"Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?" (Mt 16,15) y su respuesta profética Michael Moore: "... Y entonces, Pedro (Casaldáliga) respondió..."

Pedro Casaldáliga predicando
Pedro Casaldáliga predicando

"Esta es la afirmación escandalosa del cristianismo: 'Sus manos y Sus pies de tierra llenos, / rostro de carne y sol del Escondido, / ¡versión de Dios en pequeñez humana!'… y eso es Jesús de Nazaret".

"Esta identificación de Dios en Jesús con los diversos espacios de fractura nos invita a re-pensar un tema que considero siempre urgente y dom Pedro lo señala: los 'lugares' donde buscamos su presencia e intentamos entrar en comunión con Él… sin reducirlo a la comunión eucarística"

"Jesús no vacila en abrazar la muerte injusta para que otros vivan. Muerte no buscada -aunque sí finalmente aceptada- sino impuesta por los impasibles poderosos de turno"

"De todas maneras, no habría esto de inquietarnos demasiado respecto a la ortodoxia de la imagen del 'Jesús de Casaldáliga'  si recordamos que fue la 'Sagrada congregación para la doctrina de la fe' en estrecha colaboración con la 'Sagrada congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos' -con el perdón de la anacrónica extrapolación- los que juzgaron que ese Hombre era prescindible. Y heterodoxo"

“Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” (Mt 16,15). Para responder a esa pregunta -fundamentalmente- se escribieron los cuatro evangelios. Y con la misa intención, cientos de libros de Cristología a lo largo de la historia de la iglesia. No pretendo ensayar ahora una repuesta más sino cederle la palabra a alguien que, sin duda, la respondió lúcidamente con su testimonio de vida y con su palabra poéticamente profética: Pedro Casaldáliga. Seguramente, ahora tendrá una respuesta “infaliblemente correcta”, pero habremos de conformarnos con la que dio en vida, a través de su poesía (de todas maneras, no creo que tuviera que rectificarse demasiado…)

En la versión del evangelio, Pedro (el de Galilea) responde a la pregunta sobre la identidad de Jesús con los títulos de “Mesías” e “Hijo de Dios”; en esta, intentaré, poniéndome osadamente en el corazón del otro Pedro (el de Sao Felix) re-decir esa identidad con “otros títulos cristológicos” puesto que aquellos, de tan escuchados por nosotros, quizá hayan perdido su mordiente revelador.

Jesús, un Hombre “muy” encarnado

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Podríamos haber escrito “un Dios muy encarnado”, puesto que se trata de la Humanidad de Dios-Hijo… pero sin entrar aquí en precisiones dogmáticas, creo que dom Pedro adheriría gustoso a la metáfora de L. Boff que habla de Jesús-hombre como la “transparencia de Dios” que acampa entre nosotros. Esta es la afirmación escandalosa del cristianismo: “Sus manos y Sus pies de tierra llenos, / rostro de carne y sol del Escondido, / ¡versión de Dios en pequeñez humana!”… y eso es Jesús de Nazaret. Por eso, ya no hace falta seguir mirando al cielo para encontrarlo, como los discípulos en la escena de la Ascensión -y tantos otros hoy-, sino que hay que sospecharlo y descubrirlo en esta historia, que es el único camino para subir al cielo: “¿Por dónde iréis hasta el cielo / si por la tierra no vais? / ¿Para quién vais al Carmelo, / si subís y no bajáis?” Pero, con el perdón de la hipérbole, se trata de un Dios que en Jesús se muestra “muy” encarnado. Casaldáliga nos viene a recordar -mal que les pese a las espiritualidades desencarnadas y desencarnantes- que ese misterio no es algo aséptico ni neutral: Dios toca la historia toda, pero comenzando desde el costado: “con el Verbo hecho carne que habita entre nosotros / tú has instalado a Dios en el suburbio humano”. Se hace hombre, pero en un judío marginal para, desde allí, convocar y ofrecer la salvación a todas sus creaturas: “En el vientre de María / Dios se hizo hombre. / Y en el taller de José / Dios se hizo también clase”. Jesús no sólo fue “hombre” sino que fue un hombre judío, laico, pobre, marginal, perseguido y asesinado.

Esta identificación de Dios en Jesús con los diversos espacios de fractura nos invita a re-pensar un tema que considero siempre urgente y dom Pedro lo señala: los “lugares” donde buscamos su presencia e intentamos entrar en comunión con Él… sin reducirlo a la comunión eucarística: “Comulga su espíritu en la Hostia, / en el silencio de los pobres / y en el grito de los muertos. / Abrázalo en toda carne humana. / Y espera su regreso, seguro, imprevisible, / con tus pies ahincados en nuestro cada día.” Con lo pies bien encarnados y los brazos bien abiertos.

Jesús, un Hombre totalmente des-centrado

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La imagen de Jesús que describe dom Pedro en su poesía es -tal y como la presentan los evangelios- inseparable de la idea del reino. Usando una palabra que se ha puesto un tanto de moda por la utilización que hace el Papa Francisco -aunque él la usa alertando a la Iglesia- diríamos que para Casaldáliga Jesús no fue autoreferencial, sino que vivió una existencia des-centrada y con-centrada en la predicación e instauración del reino. Así lo declara el poeta: “Yo, pecador y obispo, me confieso / de haber visto a Jesús de Nazaret / anunciando también la Buena Nueva / a los pobres de América Latina”. El cristocentrismo de Casaldáliga conduce inmediatamente al reinocentrismo. No es esta una cuestión menor puesto que desplaza el interés por concentrarse sólo en definir dogmáticamente la identidad de Jesús como el Cristo, para pasar a preocuparse por lo que fue su preocupación: no que lo reconocieran y adoraran como la segunda persona de la Trinidad encarnada, sino que creyeran en el rostro misericordioso de Dios que revelaba y en el proyecto de reino que él proponía y encarnaba. Reino que podemos traducir en un lenguaje entendible para el hombre de hoy con las palabras que en cierta ocasión dom Pedro usó para definir el sentido mismo de su vida y ministerio (sus causas): “humanizar la humanidad practicando la proximidad”. En efecto, de eso se trata la propuesta de Jesús y la de Pedro: un proyecto humanizador en medio de tanta des-humanización, que se fundamenta y concentra en una praxis de empatía y misericordia: “porque tu soledad también es mía;/ y todo yo soy una herida, donde/ alguna sangre mana”.

“Al acecho del Reino diferente, / voy amando las cosas y la gente, / ciudadano de todo y extranjero”, canta el poeta, consciente también que ese proyecto implica opciones muy concretas de vida puesto que junto al reino coexiste, dialécticamente, también el anti-reino (J. Sobrino), y “No se puede servir a dos señores: / al Pueblo y al poder, / al Reino y al sistema, / al Dios de Jesucristo y al diablo del dinero”.

Tampoco ésta “jerarquización” es un detalle teológico y pastoral menor: el poner en el centro de interés de Jesús ese proyecto, ayuda a “ubicar” la cuestión eclesiológica cuya esencia se define desde el reino y cuya única misión es ayudar a que siga viniendo porque, en definitiva, “El Reino / une. / La Iglesia / divide / cuando no coincide / con el Reino”. Esto nos permite caer en la cuenta que hay mucho reino fuera de la iglesia y mucho anti-reino dentro de ella, y nos invita a soñar junto con el poeta: “Yo, pecador y obispo, me confieso / de soñar con la Iglesia / vestida solamente de Evangelio y sandalias, / de creer en la Iglesia, / a pesar de la Iglesia, algunas veces; / de creer en el Reino, en todo caso –caminando en Iglesia–“.

 Jesús, un Hombre injustamente crucificado

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Respondiendo a la pregunta disparadora, dom Pedro definiría con un tercer rasgo su imagen de Jesús: es el profeta coherente con su prédica hasta las últimas consecuencias porque “El Evangelio de la Paz / es una guerra a muerte / por la Vida”. Y Jesús no vacila en abrazar la muerte injusta para que otros vivan. Muerte no buscada -aunque sí finalmente aceptada- sino impuesta por los impasibles poderosos de turno, como denuncia en “San Romero de América”: “Pobre pastor glorioso, / asesinado a sueldo, / a dólar, / a divisa. / Como Jesús, por orden del Imperio”.

Puesto que la encarnación no-aséptica de la que hablamos implica todo un modo de vivir que desemboca en la muerte violenta, el Jesús de Casaldáliga sigue, de una manera análoga, encarnándose en la muerte de tantos asesinados y martirizados, como proclama en el poema recién citado: “El ángel del Señor anunció en la víspera, / y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte; / como se hace muerte, cada día en la carne desnuda de tu Pueblo”. Encarnación en la cruz pero no para sacralizarla -como tantas veces malinterpretó cierta espiritualidad- sino para denunciarla; porque sólo es salvadora la cruz que es consecuencia de un estilo de vida y que es abrazada -y abrasada- por amor a Dios y por respeto -¡escandaloso!- a la libertad del hombre. El resto de las cruces son malditas: la que empuja a la resignación fatalista y alienante  –“Maldita sea la cruz / que cargamos sin amor / como una fatal herencia”–; la que se vuelve opresión de lo más indefensos –“Maldita sea la cruz / que echamos sobre los hombros / de los hermanos pequeños”–; la no combatida por indiferencia o miedo –“Maldita sea la cruz / que no quebramos a golpes / de libertad solidaria”–; la que se vuelve amuleto ofensivo –“Maldita sea la cruz / que exhiben los opresores / en las paredes del banco,/ detrás del trono impasible, / en el blasón de las armas, / sobre el escote del lujo,/ ante los ojos del miedo”–; la que oprime y prostituye el nombre de Dios –“Maldita sea la cruz / que el poder hinca en el Pueblo, / en nombre de Dios quizás. / Maldita sea la cruz / que la Iglesia justifica / -quizás en nombre de Cristo-…”–. Y, cerrando este subversivo poema, exclama, con ira profética: “¡Maldita sea la cruz /que no pueda ser La Cruz!” No estaría mal que nos preguntáramos de qué estamos hablando, en las iglesias, cuando hablamos de la cruz… quizá sin el Crucificado.

Una nota más: ese Hombre injustamente crucificado, para dom Pedro, es también un Hombre escandalosamente abandonado ante el cual grita el poeta “¿no sabes imponerte, Amor frustrado?”. De esta pregunta retórica que lanza Casaldáliga desde su dolor y el dolor de tantos acumulados en la historia, surge una respuesta reveladora: Dios sigue presente en la historia -de su(s) hijo(s)- como aquel que soporta solidariamente el sufrimiento y no como aquel que lo elimina desde fuera, irrumpiendo milagrosamente. No: no sabe imponerse. Nunca. Ni ante el escándalo del sufrimiento inocente.

Jesús, un Hombre esperanzador

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Pero Jesús, para dom Pedro, no es sólo el que muere crucificado-abandonado sino el que, en virtud del poder de Dios, que siempre se reserva la “última palabra”, es rescatado de la muerte. Así, relativizando su poder, fundamenta toda esperanza, sobre todo, para quienes son víctimas en esta historia desigual: “¿Dónde está tu victoria, muerte extraña? / ¿Dónde está tu derrota, muerte amiga?”

Jesús es el Crucificado-Resucitado que certifica la reivindicación de la(s) víctima(s). Y dado que la resurrección no anula la cruz -ni la de Jesús ni las nuestras- sino que la supera implosionándola, la invitación del poeta es a alimentar la esperanza que florece en medio de las llagas, entre las zonas de fractura que deben ser habitadas aunque no puedan ser aniquiladas: “Yo, pecador y obispo, me confieso / de abrir cada mañana la ventana del Tiempo; / de hablar como un hermano a otro hermano; / de no perder el sueño, ni el canto, ni la risa, / de cultivar la flor de la Esperanza / entre las llagas del Resucitado”. Vivimos muriendo y morimos naciendo hacia la otra Vida, por eso puede desdramatizar el desenlace y decirle a la hermana muerte: “Juntos crecemos. Tú hacia el ocaso, / cumplida la misión que nos fecunda. / Nosotros hacia el día, por el ‘paso’ / de tu garganta abierta…”

Y es ese Jesús víctima-vencedora quien lo invita a esperar el reencuentro -en medio de tantas desilusiones-  no sólo con el Señor sino también con los caídos en su nombre: “… donde espera / un muerto, yo reclamo primavera, / muerto con  él ya antes de mi muerte, / porque aprendí a esperar a contramano / de tanta decepción: te juro, hermano, / que espero tanto verLo como verte.”

***

A Pedro, el de Galilea, luego de responder tan “ortodoxamente” a la pregunta sobre su identidad, Jesús le dedica las palabras más duras de todo el evangelio (“apártate de mí, Satanás”: Mc 8,33), cuando el pobre-de-Pedro-piedra-dura, insinúa un mesianismo mágico, sin cruz. Al otro Pedro, el de Sao Felix, no consta que el Señor lo reprendiera… aunque algún llamado de atención le llegara, pero de tierras romanas. De todas maneras, no habría esto de inquietarnos demasiado respecto a la ortodoxia de la imagen del “Jesús de Casaldáliga” si recordamos que fue la Sagrada congregación para la doctrina de la fe en estrecha colaboración con la Sagrada congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos -con el perdón de la anacrónica extrapolación- los que juzgaron que ese Hombre era prescindible. Y heterodoxo. Un Hombre tan humano como sólo podía serlo el mismo Dios (L. Boff).

Nos queda, desde la respuesta dada por Pedro Casaldáliga, una afirmación y una pregunta, también suyas:

Jesús es                                                                                                                 en persona                                                                                                             la controversia de Dios.                                                                                         ¿De qué Dios se trata, hermanos?

(Nota:  las cuatro últimas fotos están tomadas del libro. P. Casaldáliga-Joan Guerrero, Los ojos de los pobres, Barcelona 2005)

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