Celebremos la unión y permanencia de Dios en sus creaturas Michael Moore: "¿Qué celebramos en navidad?"
Hoy necesito desviar la mirada de la escena del nacimiento tal y como la narran los evangelios –marcadamente teologizada–, y remitirme a lo que los cristianos definimos como el misterio de la encarnación.
La encarnación afirma el compromiso irrevocable y la solidaridad irrenunciable de Dios con la creación y su historia.
En el nacimiento de Jesús de Nazaret se revela, se patentiza, se manifiesta, de un modo único e insuperable lo que el Dios-totalmente-otro siempre ha sido, dialécticamente, para nosotros: un Dios-totalmente-cercano.
Creo que hoy, desde las perspectivas de la ecoteología, hay que dar un paso más, afirmando y profundizando cómo se da esa unión de lo divino con toda la creación, animada e inanimada; no sólo con lo humano.
En el margen y de noche, en silencio y sin solemnidades, entre pajas y sin incienso, desde la impotencia y fragilidad de un Niño, (re)nace la Vida.
En el nacimiento de Jesús de Nazaret se revela, se patentiza, se manifiesta, de un modo único e insuperable lo que el Dios-totalmente-otro siempre ha sido, dialécticamente, para nosotros: un Dios-totalmente-cercano.
Creo que hoy, desde las perspectivas de la ecoteología, hay que dar un paso más, afirmando y profundizando cómo se da esa unión de lo divino con toda la creación, animada e inanimada; no sólo con lo humano.
En el margen y de noche, en silencio y sin solemnidades, entre pajas y sin incienso, desde la impotencia y fragilidad de un Niño, (re)nace la Vida.
En el margen y de noche, en silencio y sin solemnidades, entre pajas y sin incienso, desde la impotencia y fragilidad de un Niño, (re)nace la Vida.
Nos acercamos una vez más a la festividad que, junto con la pascua, definen lo nuclear de la fe cristiana: la navidad. Y nuevamente, como en todos estos últimos años, como creyente y como teólogo –como creyente-teólogo, es decir, alguien que busca dar razones razonables de aquello que cree– irrumpe en mí la pregunta ¿qué es, en concreto, lo que voy a celebrar?
La navidad desde la encarnación
Para decir algo teológica y pastoralmente significativo sobre la navidad, yo, al menos, necesito hoy “poner entre paréntesis” el imaginario con que se suele adornar el pesebre; hace un par de navidades sugerí aquí mismo la necesidad de des-armar el pesebre para poder captar y celebrar –en profundidad– el misterio de la navidad (https://www.religiondigital.org/creer_pensando-_el_blog_de_michael_moore/Michael-Moore-Urge-Navidad-perennemente_7_2407629214.html). Hoy necesitodesviar la mirada de la escena del nacimiento tal y como la narran los evangelios –marcadamente teologizada–, y remitirme a lo que los cristianos definimos como el misterio de la encarnación. Porque, en verdad, no creo que lo más importante sea celebrar el “cumpleaños de Jesús”… como tampoco celebro cada 6 de julio el cumpleaños de mi madre, que vivió su pascua ya hace más de quince años. A ella la recuerdo particularmente ese día, sí; y doy gracias por el don de su vida, por lo que pude compartir con ella y por cómo marcó mi historia y las historias de quienes tuvieron la dicha de cruzarse con ella. Pero no hago una fiesta de cumpleaños de quien ya no está presente materialmente en este modo de vida terrenal, signado por el espacio y el tiempo. Lo mismo cabría aplicar a Jesús de Nazaret: el hijo de María y José ya nació, murió, resucitó y ahora es uno con el Padre. Es demasiado ambigua la afirmación metafórica: “en cada navidad Jesús vuelve a nacer”. Su modo de existencia y presencia –hoy– son completamente distintos a los que tuvo ese judío marginal en tierras galileas –ayer.
La importancia de la fiesta de navidad, pues, debe calibrarse desde el misterio de la encarnación que, de un modo convencional, la iglesia celebra nueve meses antes en la solemnidad de la “Anunciación”. Esta verdad central del cristianismo reclama ser, según la opinión de muchos teólogos dentro de los cuales me incluyo, urgentemente repensada y reformulada en sus enunciados ¡de más de mil setecientos años! ¿Qué significa que Dios se en-carnó en un hombre? ¿Cómo respetar la verdad esencial de este misterio sin caer en el fideísmo ni disolverlo en una racionalidad cientificista? Ni metamorfosis ni alquimia. Es una cuestión delicada puesto que, al tocar el fundamento de la fe, caen muchas fichas por el “efecto dominó”, que luego deben ser re-acomodadas… o desechadas. Estoy convencido que en el animarse o no a replantear esta cuestión se juega en gran medida la credibilidad del cristianismo futuro: enorme desafío, pues, para una fe que quiere ser crítica, a la altura de los tiempos. Imaginación teológica y coraje profético están convocados a esta tarea para el siglo XXI. Abro aquí puntos suspensivos porque los esbozos de respuestas exceden este lugar y momento.
La encarnación como solidaridad irrevocable de Dios con la historia
Pero dentro de la profundidad y complejidad del abanico de temáticas a las que remite ese misterio de la encarnación, creo que hay una cuestión primerísima que fundamenta todas las demás y que debemos celebrar en la festividad de navidad: la encarnación afirma el compromiso irrevocable y la solidaridad irrenunciable de Dios con la creación y su historia. En el nacimiento –y luego en la vida y muerte– de Jesús de Nazaret se revela, se patentiza, se manifiesta, de un modo único e insuperable lo que el Dios-totalmente-otro siempre ha sido, dialécticamente, para nosotros: un Dios-totalmente-cercano. Para la fe cristiana, Dios no habita alejado y desentendido en el “cielo” (deísmo), ni si identifica hasta disolverse en esta “tierra” (panteísmo), sino que permanece en y más allá de su creación, estando en todo como todo está en Él (panenteísmo). En efecto: Dios no “descendió” a la tierra hace dos mil años para luego “ascender” al cielo, desde el cual volvería a descender e intervenir periódicamente, según su “misteriosa voluntad” … aparentemente condicionada por nuestras oraciones de intercesión. Dios no inter-viene nunca… ¡porque está siempre! (A. Torres Queiruga). Está comprometido con toda realidad, aunque no se agota en ella; es inmanente, pero, a la vez, trascendente; lo uno y lo otro, creándola, recreándola, sosteniéndola y atrayéndola hacia sí con maternal y respetuoso cuidado.
Hablo de una unión solidaria con todo lo real: el Concilio Vaticano II, tímidamente, extiende esa relación íntima no sólo a Jesucristo sino a todo lo humano: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22). Creo que hoy, desde las perspectivas de la ecoteología, hay que dar un paso más, afirmando y profundizando cómo se da esa unión de lo divino con toda la creación, animada e inanimada; no sólo con lo humano. La cristología (de la encarnación) debe repensarse desde la clave pneumatológica y en el horizonte de la ecoteología (y su perspectiva evolucionista). Y, para ello, no bastan hoy con las categorías metafísicas/ontológicas ofrecidas por la filosofía tradicional. Se impone, para la fe y la teología, un diálogo humilde con las ciencias duras tanto como con las ciencias de la vida.
Nació y sigue re-naciendo desde lo marginal
Claro que luego de haber recordado el misterio de la encarnación como la afirmación de la íntima unión y presencia de Dios con todo lo creado y, de un modo particular, con lo humano, surge, evidente, la pregunta: pero ¿cómo y dónde se da esa presencia, hoy? En verdad, a meditar y celebrar eso se dedica la iglesia durante el año litúrgico que ahora está comenzando. Pero algo podemos responder concretando un poco más lo hasta ahora afirmado. Y hablo de concreción, precisamente, porque la encarnación no es miticismo ni misticismo; remite a la unión de lo divino con todo lo creado, pero la revelación insuperable de esa verdad universal que se extiende a todo, se patentiza desde “un quién” y “un cómo” individual: Jesús de Nazaret, un judío marginal pobre, hizo de una pareja de trabajadores pobres, de cuyo nacimiento no sabemos con precisión ni el día ni el lugar, y de cuya vida podemos afirmar que, de un modo nada “milagrero” y muy discreto (Ch. Duquoc) pasó haciendo el bien, con especial predilección por los olvidados, postergados y oprimidos de su tiempo. “Situar” la encarnación en la historia concreta de Jesús nos revela mucho de quién y cómo es Dios, dónde habita y dónde podemos encontrarlo mayor facilidad y seguridad. Pero hay que afinar el oído y los ojos del corazón, porque no suele haber coro de ángeles que lo anuncien ni estrellas movedizas que lo señalicen. En el margen y de noche, en silencio y sin solemnidades, entre pajas y sin incienso, desde la impotencia y fragilidad de un Niño, (re)nace la Vida.
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Celebrar la navidad, pues, es una invitación a re-cordar (= volver a pasar por el corazón… quizá angustiado o desesperado) la osada verdad de la encarnación: Dios estuvo, está y estará siempre presente como está presente el Amor, con toda su fuerza sutil, alentando, sosteniendo, acompañando e invitando hacia sí toda vida y toda historia. Es la encarnación como historia (J.I. González Faus), “hasta que Dios sea todo en todos” (1 Co 15,28).
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