Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Yo soy el pan de vida ... ¿Quién comulga a quién?
Jesús en su profecía, ante el hambre y la violencia de lo humano, se presenta como el pan vivo bajado del cielo, su promesa es radical, el que coma de este pan vivirá para siempre. Él, como la pobre viuda, ha aceptado el reto de deshacerse en favor de su Padre para que la promesa se haga realidad: “Tomad, comed todos de él, porque este es mi cuerpo que será entregado por todos vosotros”. No hay amor más grande que el que da la vida por los que ama.
| Jose Moreno Losada
Domingo XIX
Juan 6,41-51
“…Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida…. este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
La revolución del pan partido
La viuda fue invitada por el profeta a agotarse y arriesgar lo que le quedaba para suministrarle un poco de pan y agua y evitar el desmayo. Era lo que tenía ella y su hijo para vivir sólo aquél día. Y ella echó la harina última y vació la alcuza del aceite, elaboró el pan de la vida que hizo que no se agotara ni la tinaja ni la alcuza. Las cosas de Dios. Los profetas han dicho palabras de vida y han asegurado promesas de esperanza fecunda ante el pueblo, palabras y promesas que se han cumplido. Los que se abren a sus mensajes se encuentran con el Señor de la vida y permanecen firmes aún en la adversidad sin romperse, la confianza les mantiene en pie y les hace depositarios de la esperanza verdadera para todos.
La comunión de María Ángeles con Marina
María Ángeles no se acostumbra a dejar a su hermana Marina cada día en la Residencia. Me lo confiesa un Domingo al salir los dos juntos del recinto, se le caen las lágrimas. Marina es una residente con síndrome de Dow. Sus vidas han estado completamente unidas, a pesar de las diferencias o precisamente por ellas. Me comenta que ella podía salir, jugar, etc. Pero la exigencia su madre era que le tenía que acompañar siempre su hermana. Ella se formó, se casó, tuvo sus hijos, pero siempre todo ha sido unido y ligado a Marina.
Recuerda ella como, siendo pequeñas, Marina pidió poder hacer la comunión como su hermana y las demás niñas. Sus padres quisieron y buscaron los medios para que se preparara y celebrara, pero el sacerdote al que acudieron, en esa época, dijo que la niña no podía recibir el sacramento porque no tenía uso de razón. Desde entonces ella está herida profundamente por este rechazo ante su hermana y ella con el tiempo decidió que, si su hermana no podía comulgar, ella tampoco. Después las cosas cambiaron y tomó comunión con normalidad. La herida quedó en el corazón de María Ángeles.
Yo, sin embargo, cuando me voy acercando para distribuir el pan vivo de Cristo glorioso, siento cómo ella prepara a su hermana, le coge la mano, se la extiende, le cuida que no caiga la sagrada forma, le ayuda a llevarla a la boca, con toda la unción que puede uno imaginarse, la sienta y cierra sus ojos, imagino que, abriendo el interior para comulgar a su hermana y desde ahí, unirse a Cristo y a sus padres queridos. Lleva toda su vida sin separarse de ella, compartiendo toda la vida, disfrutando, alegrándola, cuidándola, como su mejor tesoro. Para ella ahí está el corazón de Dios, y no quiere que esta hermana suya se prive lo que siempre deseó, hacer la comunión, ahora en un estado de debilidad máxima, pero con una hermana que no ha dejado de creer en ella y de cuidarla con el mayor amor.
Los domingos cuando celebro con los mayores y las encuentro allí, son para mí el referente de cómo acoger a Cristo, al pan vivo bajado del cielo.
Serán todos discípulos de Dios
Antes de trabajar en la reflexión de este texto hilvanado con la vida, escucho el evangelio del día, en el que Jesús dice que él habla de lo que le ha oído hablar a su Padre. Jesús aprende a hablar desde el corazón Yahvé, ahí ha aprendido que Dios es puro pan partido, que se deshace para darse a la humanidad, a todos sin exclusión. Por eso él se siente pan bajado del cielo que viene a alimentar el deseo de vida y resurrección que hay en todo hombre. Quiere librar de la muerte y dar la luz eterna. Un pan de vida.
El pan de la resurrección está revestido de cotidianeidad, de familia sencilla, de Nazaret pequeño. Ahí, en la realidad de lo insignificante y de lo que no cuenta, se fragua el ardor de lo querido que es más fuerte que la muerte. Hemos de volver continuamente a existir oculto callado, diario, no público, para encontrarnos con el misterio del Dios que se deshace dando y dándose en el quehacer común de toda la humanidad y en el ser misterioso de toda la naturaleza que está a nuestro favor para hacer posible nuestra existencia.
El misterio de lo oculto es lo que sostiene la vida pública del Jesús que se muele en el molino del calvario y se deshace en harina en el madero de la cruz, para poder ser buen pan resucitado. Es lo pequeño lo que posibilita el milagro del absoluto de la vida. En esa cruz están abrazados todos los pobres y limitados de la historia, sin exclusión ninguna. Ni siquiera se excluye al traidor que recibe la comunión de manos amorosas del traicionado, recibiendo con dolor hasta su beso, llamándole, sin embargo, amigo.
En la eucaristía comulgamos con el pan bajado del cielo que ilumina la historia de lo terreno en el ser de lo humano. No hay realidad que no esté llamada a ser cristificada, a dejarse abrazar por Cristo en la cruz, para entrar con él en su gloria. Esta es la lección de Dios, de la que todos debemos ser discípulos, como lo fue Jesús, proclamando las bienaventuranzas que responden al hambre y a la sed de justicia que tenemos todos, especialmente los más pequeños y sufrientes de la historia, los que no cuentan. Aquellos para los que, siendo incontables para nosotros, Dios quiere ser su pan de cada día.