el camino de la vida y desea habitarnos y enriquecernos con su Espíritu, con su amor más allá de nuestro propio querer. Los textos bíblicos que nos acompañan en esta cincuentena ponen ante nosotros las experiencias de los encuentros del resucitado en los caminos de la historia, con hombres y mujeres muy concretos. Nosotros estamos llamados a abrirnos a este encuentro con El, en este momento de nuestra vida, ha de estar abierta toda la Iglesia para ser la comunidad del resucitado.
Este encuentro personal y comunitario con el resucitado ha de convertirse en clave fundamental para lo que llamamos nuestra nueva cultura. Estamos llamados a generar y favorecer la cultura del encuentro, como dice el Papa Francisco: “la vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida” (Fratelli Tutti, 125); nos insiste en que necesitamos diálogo y consenso, acogida y hospitalidad, fecundo intercambio y horizonte universal.
La referencia del resucitado ha de estar para nosotros en la vivencia del buen samaritano, nuestro Dios es el Dios del encuentro que peregrina por la humanidad para sanar a los heridos y subirlos a su propio ser e historia de salvación, para acercarlos a la salud integral de una fraternidad organizada y pacífica que alumbra la gestación del reino de lo eterno, donde ya no habrá luto, ni llanto, ni dolor… sino alegría y gozo sin fin.
La Iglesia del resucitado se confirma en la verdad y da testimonio si es una Iglesia realmente samaritana, no eludamos el encuentro de la vida, amemos y construyamos una historia de cuidado y sanación. Ahora lo necesitamos más que nunca, necesitamos esta Pascua de luz y de vida.