A clases de soteriología con doña Pastora Mira García
No es castigo, es amor incondicional lo que nos salva
| Jairo Alberto Franco Uribe
Doña Pastora Mira García, vive en San Carlos- Antioquia, al oriente de Medellín, uno de los pueblos que más ha sufrido el conflicto de Colombia: la mayoría de sus habitantes han sido desplazados, allí se han producido crueles masacres, queda difícil contar los desaparecidos a los que sus seres queridos no dejan de buscar, los violentos de todos los frentes se han cebado en esta población con la extorsión, los asesinatos, las minas antipersonales, el secuestro y el miedo. Así y todo, hay que decir que San Carlos, ha ido más allá de su tragedia y es ejemplo de resiliencia, en las calles y en los campos de ese pueblo se puede constatar la capacidad de la gente para vencer el mal con el bien.
En este texto les quiero hablar de Pastora Mira García, a quien, aunque no conozco personalmente, he seguido con mucho interés, desde que escuché su testimonio delante del papa Francisco en su visita a Colombia en el 2017, hasta estos últimos días cuando tuvo los micrófonos de “la Verdad en voz alta”, un programa radial de la Comisión de la Verdad. Creo, sin dudarlo, que Pastora, con lo que dice y sobre todo con lo que hace, nos da clases de soteriología, su vida es una escuela para entender cómo Dios nos salva.
Aquí va a grandes rasgos la historia de Pastora y no hago más que recoger sus propias palabras, las que voy a citar repetidas veces. Esta mujer conoció el horror de la violencia desde que era niña: su papá Francisco Mira, fue asesinado y ella creció en la orfandad; después de muchos años, también su esposo, Jairo Aristizabal, murió víctima de la violencia, y le tocó sola sacar adelante a sus hijos huérfanos; unos años después, su hija Sandra Paola desapareció y ella la buscó sin cansarse hasta que pasados siete años encontró sus huesos y le dio sepultura; y como si fuera poco, su hijo, Jorge Aníbal, fue también masacrado.
Después de esa lista de males en la biografía de la señora, uno esperaría encontrar en ella una persona triste, rebosando venganza, agitada en el odio; y para nada es así: Pastora, se ve llena de esperanza, y al contar su historia transmite paz, abunda en sus labios humanidad, es hasta graciosa y se le salen risas y llueve esperanza en los que la oyen. “Sí, ella dice haciendo memoria con los que le preguntan, mirándolo al vivo y sin anestesia, uno dice Dios mío se abrió un hueco que me va a tragar, pero hay quedan las dos opciones, quedarme encerrada en la lamentación, o entender que afuera hay otras personas que viven igual situación y unirme al dolor de ellas para buscar salidas”. Ella llora también, no podría ser menos, y en sus lágrimas se refleja un evangelio de Dios. Pastora nos enseña cómo nos salva Dios, con amor sin condiciones y que si algún castigo cabe en él es la del amor multiplicado a su infinito.
Es impresionante la relación que crea Pastora con el homicida de su papá cuando tiene oportunidad de conocerlo, años después del asesinato, y a quien, hallándo enfermo y muriéndose, se decide a cuidar hasta la muerte: “Encuentro una piltrafa humana, un hombre que se podría en vida, padre de un poco de niños… y entendí que tenía dos posibilidades, devolverme a ese momento, a ese episodio de niña, cuando vi asesinar a mi padre, o tomar con entereza una lección para la vida, y ayudarle a ese ser humano, a lo que quedaba de ese ser humano, y, sobre todo, a esos niños que no habían pedido ser sus hijos, y empecé a ir todos los días a curarlo…y empecé a sentir que escogí lo mejor”. En otra entrevista, Pastora nos dice también que “cuando él se dio cuenta quien era yo, no tuvo luego la capacidad de volverme a mirar a los ojos, eso me enseñó que la culpa pesa más que el dolor, y eso no se lo enseña uno ni en ninguna escuela, ni en ninguna universidad, ninguna catedra te lo da”; e intuyendo lo que pasa dentro de un victimario que hace el mal, Pastora, ella una víctima, se arriesga a comprenderlo y abrazarlo con sus palabras: “si uno como ofendido pudiera entrar al fondo del corazón de quien nos hace daño, cuánto dolor, cuánta angustia, cuánta basura hay en su corazón que lo ha movido para hacernos tanto daño”.
Ya vamos viendo cómo es Dios ya en su cielo ya en el corazón de Pastora: no se queda encerrado en las ofensas, está siempre de salida, al encuentro de los que sufren por sus propios males, y sabe cuánto pesa la culpa, y porque pesa tanto y no somos capaces con ella, él mismo se la carga. El paradigma común de salvación en la mente de muchos cristianos todavía es el de la expiación de la ofensa, el de Dios que castiga y que reclama satisfacción y, en esas, llega al colmo de querer la muerte de su propio Hijo en la cruz para cambiarnos por ella la redención: justicia retributiva que asegura que él que las hizo las paga. Aquí, hay otro paradigma, el del amor incondicional, el de Dios que no puede no amar, que sabe del dolor y que sufre y que sólo quiere sanar y busca sólo la vida abundante y nunca la muerte de su Hijo: justicia restaurativa que nos hace justos por gracia y no porque la pagamos y que nunca nos descarta y siempre nos incluye. Así es Dios en su cielo y en el corazón de Pastora y en el de todos los que han recibido la buena noticia. Pastora rompe la estrechez de nuestros esquemas de justicia: ofensa-castigo-salvación, y nos abre el horizonte del corazón de Dios: ofensa-amor incondicional-salvación.
Y es que Pastora, la señora sacramento de la misericordia de Dios, tiene otra historia, otra parábola del amor incondicional que nos salva y fue algo que le pasó sólo unos días después de enterrar a su hijo Jorge Aníbal, dejo que ella misma lo relate: “cuando asesinan a mi hijo, sin estar buscando esa oportunidad, dos días después de haberlo sepultado, en la esquina llegando a la casa, en la mañana, escucho una persona que está llorando, renegando, que está con dolor, me le ofrezco… y le digo en qué le puedo ayudar, le doy la mano, lo llevo, lo curo, hacemos todo para curarlo, le doy ropa de la de mi hijo, le doy desayuno, y cuando ya se la ha prestado todo el servicio, cuando se va parando de la cama donde se le pidió que se acostara, pues se encuentra con las fotos de mi hijo, y dice, quién es ese man que lo matamos antier; en ese momento, todavía no sé explicar qué pasó dentro de mí, pero creo que la bondad más grande fue haber tenido consciencia, haber hecho consciencia de que le había pedido a la Virgen el día que estaba velando a mi hijo que me permitiera perdonar, que los perdonara, y en ese momento lo que me dio fue eso, consciencia, para no atacar a ese ser humano, como me lo pedían mis hijas, muy furibundas, por lo que acaban de escuchar, y fue así como entendieron cuando les repetí que si yo mataba ese muchacho, con eso no íbamos a revivir el niño… fue una lección grandísima para entender y hacer entender a mis hijas que la venganza no es el mejor camino. .. en ese momento que tenía la oportunidad, de ver ese muchacho ahí, indefenso, herido, que podía hacer con él lo que fuera, fue un momento no pensado en perdonar, pero finalmente fue lo que hice, darme un bálsamo sanador, a través de ese ser humano que el Ser Supremo puso en mi camino… hoy agradezco y digo, fue una inmensa bendición…”. La salvación que nos ofrece Dios hace bendición toda maldición y esta es la resurrección, las penas se vuelven alegría, el amor vence al odio, la oscuridad se vuelve luz.
Claro, el asesino, también un muchacho y secuaz de un grupo armado, habiendo experimentado tanta bondad, después de recibir sanación de la misma mamá de su víctima, de comer en la mesa familiar donde faltará para siempre el hijo y hermano que él había matado, de descansar en la cama del apenas asesinado, de vestirse con las ropas de su víctima…. después de todo eso, al saber dónde estaba y quiénes lo estaban ayudando, se sintió confundido, “entró en shock y se puso a llorar”, y no sabía qué hacer y así tuvo la osadía, si se quiere el descaro, de preguntarlo en aquella casa donde había puesto tanto dolor. Pastora no le respondió con palabras, era imposible; ella, que dice estar “enamorada de la palabra empatía”, le respondió con un gesto que bien expresa su talante: Cogí el teléfono- sigue narrando- y se lo entregué… en algún lugar del mundo hay una mamá que clama por ti…si te da pena decir qué estás haciendo pues no le digas, pero llámala…”. Pastora, como Dios que es olvido de sí, no se agarraba a su dolor y se llenaba del dolor de esa otra mamá que estaba quién sabe dónde y con su hijo perdido entre los violentos y sentía por ella y así, quiso que ella tuviera al menos la voz y el saludo de su muchacho. Sí, así es como Dios nos salva, vaciándose de sí, llorando en nuestro dolor, hundiéndose en nuestro infierno, uno de los nuestros, “lo que no es asumido, no puede ser salvado”, ya lo decía Gregorio de Nazianzo reflexionando sobre estas cosas.
Pastora no borró la memoria del herido que había socorrido y que resultó ser uno de los asesinos de su hijo. Lo siguió con sus oraciones y trataba de saber por dónde andaba y de hecho tuvo oportunidad de verlo después de la desmovilización del grupo armado del que hacía parte, “y –nos sigue contando- después en el mes de diciembre lo mataron, la verdad que yo sentí que nuevamente volvía a morir mi hijo”. La mujer había juntado en su corazón a Jorge Aníbal, su hijo asesinado, con el mismo homicida, ya eran uno sólo y por eso, lejos de toda lógica habitual, sentía que en la muerte del último se repetía la de su propio hijo. Y así es Dios, en su corazón nos juntó a su Hijo Jesús y ya somos uno solo con él, nos salva haciéndonos hijos e hijas en su Hijo y es aquí que llegamos al meollo de la soteriología cristiana.
No es el castigo, es el amor incondicional lo que nos salva, y en esta línea también escuchamos a Pastora que le habla a Colombia toda, ahora que lucha con tantos tropiezos por implementar la paz de los acuerdos de la Habana: “la sangre del justo, lo dice con la autoridad del que ha sufrido, clama justicia, pero no la justicia de la ley del talión, de ojo por ojo y diente por diente, ni la justicia de cárcel de mil años, de cien años, construyamos entre todos unos marcos de justicia, una justicia restaurativa…El proceso de paz, así traiga todas las falencias que traiga, pero les garantizo que jamás será peor que el monstruo que nos tocó afrontar a través de la guerra”. No será posible la paz en Colombia y en ninguna parte si no cambiamos paradigma, si no vamos a clase con doña Pastora Mira García o cualquiera de las víctimas que han tenido la gracia de perdonar lo imperdonable.