Reflexiones en el día internacional contra la desaparición forzada El Dios desaparecido con los desaparecidos
La semana que acaba de pasar, particularmente el 30 de agosto, hicimos memoria de las víctimas de desaparición forzada; Colombia es el país de América Latina que más ha padecido este horror, lo que no nos puede dejar indiferentes en un país de mayorías cristianas.
Al perder a sus seres queridos, las mujeres sienten que pierden también a Dios, no lo ven, su presencia parece diluirse; la sensación es que las ha dejado y que no está más...muchas de las mujeres llegan a decir que también Dios está desaparecido.
El Dios desaparecido con los desaparecidos pone en cuestión todas las imágenes que hasta el momento se tenían de él, la del Dios que hace mandados y que cumple lo que le pedimos; la del Dios que está ahí, a la mano, para solucionar los problemas; la del Dios que tapa huecos y evita frustraciones a sus adeptos; la del Dios que castiga a los malos y da prosperidad y favores a sus devotos.
Así como el sol se oculta para amanecer, así Dios en la vida de las buscadoras, se esconde para revelarse con nueva claridad.
Si en la oscuridad que sigue a la desaparición de los suyos lo sienten desaparecido, poco a poco lo van encontrando muy íntimo, encarnado en ellas, en sus manos y sus pies, en sus ojos y en su boca, en su mente y en su corazón... la experiencia de Dios en la propia carne.
El Dios desaparecido con los desaparecidos pone en cuestión todas las imágenes que hasta el momento se tenían de él, la del Dios que hace mandados y que cumple lo que le pedimos; la del Dios que está ahí, a la mano, para solucionar los problemas; la del Dios que tapa huecos y evita frustraciones a sus adeptos; la del Dios que castiga a los malos y da prosperidad y favores a sus devotos.
Así como el sol se oculta para amanecer, así Dios en la vida de las buscadoras, se esconde para revelarse con nueva claridad.
Si en la oscuridad que sigue a la desaparición de los suyos lo sienten desaparecido, poco a poco lo van encontrando muy íntimo, encarnado en ellas, en sus manos y sus pies, en sus ojos y en su boca, en su mente y en su corazón... la experiencia de Dios en la propia carne.
Si en la oscuridad que sigue a la desaparición de los suyos lo sienten desaparecido, poco a poco lo van encontrando muy íntimo, encarnado en ellas, en sus manos y sus pies, en sus ojos y en su boca, en su mente y en su corazón... la experiencia de Dios en la propia carne.
| Jairo Alberto Franco Uribe
La semana que acaba de pasar, particularmente el 30 de agosto, hicimos memoria de las víctimas de desaparición forzada; Colombia es el país de América Latina que más ha padecido este horror, lo que no nos puede dejar indiferentes en un país de mayorías cristianas. Ante el mal y el sufrimiento, vienen siempre las preguntas sobre Dios, también ante la desaparición forzada y el dolor de las familias que buscan a sus seres queridos y que están crucificadas en la incertidumbre, en la espera que no cesa, en el duelo que no pueden hacer: si Dios es bueno y todopoderoso ¿por qué suceden estás cosas? ¿dónde anda Dios en medio de esta tragedia? ¿podemos seguir creyendo? Me he acercado a las mujeres buscadoras con estos interrogantes clavados en el alma y ellas, la mayoría fieles de la iglesia y creyentes, han ayudado mi fe y me han dado no solo un nuevo lenguaje sobre Dios, sino también una imagen de Dios más acorde con el que se encarnó en Jesús.
- - El Dios desaparecido de las mujeres buscadoras
Teresita Gaviria de “Madres de la Candelaria, Caminos de Esperanza” nos cuenta cómo quedaron ella y sus compañeras después de la desaparición de los suyos y dice: “las mujeres estaban masacradas de dolor; muchas peliaron con Dios, decían «no vuelvo a rezarle, no friegue», ¿dónde estaba Dios?”. De acuerdo a lo que testimonia Teresita, al perder a sus seres queridos, las mujeres sienten que pierden también a Dios, no lo ven, su presencia parece diluirse; la sensación es que las ha dejado y que no está más. Adriana María Lalinde, mujer de convicciones cristianas, me manifestaba con pena que, al desaparecer su hermano Luis Fernando a manos de la fuerza pública y al verlo negado y borrado por la violencia de estado, ella no lograba experimentar la cercanía de Dios y tenía la impresión de que la había abandonado a ella y a su familia.
En la desaparición de los seres queridos, muchas de las mujeres llegan a decir que también Dios está desaparecido; así como los que ya no están siguen presentes en su ausencia, así Dios mismo en estas circunstancias. La experiencia de las buscadoras, casi todas de vida devota, llega a ser la misma de Jesús en la cruz, cuando grita su abandono, se ve hundido en el infierno y tiene la impresión de que Dios no está más, que lo ha abandonado (Mt, 27,46). Ya desde el Primer Testamento, los creyentes experimentaron que el Dios de su fe era “un Dios escondido” (Is 45,15); testimonian lo mismo los místicos y místicas que han hablado de la “noche oscura”; nada de esto es ajeno a las víctimas que después de perder a los suyos perseveran en la fe y esperan sin desfallecer.
Dios parece pues perdido, lejano, no se le ve trayendo de vuelta a los que faltan en el hogar, ni castigando a los victimarios que siguen negando y haciendo dinero con la tachadura de los seres humanos, ni lloviendo paz desde el cielo, ni poniéndole tatequieto a la guerra y a la injusticia que la produce. El Dios desaparecido con los desaparecidos pone en cuestión todas las imágenes que hasta el momento se tenían de él, la del Dios que hace mandados y que cumple lo que le pedimos; la del Dios que está ahí, a la mano, para solucionar los problemas; la del Dios que tapa huecos y evita frustraciones a sus adeptos; la del Dios que castiga a los malos y da prosperidad y favores a sus devotos. La desaparición de los familiares, la impotencia y el sufrimiento, acaban con este Deus ex machina, un Dios según nuestras exigencias, a la carta, tal y como lo queremos, hecho según lo que necesitamos, que no exige adoración a sus devotos y les pide solo un poco de buen gusto.
- - Dios que se encarna en las mujeres buscadoras
Así como el sol se oculta para amanecer, así Dios en la vida de las buscadoras, se esconde para revelarse con nueva claridad. Si en la oscuridad que sigue a la desaparición de los suyos lo sienten desaparecido, poco a poco lo van encontrando muy íntimo, encarnado en ellas, en sus manos y sus pies, en sus ojos y en su boca, en su mente y en su corazón.
Flor Ángela Escobar, que conoció a doña Fabiola Lalinde, pionera de las buscadoras en Colombia, explica que Dios necesita de la humanidad de las mujeres para encontrar a los que se pierden y que cuando ellas buscan es Dios mismo el que busca, que se vale de ellas para que nadie se quede en el olvido, y que son ellas las que hacen visible al Dios invisible. Así dice Flor Ángela al recordar a Fabiola: “Las mujeres le prestan la carne a Dios. Pienso que como Dios es espíritu y no lo vemos, él no podía llegar a escarbar, él no podía llegar a indagar, él no llegaba, sino que la movía a ella, a que ella fuera la que insistiera, indagara, investigara, viajara. Él era el que andaba en ella haciendo eso... porque tenía que hacerse visible en ella. Dios necesitaba su carne para escarbar la tierra y encontrar, ella veía por los ojos de Dios y hacía y actuaba e investigaba con la fuerza de Dios”.
Así pues, Flor Ángela ve a Dios en Fabiola: cuando la buscadora escarba la tierra, abre fosas, pregunta en los batallones, sigue las pistas, insiste, investiga, incomoda, viaja, es Dios el que hace todo eso. La señora identifica este Dios necesitado de la carne de Fabiola con el mismo Dios que necesitó la humanidad de Jesús de Nazaret, y con sabiduría explica así la encarnación: “Me imagino que el Padre Dios dijo desde el cielo: «soy espíritu, estoy entre ellos y no me ven, entonces voy a bajar a la tierra sin dejar el cielo», y entonces ahí fue donde vio a María, y dijo: «me voy a encarnar para que me vean y ya viéndome ahí no pueden decir que Dios no existe», entonces el Señor se volvió a dejar ver en doña Fabiola; todos veían a doña Fabiola, pero Dios mismo lo estaba haciendo y eso se comprueba en el resultado, en que por fin encontró a su hijo”. En la fe de esta mujer creyente la encarnación no sucedió de modo aislado y exclusivo en Jesús, sino que Dios sigue siempre necesitando carne para salvar y esto sucedió de nuevo en Fabiola y sucede en todas las buscadoras. La carne de Fabiola, según Flor Ángela, es la de Dios, así como lo es la carne del hijo de María.
Esta experiencia de Dios en la propia carne, la tienen muchas otras mujeres buscadoras. Martha Pérez, otra buscadora, del colectivo “Semillas Victoriosas”, me preguntaba: “¿Padre, qué más crucifijo que nosotras las mamás cada día con la intranquilidad y la espera de llegar a tener noticias de nuestros hijos?”, la señora sabe que Cristo está crucificado en ella y que la salvación brota de su carne en la agonía de esperar a su hija desaparecida. Igualmente, al preguntarle a Margarita Restrepo, de “Mujeres Caminando por la Verdad”, cómo ha percibido a Dios en toda esta historia, no duda en decir que, en ella misma, en su valor, en sus pies, moviéndola desde dentro: “Hubo momentos en que uno se siente desvalido, pero yo siento que en todo esto Dios obra de muchas maneras en el ser humano…en los momentos de guerra, de sangre, de violencia, de bala… se manifestó Dios, dándome valor, pies para correr, para parar carros y montar gente herida, que fueran a llevarlos a un hospital, yo creo que ahí fue Dios el que me movió y uno en ese momento pierde la fe, pero la fe como de palabra, no de corazón”.
Para concluir
Las mujeres buscadoras nos evangelizan y nos ayudan a intuir el misterio de Dios, a purificar nuestra fe. El Dios desaparecido con los desaparecidos es el mismo Dios que se encarna, que lo puede todo desde la debilidad de los que sufren, que es bueno como una mamá, una esposa, una hermana, una hija, una amiga; una mujer que busca a su hijo o a su hija, a su marido, a su papá, a su amigo o a su amiga es evidencia de que Dios anda por ahí; podemos seguir creyendo, podemos confiar, aun en medio del horror, de la violencia y de la muerte. Estas mujeres nos dan certeza de que podemos vencer el mal, así nos quedemos cortos para entenderlo, y lo podemos hacer porque Dios está en nosotros y porque nuestra carne, sufrida y feliz, es la de Dios.