Un día con calefacción, teléfono, internet, comida…
En otros lugares del mundo millones de personas sueñan con tener por un solo día cualquiera de esos bienes.
En esos lugares millones de niños no tienen ni recursos para disfrutar la Navidad ni tiempo para hacerlo. Porque deben contribuir con su trabajo al sustento familiar. En el mejor de los casos, pueden alternar su trabajo con la escuela. Un trabajo en condiciones muy precarias para hacer llegar a los países enriquecidos los bienes de consumo que nos permitirán disfrutar de nuestro ocio.
Quizás no te guste, pero….debo decirlo. Quizás cuestionar el consumo no sea lo más aceptado en nuestra sociedad del bien-estar. Y menos en estas fechas. Pero….la realidad no debemos ocultarla.
Vivir la Navidad con criterios de justicia, de ética y de solidaridad nos obliga a dirigir una mirada crítica a los bienes que consumimos y a pensar en tantas gentes que no pueden disfrutarlos. A valorar lo que tenemos; a poner límites a los bienes materiales que deseamos; a repensar cuales deben ser nuestras prioridades; a actuar convencidos de que ser es mucho más importante que tener; que hay males que no se curan con dinero sino con amor.
Vivir la Navidad con criterio cristiano nos debe llevar a tomar conciencia de qué es lo que celebramos. Y ello debe suponer reemplazar la alegría superflua y artificial por la alegría que deriva de una vida espiritual intensa que es, precisamente, la que da sentido cristiano a la Navidad.
El Papa Francisco apela a la austeridad en el modo de vivir. Y nos invita a pensar y aceptar que una vida austera al servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común.
Ciertamente la austeridad es una filosofía de vida que apuesta por desplazar el dinero como el centro de nuestro ocio y colocar, en su lugar, a las personas y todos esos intangibles que tanto valen y tan poco cuestan.
Es mi deseo para esta Navidad.