No, la Eucaristía no puede ser uno de los productos del mercado. ¿Eucaristía en los centros comerciales?
Muchas veces me ha sucedido que entro a centros comerciales y me encuentro a un presbítero, y no ha faltado el obispo, subido a una tarima y celebrando la misa delante de una multitud amorfa de fieles... digo multitud amorfa porque allí, en esas asambleas, que nacen y se diluyen espontáneamente, no hay propiamente comunidad y compromiso de unos con otros, no hay vínculos de hermanos y hermanas, no hay sentido de familia ni opción por los más pobres.
Al ver sus iglesias vacías se ponen ansiosos y encuentran así una oportunidad para “iglesializar” centros comerciales, terminales de transporte, calles y espacios públicos y a todo eso terminan dándole el nombre de “nueva evangelización”.
La Iglesia no está para conquistar el mundo, la Iglesia está para servirlo.
La Iglesia no está para conquistar el mundo, la Iglesia está para servirlo.
| Jairo Alberto Franco Uribe
Muchas veces me ha sucedido que entro a centros comerciales y me encuentro a un presbítero, y no ha faltado el obispo, subido a una tarima y celebrando la misa delante de una multitud amorfa de fieles, que hallan así fácil cumplir con sus ritos de domingo o que llegan y se quedan por curiosidad; y digo multitud amorfa porque allí, en esas asambleas, que nacen y se diluyen espontáneamente, no hay propiamente comunidad y compromiso de unos con otros, no hay vínculos de hermanos y hermanas, no hay sentido de familia ni opción por los más pobres. También he encontrado clientes y vendedores que de buenas a primeras se ven obligados a soportar toda la parafernalia religiosa y protestan por la inoportunidad. También sé de centros comerciales que abren sus espacios para esas celebraciones y que usan la misa para atraer clientes a sus tiendas y saben muy bien que después de los ritos esos fieles se van a ver vitrinas y así, lo que les importa a esos negociantes que se las dan de píos es que la gente se enganche en el mercado y muy poco, o nada, que celebren su fe.
Las parroquias, también lo he averiguado, se sienten seducidas por estas invitaciones a celebrar en espacios públicos y lo ven como una forma de llegar a muchas gentes, esas que ya no vienen a los templos; al ver sus iglesias vacías se ponen ansiosos y encuentran así una oportunidad para “iglesializar” centros comerciales, terminales de transporte, calles y espacios públicos y a todo eso terminan dándole el nombre de “nueva evangelización”. Al fijarme bien en los que presiden estas eucaristías, intuyo su angustia para hacerse notar, para ganar audiencia, para entretener y hacer algo que guste a los que se acercan, es que no es siempre fácil tener a las masas reunidas; son frecuentes en este tipo de celebraciones la música a todo volumen y el llamado a acompañar con las palmas; las promesas de sanación y prosperidad a los fieles que están ahí; hay unos tales “baños con la sangre de Cristo” y unas bendiciones de sales, aguas, imágenes, reliquias, medallas, que uno no distingue si allí se trata de fe o de magia, de sacramentales o amuletos, de bendición o ganancia.
Creo, honestamente, que esta invasión de los espacios públicos, este intento de “iglesializarlo” todo, sea una ilusión y que no va con la evangelización; la Iglesia no está para conquistar el mundo, la Iglesia está para servirlo; las masas no son condición de eclesialidad y sí lo son las pequeñas comunidades, allí donde los creyentes se conocen, se reúnen, parten el pan, comparten la vida, sirven los unos a los otros, escuchan la Palabra y oran, se hacen cargo de los más pobres, propician la llegada del reino de Dios. Eucaristías de masas, sin comunión real de los que celebran, con el sólo vínculo de encontrarse en un mercado, desvirtúan no sólo el rito sino también a la Iglesia misma.
Meditando sobre estas cosas, pienso en la carta a Diogneto, un precioso texto de los primeros siglos. Allí se dice que los cristianos somos para el mundo lo que el alma al cuerpo, es decir, estamos para inspirar, no desde afuera, sino desde adentro, dando vida; y se dice además que nuestra religión “permanece invisible” y que es precisamente por eso que atraemos a los otros, no porque impongamos nuestros ritos, sino por la belleza de nuestra vida; nosotros influimos en el mundo no cuando aparecemos sino cuando vivimos el evangelio.
La Iglesia, como en los tiempos del imperio romano descritos por la carta, ha sido y será siempre una minoría y para llevar a cabo su misión no necesita, y más bien le estorba, dominar en los espacios públicos. Ser minoría es un privilegio para nosotros y nunca una desventaja; es el privilegio de la sal, la sal es buena si poca, nadie quiere comer alimentos demasiado salados. Es el privilegio de la luz, excesiva luz encandila y no deja ver. Es también el privilegio de la levadura que si mucha arruinaría el pan y nadie se lo comería. La Iglesia da sabor al mundo si es poca sal, ilumina a las gentes si es luz modesta, fermenta la humanidad si es levadura escondida; la sal, la luz y la levadura cumplen su función si se mantienen en lo invisible, si no se imponen. No hay que querer iglesializarlo todo, convertir a todos, tener a todos, imponerse en los espacios públicos; cuando la Iglesia aparece mucho, se impone mucho, cuando es más esqueleto que alma, se daña a sí misma. El Evangelio no es para tener a todo el mundo con nosotros, es para dar vida al mundo.
También recuerdo, a propósito de los primeros tiempos cristianos, la llamada ley del arcano que se aplicaba a la eucaristía y otros ritos de la comunidad; y era que los cristianos se reunían solo en la intimidad de la comunión y así, en el misterio, celebraban su fe; la puerta no estaba cerrada, pero si alguien quería entrar necesitaba un mistagogo, alguien que lo introdujera poco a poco, a punta de paciente catequesis, y no por coincidencia o de sopetón, en la celebración y sus símbolos; aseguraban así que las perlas no fueran tiradas a la cochera. Nunca se le ocurría a un cristiano de esos tiempos hacer propaganda para llenar los lugares de culto, las casas, no había todavía templos, donde se reunían los creyentes.
No, la Eucaristía no puede ser uno de los productos del mercado.