El necesario cambio en los roles tradicionales asignados a hombres y mujeres
Una vez más ocurre que el cambio producido es necesario pero no suficiente para dar forma a la nueva sociedad más justa y solidaria que queremos y debemos construir. ¿Qué es lo que falta?
El trabajo femenino es un fenómeno cada vez más masivo y que afecta a todas las mujeres, sea cual sea su status marital.
La incorporación de la mujer al trabajo mantiene, aunque sea de forma algo mas mitigada, la discriminación laboral, ya que con frecuencia la mujer aun sigue ocupando un papel subalterno en el mundo laboral.
Pero el problema no es solo ese. Porque esa incorporación se ha producido sin que hayan cambiado, suficientemente, los roles tradicionales asignados a hombres y mujeres en la asunción de las tareas y responsabilidades de la esfera privada, como la familia y las tareas domésticas.
En la medida que queda menos disponibilidad de tiempo para atender las necesidades familiares se ha agudizado el conflicto trabajo-familia. Especialmente para las mujeres que son quienes siguen soportando la mayor parte de las cargas de las tareas domésticas.
En un estudio que analiza las situaciones consideradas por las mujeres como generadoras de conflicto se destacan las siguientes:
a) la sensación de "doble jornada" (encargarse de las tareas de la casa, y, en especial de los niños, a parte de la jornada laboral).
b) "sentirse sola" para sacar la familia adelante.
c) la falta de comprensión de compañeros y superiores cuando dan prioridad a sus responsabilidades familiares, siendo éste el factor principal que incide negativamente en su satisfacción con la vida laboral.
d) el hecho de que los puestos de dirección estén dominados por los hombres, que contribuye a perpetuar una cultura con fuertes barreras para las mujeres.
De esta división sexista de roles se derivan consecuencias muy negativas para las mujeres e importantes desigualdades respecto de los hombres.
En concreto, se traducen en un empleo más precario y una mayor tasa de desempleo; unas mayores dificultades para su desarrollo profesional; unas retribuciones muchas veces inferiores; una sobrecarga de tareas domésticas y familiares y una menor disponibilidad de tiempo para su desarrollo personal.
¿La solución?
Las medidas relacionadas con la conciliación de la vida familiar y profesional ayudan. Pero no son suficientes. Es indispensable asumir que si la mujer trabaja las tareas domésticas ¡todas! deben ser tareas compartidas.
Algo hemos avanzado en ese sentido pero queda mucho por hacer. Soy el primero en entonar el mea culpa.