Una monarquía que forme parte de las soluciones y no de los problemas
Señor: los españoles con edad para valorar todos y cada uno de sus méritos se lo hemos reconocido sin cicatería.
Nuestro agradecimiento ha sido tan hondo que no hemos reclamado la regulación de la Corona, ni su subordinación a las políticas del Ejecutivo (como ocurre en otras monarquías parlamentarias), ni recabado medidas de transparencia de su Casa, a las que renuentemente parece haber accedido.
Hemos asumido la transformación de la Monarquía española y su aburguesamiento, aún a sabiendas de que con ello perdía simbolismo y carácter referencial. Y, en fin, Señor, hemos soportado hasta hace un año con plena discreción, comportamientos incompatibles con la connotación ejemplarizante de la magistratura que ostenta.
Hemos fiado a su carisma y libre albedrío la marcha de la jefatura del Estado y la gestión prudente de la Familia Real. Después de no regatearle, Señor, ni uno sólo de los méritos, constatamos ahora que el crédito se ha amortizado y necesitamos una refinanciación ética y política para seguir siendo monárquicos.
Existen hoy tentaciones muy serias, Señor, para reescribir un nuevo Manifiesto dirigido a los intelectuales como el que publicaron en febrero de 1931 Marañón, Pérez de Ayala y Ortega. Ninguno de los tres era un radical, ni un izquierdista, ni un resentido. Eran -ellos y otros que se unieron en la Agrupación al Servicio de la República- ciudadanos profundamente decepcionados con la Monarquía de la Restauración. Como hoy hay muchos en España con la que usted encarna. Depende de usted, Señor, tomar las decisiones que le afecten a usted, su familia y su Casa, para que no se reescriba la historia.
Muchos españoles que han sido juancarlistas ya no lo son. Desean, vivamente, percibir de nuevo una Monarquía parlamentaria en la que el titular de la Corona forme parte de las soluciones y no de los problemas.
Usted, Señor, nos ha librado de muchos, pero nos ha metido en otros que tampoco son pocos.
Un buen monárquico del siglo XXI no es, Señor, quien le adula o le edulcora la realidad, sino quien le recuerda y exige -porque no es súbdito sino ciudadano- que España necesita la auténtica Monarquía de 1978 para evitarnos el riesgo de regresar a donde la mayoría no queremos ir.
Disponemos, Señor, de una alternativa: el Príncipe de Asturias, el “mejor preparado de la historia” según sus palabras y que está en plena sintonía con los tiempos, aunque haya canallas que, por dinero y mediante la agresión a la intimidad de su esposa, quieran también erosionar la esperanza que representa.
Adelántese, Señor, a los dinamiteros e impulse la institución monárquica como el Conde Barcelona lo hizo cuando ante usted renunció en la Zarzuela a sus derechos dinásticos apelando a “España, todo por España”.
Hasta aquí la carta.
Ahora, cuando la renuncia se ha hecho realidad, creo que hay que buscar soluciones, con la cabeza y el corazón en el momento presente. En la España actual hacer una enmienda a la totalidad a la monarquía origina muchos más problemas que los que soluciona. Creo que debemos buscar soluciones sin renunciar a reivindicar una regeneración ética, a nivel tanto personal como institucional. Y creo que debemos convencernos de que es posible lograrlo.