¿Dónde poner los límites al consumo?

Dicen que Sócrates iba con frecuencia al mercado de Atenas. Cuando le preguntaron a qué iba si apenas compraba nada respondió: “veo todas las cosas que no necesito y de las que se puede prescindir en la vida”.

A lo largo de los últimos 50 años se ha hecho predominante una cultura caracterizada por la búsqueda de la ostentación y la diferenciación social a través del consumo.

Fue por eso que el famoso economista americano Galbraith diagnosticó que “en la sociedad del bienestar el lujo no se distingue de la necesidad”.

Y un sociólogo de prestigio como Veblen ha escrito mucho sobre lo que llama “consumo ostentoso”.

Del consumo como ostentación se pasó a lo que Lipovetsky llama “sociedad del hiperconsumo”: consumir para buscar nuevas sensaciones y nuevas experiencias relacionadas con el bienestar y la calidad de vida.

En ese contexto nos interpela aquel interrogante que formuló Benedicto XVI: tú que lo tienes todo ¿por qué no has alcanzado la felicidad?

Sabemos que el dinero no da la felicidad. Asumimos que tener no es lo más importante. Pero ¿Dónde poner los límites al consumo? ¿Cuánto es suficiente?.

La respuesta no es fácil. Pero lo que sí sabemos es que lo necesario para disfrutar de una “buena vida” y “una vida plena” consiste en aspirar, materialmente, a sólo aquello que de verdad necesitamos.

La idea anterior nos redirige al consumo responsable: un consumo liberador, justo, corresponsable, no esclavizante y felicitante.

Es un concepto universal, compartido por la mayoría de religiones y filosofías moralistas. Una máxima bastante alejada de los valores de las sociedades modernas y de la economía capitalista. Una máxima que debemos atrevernos a cuestionar.
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