Trump, ícono de la barbarie
Nos duele Donald Trump. El presidente de EE.UU. es demasiado poderoso como para que nos dé lo mismo su barbarie. Su elección, sí, nos recuerda que en todos los pueblos late la posibilidad de la involución. Alemania tuvo su Hitler. Rusia padeció al monstruo de Stalin. China a Mao. América Latina es mítica por el retorno de sus dictadores.
Trump, sin embargo, hace las veces de test de civilización. Es útil. El presidente de EE.UU. sirve para reconocer lo que hoy nuestra cultura más valora.
Su negativa a asumir los compromisos medio-ambientales pactados en París por casi todos los países del mundo, nos indigna. Esta decisión, sub contrario, deja ver la toma de conciencia masiva de la humanidad del daño que hemos causado al planeta. Los seres humanos estamos en peligro. Los más expuestos, como siempre, son los más pobres. También lo están otros seres vivos que, en este aprendizaje de nuestros errores, vemos ahora como hermanos. Nos sabemos solidarios de las aves y de los bosques, y de cualquier especie en peligro de extinción.
Su vulgaridad con las mujeres, su misoginia, nos repele. Hemos aprendido a respetar a las mujeres, sus múltiples capacidades, sus sentimientos y su mirada sobre la realidad. Las mujeres, en la cultura emergente, conjugan nuestra masculinidad. Nos mejoran. La bandera del género es enarbolada hoy por cualquier persona civilizada. Esta causa ha dejado espacio para reconocer, de pasada, que el trato que las culturas han dado a las personas homosexuales ha sido extremadamente cruel.
También su xenofobia nos causa alergia. Esta incoa genocidios. Nuestra cultura repudia el Holocausto. El blanco norteamericano que exterminó a los pueblos originarios pareciera reencarnarse en Trump. Se cierran las fronteras. Se levanta un muro y México tendrá que pagarlo. Trump es blanco y matón. Olvida que la grandeza de EE.UU. se debe en gran parte a los inmigrantes y a su democracia.
No sabemos en qué terminará su proyecto económico proteccionista. Es comprensible que el presidente de EE.UU. se preocupe por la economía de su país. Pero olvidarse de la suerte económica del resto del mundo, nos produce una enorme tristeza. La globalización es un fenómeno ambivalente cuyo rostro positivo es el intercambios planetario de las más hermosas diferencias.
Trump es belicoso. Muchos norteamericanos están avergonzados de él. Este rubor es prueba del carácter respetuoso de los estadounidenses. Estos forman un pueblo educado. ¡Habíamos avanzado tanto en crear vínculos con el Imperio! Los latinoamericanos ya empezamos a echar de menos a Obama. Lo mirábamos de reojo, como corresponde hacerlo con el líder de una potencia económica y militar impresionante. Obama, esto no obstante, fue un paso adelante en el arduo camino a una mejor humanidad.
¿Qué viene? Espero que los norteamericanos se deshagan de Trump por las vías que ofrece su democracia, y no otras. Este hombre es demasiado peligroso. Los demás países no debieran ceder a la tentación de imitarlo. ¿Dejarán también ellos caer el acuerdo de París? Mi deseo es que el resto del mundo persista en los tremendos pasos civilizatorios que se esfuerzan por dar.
Trump, sin embargo, hace las veces de test de civilización. Es útil. El presidente de EE.UU. sirve para reconocer lo que hoy nuestra cultura más valora.
Su negativa a asumir los compromisos medio-ambientales pactados en París por casi todos los países del mundo, nos indigna. Esta decisión, sub contrario, deja ver la toma de conciencia masiva de la humanidad del daño que hemos causado al planeta. Los seres humanos estamos en peligro. Los más expuestos, como siempre, son los más pobres. También lo están otros seres vivos que, en este aprendizaje de nuestros errores, vemos ahora como hermanos. Nos sabemos solidarios de las aves y de los bosques, y de cualquier especie en peligro de extinción.
Su vulgaridad con las mujeres, su misoginia, nos repele. Hemos aprendido a respetar a las mujeres, sus múltiples capacidades, sus sentimientos y su mirada sobre la realidad. Las mujeres, en la cultura emergente, conjugan nuestra masculinidad. Nos mejoran. La bandera del género es enarbolada hoy por cualquier persona civilizada. Esta causa ha dejado espacio para reconocer, de pasada, que el trato que las culturas han dado a las personas homosexuales ha sido extremadamente cruel.
También su xenofobia nos causa alergia. Esta incoa genocidios. Nuestra cultura repudia el Holocausto. El blanco norteamericano que exterminó a los pueblos originarios pareciera reencarnarse en Trump. Se cierran las fronteras. Se levanta un muro y México tendrá que pagarlo. Trump es blanco y matón. Olvida que la grandeza de EE.UU. se debe en gran parte a los inmigrantes y a su democracia.
No sabemos en qué terminará su proyecto económico proteccionista. Es comprensible que el presidente de EE.UU. se preocupe por la economía de su país. Pero olvidarse de la suerte económica del resto del mundo, nos produce una enorme tristeza. La globalización es un fenómeno ambivalente cuyo rostro positivo es el intercambios planetario de las más hermosas diferencias.
Trump es belicoso. Muchos norteamericanos están avergonzados de él. Este rubor es prueba del carácter respetuoso de los estadounidenses. Estos forman un pueblo educado. ¡Habíamos avanzado tanto en crear vínculos con el Imperio! Los latinoamericanos ya empezamos a echar de menos a Obama. Lo mirábamos de reojo, como corresponde hacerlo con el líder de una potencia económica y militar impresionante. Obama, esto no obstante, fue un paso adelante en el arduo camino a una mejor humanidad.
¿Qué viene? Espero que los norteamericanos se deshagan de Trump por las vías que ofrece su democracia, y no otras. Este hombre es demasiado peligroso. Los demás países no debieran ceder a la tentación de imitarlo. ¿Dejarán también ellos caer el acuerdo de París? Mi deseo es que el resto del mundo persista en los tremendos pasos civilizatorios que se esfuerzan por dar.