Enero 21: Cincuenta años de la muerte de Gerardo Valencia Cano, Vicario Apostólico de Buenaventura El Obispo que quiso que lo llamaran hermano
Su memoria sigue siendo un desafío para la Iglesia.
Gerardo se llamó a sí mismo, así firmaba sus cartas y sus documentos, hermano, el hermano Gerardo.
Un obispo que se dejó tocar por el Vaticano II y por Medellín, o mejor, que dejó soplar al Espíritu Santo.
Y después de llamarse hermano y dejarse llamar así, el obispo Gerardo, pasaba a los hechos.
Cuentan los que lo conocieron que se llegó a quitar la camisa y la dio a uno que se encontró en la calle: como Cristo en la cruz, allí en el clímax de su sacerdocio, llegó a tener como único distintivo la piel desnuda y sin añadidos.
Es curioso que estas cosas, tan propias de Jesús, llamarse hermano y vivir la fraternidad, que leemos todos los días en los evangelios, hayan causado escándalo y sigan causándolo en nuestra Iglesia.
Un obispo que se dejó tocar por el Vaticano II y por Medellín, o mejor, que dejó soplar al Espíritu Santo.
Y después de llamarse hermano y dejarse llamar así, el obispo Gerardo, pasaba a los hechos.
Cuentan los que lo conocieron que se llegó a quitar la camisa y la dio a uno que se encontró en la calle: como Cristo en la cruz, allí en el clímax de su sacerdocio, llegó a tener como único distintivo la piel desnuda y sin añadidos.
Es curioso que estas cosas, tan propias de Jesús, llamarse hermano y vivir la fraternidad, que leemos todos los días en los evangelios, hayan causado escándalo y sigan causándolo en nuestra Iglesia.
Cuentan los que lo conocieron que se llegó a quitar la camisa y la dio a uno que se encontró en la calle: como Cristo en la cruz, allí en el clímax de su sacerdocio, llegó a tener como único distintivo la piel desnuda y sin añadidos.
Es curioso que estas cosas, tan propias de Jesús, llamarse hermano y vivir la fraternidad, que leemos todos los días en los evangelios, hayan causado escándalo y sigan causándolo en nuestra Iglesia.
| Jairo Alberto Franco Uribe
Se cumplen esta semana, el 21 de este enero, 50 años de la muerte del vicario apostólico de Buenaventura, el obispo Gerardo Valencia Cano. Su memoria sigue siendo un desafío para la Iglesia, especialmente la nuestra colombiana, y para todos nosotros que la queremos pobre para los pobres.
Gerardo se llamó a sí mismo, así firmaba sus cartas y sus documentos, hermano, el hermano Gerardo, y así lo llamaron las gentes de Buenaventura; no quiso para sí títulos de excelencia ni de monseñor y quería ser y fue uno entre tantos, hundido en el corazón y en las luchas de sus hermanos y hermanas, decididamente con los pobres. Un obispo que se dejó tocar por el Vaticano II y por Medellín, o mejor, que dejó soplar al Espíritu Santo.
Llamarse hermano y serlo: aquí hay un reto para todos los que ejercemos el liderazgo en la Iglesia. Jesús nos recomendó que no nos dejáramos llamar ni siquiera padres, ni maestros… y no sólo no le hemos hecho caso en esto tan simple, sino que hemos llegado a añadir títulos del todo ajenos a su intención, sin asidero ni en el Evangelio ni en la Tradición de la Iglesia, y que sí manifiestan culto a personalidades y acomodo al estilo de los poderosos de este mundo y a las pompas de la diplomacia.
Y después de llamarse hermano y dejarse llamar así, el obispo Gerardo, pasaba a los hechos. También su forma de vestir lo identificaba como hermano; dejó a un lado el montón de arreos episcopales y se identificó, no por sus ropas, sino por su calidez humana, por su oración llena de nombres, por entrarse a las casas de los humildes y ser familiar con todos, por mediar soluciones, por su caridad pastoral, por estar allí donde lo necesitaban, por dar voz a los que nadie quería escuchar, por su sed de justicia, por su preferencia a los pobres. Cuentan los que lo conocieron que se llegó a quitar la camisa y la dio a uno que se encontró en la calle: como Cristo en la cruz, allí en el clímax de su sacerdocio, llegó a tener como único distintivo la piel desnuda y sin añadidos.
Es curioso que estas cosas, tan propias de Jesús, llamarse hermano y vivir la fraternidad, que leemos todos los días en los evangelios, hayan causado escándalo y sigan causándolo en nuestra Iglesia. En su tiempo, muchos pensaron que el hermano Gerardo estaba equivocado y, por esto, tenía problemas con sus colegas obispos y los tenía también con sus hermanos de instituto, nuestro instituto de Misioneros Javerianos de Yarumal; sus últimos días no fueron fáciles, cargaba el rechazo y las acusaciones y hasta se dijo que su muerte en accidente aéreo le había ahorrado una suspensión que le venía en camino desde el Vaticano.
Creo que celebrar el recuerdo de este obispo santo, un santo que anda todavía en el puerto y en los barrios de Buenaventura, y por toda América Latina allí donde se viva la opción por los pobres, sea recibir su legado y comprometernos a vivir lo que él tomó con radicalidad y sin medias tintas, esto es, la práctica de Jesús.