Ante los 200 millones de bautizados que sufren persecución en el mundo, la difusión y la denuncia que se hace en los medios de comunicación de los
ataques a la libertad religiosa me sabe a poco.
Si creemos en los derechos fundamentales y de verdad somos demócratas no podemos pasar por alto los atropellos sufridos por muchas minorías religiosas en el mundo.
No debemos consentir el
silencio culpable de muchos medios generalistas. Y mucho menos el escaso protagonismo que le dan algunos medios religiosos.
Sí debemos rebelarnos contra la
indiferencia de la comunidad internacional, especialmente la de Occidente.
Sí debemos apoyar la labor de
denuncia, presión y concienciación que realizan algunas asociaciones ciudadanas.
En el nuevo escenario mundial ha irrumpido con fuerza la creciente amenaza del
fundamentalismo islámico, que está sofocando a las minorías religiosas en África, Asía y Oriente Medio. En este último caso los cristianos han pasado de ser un 20% a menos del 4% en los últimos 100 años.
Desde las instituciones gubernamentales ese compromiso se debe explicitar en resoluciones acompañadas de medidas eficaces para presionar a los países que no respetan la libertad religiosa.
Desde los ámbitos religiosos: parroquias, movimientos, comunidades y medios de comunicación, ese compromiso debe ser mucho más cercano, vivo y activo. A través de la información, la oración y la ayuda para el sostenimiento de la Iglesia perseguida.