Aprendieron de la fuente de la vida

Para muchos intelectuales Aristóteles es el punto de referencia de la ética y tienen razón. Otros hemos tenido la suerte de beber de fuentes menos elaboradas pero más próximas e impactantes. Y son experiencias dignas de compartir.

Mis padres no pasaron por ninguna universidad pero aprendieron muy bien, de la fuente de la vida, lo que es vivir una buena vida.

No hacer nada de lo que puedas avergonzarte; poder mostrar, con orgullo, aquello que has hecho; hacer bien lo que hay que hacer; tener en cuenta no solo lo que haces sino cómo lo haces; decidir analizando el impacto de lo que vas a hacer; dar a cada uno lo que en justicia le corresponde; tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran; ser ejemplo y referente para otras personas.

De eso va el tener una buena vida. Y eso es lo que me transmitieron.

En mi pueblo pocas compra-ventas llegaban a formalizarse por escrito. Bastaba un apretón de manos para saber que la palabra dada iba a ser respetada; que la palabra “iba a misa”.

Cuando se decía de alguien que era “un hombre de palabra” podías tener la certeza de que en esa persona podías depositar tus expectativas; que no te iba a defraudar. Y ¡qué gran respeto inspiraba!

Hoy, al cumplir 61 años, miro al pasado y al futuro. A un futuro inmediato que me va a traer mi primera nieta. Y hacia el pasado volviendo a mis raíces. A mis padres (en la foto), que alentaron en mí la pasión por ser un hombre de palabra; por trabajar en aquello en lo que creo; que me dieron la convicción de que con esfuerzo, entrega y compromiso lo que parece imposible se puede llegar a hacer posible; que alimentan mi deseo de trasmitir esos valores a mi nieta.
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