Pensamientos al regresar de la tierra samburu, Kenia Dios es vacío
Dios es vacío, vacío porque así es el amor, se vacía
Evangelizar, hablar de Dios, es vaciarse y acoger; no creo en una misión llena de cosas que se imponen a la vista, de gritos que aturden, de poder que coacciona; creo en una misión que se vacía y da bienvenida a todo y a todos; porque si no hacemos vacío, si no somos vacío, no se podrá conocer a Dios que es vacío porque amor, se llegará si mucho a un ídolo que nos invade y limita, a la pompa que nos deja por fuera y se apodera; la misión vale cuando no ocupa el espacio ni el tiempo del otro y de lo otro; cuando la palabra y la obra sale del silencio.
| Jairo Alberto Franco Uribe
Dios es vacío, vacío porque así es el amor, se vacía. El Padre se vacía para dar su ser al Hijo, el Hijo se vacía para recibir el ser del Padre, y el Espíritu Santo es amor que vacía; y es de este vaciarse de Dios, de este quitarse, de olvidarse del yo para decir tú, es que sale el universo. Dios es un vacío, no ocupa ni espacio ni tiempo, no existe y da origen a todo lo que existe; no vive aparte de nada y es la vida de todo; no está en sí, está en lo otro; no es más allá de lo que vemos y sí más allá de lo que pensamos. Es un vacío que posibilita lo que hay, que le da acogida, que lo contiene, que lo sostiene; Dios es allí donde están las creaturas, su trascendencia respira en la inmanencia; es altísimo en lo bajísimo; el cielo está hundido en lo que miramos y tocamos, en las cosas, en la gente.
Y su vida es nuestra vida, la vida de todas las creaturas, nos amamos y por eso nos vaciamos para dar y para recibir, tan divino en nosotros es dar como recibir. Así, hacemos un vacío para que sea lo otro, el otro, para que no esté a la intemperie, para que tenga espacio y tiempo; lo que nos hace parecidos a Dios, a su imagen y semejanza, es dejarnos vaciar, vaciarnos, extender los brazos y dejar que el otro quepa en el pecho, dar la mano para apretar otra, abrir una puerta, desnudarnos y dejar que el otro habite nuestra piel, poner otro puesto en la mesa, ofrecer un trabajo, dar lo que nos hace falta, dar minutos y hasta años, exponer la vida, expirar para que el otro aspire, gestar y dar a luz, esperar en la playa al que se arriesga en el mar, dar oportunidad al que se reinserta, callar para no perderse los detalles de las historias que otros cuentan, decir una palabra, perdonar al enemigo; para hacer todo esto hay que vaciarnos y esta es la vida de Dios en nosotros, la tierra como en cielo.
Evangelizar, hablar de Dios, es vaciarse y acoger; no creo en una misión llena de cosas que se imponen a la vista, de gritos que aturden, de poder que coacciona; creo en una misión que se vacía y da bienvenida a todo y a todos; porque si no hacemos vacío, si no somos vacío, no se podrá conocer a Dios que es vacío porque amor, se llegará si mucho a un ídolo que nos invade y limita, a la pompa que nos deja por fuera y se apodera; la misión vale cuando no ocupa el espacio ni el tiempo del otro y de lo otro; cuando la palabra y la obra sale del silencio.
Y llega la muerte, está siempre llegando, nos vacía de todo y nos hace como Dios. El consejo de la serpiente, comerse el árbol de la vida para ser como Dios, era equivocado, es comer el árbol de la muerte, dar la vida, lo que nos hace como Dios; no era llenarse, era vaciarse.
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