Testimonio de un sacerdote perseguido
El último recuerdo de la presencia de una comunidad cristiana en esa región se remontaba al año 1945. Como recibimiento, el sacerdote se encontró 7 católicos muy comprometidos y un solo templo en una población de 9 millones de personas. No tenía nada, ni casa, ni dinero. En ese momento sólo contaba con la audacia y la confianza en Dios, como los primeros misioneros.
Dos décadas después, puede decir con orgullo que ya son 4.000 católicos. Aunque el día a día sigue proponiendo adversidades, la fe siempre les acompaña.
Durante un tiempo, el P. John incluso pudo alquilar un pequeño piso que hacía las veces de residencia e iglesia. Pero alguien les denunció. Ahora, gracias a la caridad de los fieles que prestan sus casas el sacerdote, puede celebrar los sacramentos, en especial la Santa Misa y además, tener alojamiento.
También ha crecido la ayuda para el P. John quien ahora puede apoyarse en dos sacerdotes y dos religiosas. En esta diócesis no hay obispo y es él quien ejerce de líder. Ello conlleva que esté sometido a una gran vigilancia por parte de las autoridades chinas, que no le permiten salir de la zona, tener contacto con extranjeros, ni aceptar ayudas.
Este férreo control dificulta en gran medida poder conseguir unos ingresos fijos. Un problema que angustia en gran medida al sacerdote, que aún así, recuerda cómo cuando llegó, hace 20 años, sintió la voz del Señor que le dijo “No tengas miedo, yo te ayudaré”.
“Así que no temas, porque yo estoy contigo;
no te angusties, porque yo soy tu Dios.
Te fortaleceré y te ayudaré;
te sostendré con mi diestra victoriosa.”
(Isaías 41:10)