Novena a la virgen de la Estrella El sentido del trabajo, derecho y entrega desde el hogar de Nazaret
Pisando ya el terreno de lo normalidad, tras unos días de ejercicios espirituales, me toca adentrarme en la colaboración en un novenario en honor de la virgen de la Estrella, por invitación de mi amigo Leonardo. El arciprestazgo ha tenido la bendita idea de unir las novenas de la zona al tema de los derechos humanos, buscando reflexión bíblica y social en estos pueblos. Ayer me tocó adentrarme en el tema del hogar y la vivienda, hoy me corresponde reflexionar y orar junto a la comunidad de los Santos de Maimona sobre el derecho al trabajo y su sentido cristiano.
| Jose Moreno Losada
Decálogo para el sentido cristiano del trabajo
(Desde el hogar obrero de Nazaret: José, María y Jesús)
He buscado claves fundamentales teológico-bíblicas-pastorales y ofreceré este decálogo síntesis de doctrina social de la Iglesia. No hay duda de que las predicaciones en estos eventos significativos para la religiosidad popular nos ayudan a nosotros mismos a profundizar y orar de un modo aplicado cuestiones fundamentales de la vida cristiana.
1.- El trabajo humano no es un castigo ni una maldición, sino que forma parte de la persona humana que se realiza y se salva laborando su vida, cada día se pone en nuestras manos para realizarlo y llenarlo de amor y salvación. Dios nos hizo capaces para vivir, a su imagen y semejanza. El trabajo se convierte en castigo y maldición cuando está fuera del amor y de la justicia.
2.- Hay un evangelio del trabajo. Cada ser humano en su quehacer vital puede convertirse en un colaborador fiel de Dios en la Creación. El Señor todo lo fabricó con amor para la humanidad y lo dejó abierto para seguir avanzando y progresando, lo puso en nuestras manos para cultivarlo y guardarlo. Cuando nosotros tocados por la gracia trabajamos nos hacemos cocreadores con él. Si una persona humana trabaja, independientemente de su quehacer, con amor hace digno su trabajo y contribuye a la salvación y al perfeccionamiento de toda la obra creada. El trabajo cuidado perfecciona el mundo y favorece la felicidad y la alegría universal.
3.- El pecado, como retirada de la mirada y del amor divino, dificulta el verdadero sentido del trabajo, en cuanto participación y cooperación con Dios. Sin Dios el hombre se empodera en su individualismo y hace del trabajo un arma de poder y de explotación, sometiendo la vida al mercado y al tener. Entonces aparece la desigualdad y la explotación con injusticias legalizadas y consentidas. Las consecuencias de este pecado en el ámbito del trabajo son de dolor e infierno para la gran mayoría de los seres humanos y en especial para los más pobres y débiles de la tierra.
4.- La naturaleza sufre también las consecuencias de la explotación y acaba siendo desértica e inhabitable en muchos lugares del planeta, dando de sí una grave crisis de tipo ecológico que amenaza en la actualidad y se convierte en un verdadero peligro para las generaciones futuras de nuestros nietos y sucesores. Los inmigrantes y sus simbólicas pateras son ya un grito adelantado de lo que puede estar por venir para los que nos sucederán.
5.- La Iglesia nos ha de animar a todos los cristianos a tomar parte activa y comprometernos en nuestra historia de cada día para responder a esta actitud pecaminosa de la explotación presente en la historia humana y no contribuir a la injusticia y a la desigualdad que produce sufrimientos infernales y conducen a la destrucción y, a veces, incluso a la muerte. Hemos de retomar el principio básico de la antropología cristiana: “el valor del trabajo reside en el trabajador que lo realiza”, en la dignidad del sujeto humano que lo realiza. El trabajador nunca debe ser considerado como una simple mercancía o elemento impersonal de la organización productiva.
6.- Hemos de saber valorar y reconocer el valor del trabajo desde la mirada siempre explícita de la dignidad de la persona que lo realiza. El trabajo más humilde e insignificante del mundo realizado por una persona humana tiene un valor absoluto, porque única es esa imagen de Dios que lo realiza. Nuestra fe cristiana implica y exige la superación de una mentalidad clasista todavía existente en la sociedad, porque uno no es más persona que otra por desempeñar un cierto tipo de trabajo y, correlativamente, tampoco uno merece menor reconocimiento en la sociedad por desempeñar un trabajo malamente llamado “humilde”. El trabajo más sencillo realizado con generosidad y amor por parte de alguien se convierte en un lugar de gracia impagable. El amor no tiene precio y lo humano tampoco. No olvidemos a las personas que están haciendo los trabajos más duros y menos valorados en nuestras sociedades.
7.- El ser humano no puede ser un esclavo del trabajo, lo cual tiene una evidente aplicación social, ya que un trabajo indebidamente remunerado es una expresión moderna de la antigua esclavitud. Pero también habría que resaltar su aplicación personal en el sentido de que uno trabaja para vivir y no vive para trabajar, ya que en este segundo caso también se hace a sí mismo un esclavo del trabajo.
8.- Nunca debemos olvidar que detrás de un trabajo y su producto hay seres humanos, aunque aparentemente no lo percibamos. El precio de un producto ha de ser real y respetuoso con las personas que lo fabrican y construyen. Hemos de aspirar a que los precios sean justos, para que también lo sean los sueldos de los trabajadores. Hemos de considerar pecado grave el aprovechamiento de las situaciones de debilidad, especialmente de los inmigrantes y forasteros, para pagar sueldos injustos y exigir condiciones que rayan lo inhumano a los que sufren en su pobreza y desamparo. A veces las mismas leyes de regularización se contradicen en estos principios éticos de lo humano, cuando exigen justificar los ilegal para poder llegar a ser legales.
9.-Por otra parte, hemos de ser conscientes como trabajadores que nuestro ser profesional y nuestra labor en el mundo es la aportación más seria que hacemos vocacionalmente para construir el mundo y colaborar con la salvación. Como cristianos nuestro compromiso central y continuo ha de estar en nuestros ámbitos laborales y profesionales. Trabajamos para vivir y dar vida. Nunca deberíamos olvidar esta orientación y principio para nuestros jóvenes cuando se plantean su futuro de formación y profesional, invitarles a buscar caminos laborales que les puedan hacer felices por dentro, por el bien interno de lo que van a realizar a favor de los otros, para que satisfacción interior y personal siempre sea más importante que su sueldo, que siempre ha de ser digno y suficiente.
10.- Para concluir nos vale en síntesis la aportación de san Juan Pablo II en la Laborem Exercens: “el hombre debe trabajar por respeto al prójimo, especialmente por respeto a la propia familia, pero también a la sociedad a la que pertenece, a la nación de la que es hijo o hija, a la entera familia humana de la que es miembro, ya que es heredero del trabajo de generaciones y al mismo tiempo coartífice del futuro de aquellos que vendrán después de él con el sucederse de la historia. Todo esto constituye la obligación moral del trabajo, entendido en su más amplia acepción” [14].
Ni que decir tiene que para los cristianos el trabajo es un medio excelente de vivir el amor y la entrega de nuestra vida, así como el mejor camino de realización y perfección para nosotros y nuestro servicio al mundo y a la humanidad. No podemos vivir nuestra fe al margen de nuestro ser trabajadores y profesionales. Nunca hemos de olvidar el dicho paulino: “El que no trabaje, que no coma”, en el sentido integral de creación y redención.