¿De quién fue y es competencia el papel higiénico en la sanidad pública? (I)
En castellano y a continuación en galego
Llevo una temporadita tratando temas muy serios, o por lo menos así me lo parce; pero en todo caso, los fui tratando, desde mi punto de vista, con mucha seriedad, y una pizquita de humor no nos viene mal de vez en cuando. Irán, por tanto, y de momento, tres entregas sucesivas con algo de este producto tan necesario en una sociedad tan tensionada.
Entre las célebres frases de Winston Churchill hay una especialmente de la que eché mano muchas vecesdesde que allá por el año 1985 tomé conciencia de que tenía que dejar de decir: “Estoy cojo”, pra pasar a decir sin más vueltas ni miramentos: “Soy cojo”, motivado por un accidente de circulación acontecido el 28 de noviembre del año anterior. La frase en cuestión un poco redondeada por mí sin que Churchil diese muestras de oponerse es: “La imaginación consuela a los hombres (y mujeres) de lo que querrían ser (y no somos). El humor los consuela de lo que son (y no querrían ser)”. Mío sólo es lo que va entre paréntesis. Nada, como quien dice.
A esa sabia reflexión de Churclill le adjuntaré hoy algo que también leí una vez, pero no sé quien lo escribió. Podía poner que lo había escrito uno tal Míster Morrison pra quedar cómo erudito, que no soy; pero lo vamos a dejar así para quedar por humilde, que tampoco soy. Leí que la represión produce mejor literatura que la total libertad de expresión, porque la censura de tiempos de represión obliga a buscar más metáforas y a utilizar más el lenguaje figurado pra sortear la implacable lupa de los censores. Esto no es nada nuevo, pues ya quedó plasmado en aquella frase lapidaria del latín macarrónico: “Intelectus apretatus discurrit qui rabeat”. Me propuse autocensurarme a la hora de escribir este ensayo histórico, psicosocial y traumático, puesto que aconteció en una planta de traumatoloxía del hospital Xeral-Calde de Lugo, basado en una experiencia que me mantuvo en estado de profunda represión durante unas seis horas o más: pero tampoco así di conseguido que resultara un relato de altura literaria. Será que una vez más puede aplicarse aquel otro adagio semilatino: “Quod natura no dat, Salmántica tiruliru”.
Comienzo con una aclaración que creo que viene bastante al caso. El relato lo escribí por el mes de San Juan del l985, pero ahora que me pongo a repasarlo y revivirlo no me resisto a incorporarle nuevas vivencias, experiencias o conjeturas más actuales.
Bien, pues entramos en materia. Después de tres meses ingresado en el citado Hospital de la sanidad pública, de los que pasé dos y medio bien atado por la pierna izquierda sin poder moverme de la cama pra cosa ninguna, salí con la convicción de que el medio más eficaz en aquella época, pra obtener el tan necesario y vulgar papel hixiénico era pidiéndolo a través de Pastoral Sanitaria.
Me explicaré remitiéndome a mi caso concreto, que puede no coincidir con otros casos, pero pra mí tiene gran valor probatorio de esta mi hipótesis, o quizá tesis.
Resulta que, cierto día, allá por las siete de la mañana, cuando me vinieron a tomar la temperatura le dije a la ATS, (Asistente Técnica Sanitaria), que necesitaba papel higiénico y la planchuela, también denominada cuña. Ella me respondió:
-Eso es cosa de las chicas de la limpieza. Pídaselo a la ellas.
Normal, infeliz de mí. ¿De quien podría ser cosa el papel higiénico más que de las chicas de la limpieza? O para que otra cosa puede ser esa clase de papel, si no es para limpieza?
Me lo dijo con tal convicción y rotundidad que no dije otra palabra al respeto; pero, como allá en mis interioridades sentía que algo pujaba de manera compulsiva por liberarse hacia fuera por el conduto normal que la naturaleza consideró adecuado desde tiempo inmemorial, no podía encontrar sosiego por más que la respuesta me resultara convincente.
Por eso volví a pedírselo la RICE, (Responsable de Inyección Contra Embolias), aunque no era chica de la limpieza, pero podía darse el caso de que con las prisas olvidase que no lo era. Vino, como todas las mañanas, a la hora más inoportuna, cuando podía comenzar a quedarme semisupito, rendido por el insomnio. Perdón. Semisupito quiere decir: medio dormido; pero no me resulta fácil al revivir aquella etapa, liberarme del lenguaje desbordante de tecnicismos que los facultativos utilizan con suma destreza pra desinformar a los no iniciados o para que las cosas parezcan el que no son. Por ejemplo: a mí nunca me dijeron ni escribieron que cojeo. No, “claudico”, que parece más elegante, ¿no?
Estaba diciendo que a esa hora intempestiva vino la RICE meterme una especie de pequeño puyazo en la barriga. Cada mañana con infinita resignación por imperativo legal, ofrecía el puyazo de rigor como sufraxio por alguna bendita alma del purgatorio. Estos puyazos por separado eran muy llevaderos pero entre la mala hora a que los administraban y el rigor de todos los días lograron convertirme en convencido objetor de las corridas de toros, por el suplicio que deben suponer para los pobres animalitos los puyazos de ritual.
La RICE que me tocó aquel día era suave en las formas, pero no exenta de firmeza en el fondo y el consabido puyazo produjo una brusca contractura del músculo oblicuo interno del abdomen que a su vez ejerció una hiperpresurización repentina sobre toda la masa intestinal que agravó aún más mi situación de indefensión.
Esta buena mujer al pedirle con suma delicadeza el subsodicho papel, respondió también muy amablemente:
-Espere un momentito a que acabe con las inyeccións, porque tengo una fila de jeringas preparadas, y después ya se lo traigo.
Intención de hacerlo, seguro que no le faltaba; pero en esto cayeron las ocho, que es la hora sagrada del cambio de turnos, y ya fuera de hora, no debía aprovisionarme ella del papel higiénico, porque posiblemente no la amparaba el seguro y además comprendo que no quisiera pillarse los dedos, ya que, si se producía una infección de la zona perianal, o un rechazo debido a la marca del papel, y yo o algún facultativo denunciábamos el caso, la pobre quedaría sin cobertura por estar fuera de servicio y la Administración no se haría tampoco, responsable subsidiaria.
Hay quien piensa que todo es liso y llano, pero todo va bien mientras no empieza a ir mal, y como sobra quien esté esperando por una vacante, pues por eso. También en ese momento me quedé sin papel higiénico y no me extraña.
Bien, pues, si no hay novedad seguiremos dentro de ocho días, pero aunque quede el asunto en suspense, que nadie sufra, pues ya está resuelto, afortunadamente.
En galego
¿De quen foi e é competencia o papel hixiénico na sanidade pública?
Levo unha tempadiña tratando temas moi serios, ou polo menos así mo parede; pero en todo caso, funos tratando, desde o meu punto de vista, con moita seriedade, e unha pizquiña de humor non nos ven mal de vez en cando. Irán, xa que logo, e de momento, tres entregas seguidas con algo deste produto tan necesario nunha sociedade tan tensionada.
Entre as célebres frases de Winston Churchill hai unha especialmente da que botei man moitas veces desde que aló polo ano 1985 tomei conciencia de que tiña que deixar de dicir: “Estou coxo”, pra pasar a dicir sen voltas nin miramentos: “Son coxo”, motivado por un accidente de circulación acontecido o 28 de novembro do ano anterior. A frase en cuestión un chisquiño redondeada por min sen que Churchil dese mostras de opoñerse é: “A imaxinación consola ós homes (e mulleres) do que quixeran ser (e non somos). O humor consólaos do que son (e non quixeran ser)”. Meu só è o que vai entre parénteses. Nada, coma quen di.
A esa sabia reflexión de Churclill aparellareille hoxe algo que tamén lin unha vez, pero non sei quen o escribiu. Podía poñer que o escribira un tal Míster Morrison pra quedar como erudito, que non son; pero ímolo deixar así para quedar por humilde, que tampouco son. Lin que a represión produce mellor literatura que a ceiba liberdade de expresión, porque a censura de tempos de represión obriga a buscar máis metáforas e a utilizar máis a linguaxe figurada pra sortear a implacable lupa dos censores. Isto non é nada novo, pois xa quedou plasmado naquela frase lapidaria do latín macarrónico: “Intelectus apretatus discurrit qui rabeat”. Propúxenme autocensurarme á hora de escribir este ensaio histórico, psicosocial e traumático, posto que aconteceu nunha planta de traumatoloxía do hospital Xeral-Calde de Lugo, baseado nunha experiencia que me mantivo en estado de profunda represión durante unhas seis horas ou máis: pero tampouco así din conseguido que resultase un relato de altura literaria. Será que unha vez máis pode aplicarse aqueloutro adaxio semilatino: “Quod natura non dat, Salmántica tiruliru”
Comezo cunha aclaración que creo ben bastante ó caso. O relato escribino polo mes de San Xoán do l985, pero agora que me poño a repasalo e revivilo non me resisto a incorporarlle novas vivencias, experiencias ou conxecturas máis actuais.
Ben, pois entramos en materia. Despois de tres meses ingresado no citado Hospital da sanidade pública, dos que pasei dous e medio ben atado pola perna esquerda sen poder moverme da cama pra cousa ningunha, saín coa convicción de que o medio máis eficaz naquela época, pra obter o tan necesario e vulgar papel hixiénico era pedíndoo a través de Pastoral Sanitaria.
Explicareime remitíndome ao meu caso concreto, que pode non coincidir con outros casos, pero pra min ten gran valor probatorio desta miña hipótese, ou quizabes tese.
Resulta que, certo día, alá polas sete da mañá, cando me viñeron tomar a temperatura díxenlle á ATS, (Asistente Técnica Sanitaria), que me facía falta papel hixiénico e a planchuela, tamén denominada cuña. Ela respondeume:
-Iso é cousa das chicas da limpeza. Pídallelo a elas.
Normal, infeliz de min. De quen podería ser cousa o papel hixiénico máis que das chicas da limpeza? Ou pra que outra cousa pode ser esa clase de papel, se non é prá limpeza?
Díxomo con tal convición e rotundidade que non lle dixen outra palabra ó respecto; pero, como alá nas miñas interioridades sentía que algo puxaba de xeito compulsivo por liberarse cara a fóra polo conduto normal que a natureza considerou adecuado desde tempo inmemorial, non podía atopar acougo por máis que a resposta me resultase convincente.
Por iso, volvín a pedirllo a RICE, (Responsable de Inxección Contra Embolias), aínda que non era chica da limpeza, pero podía darse o caso de que coas presas esquecese que non o era. Veu, como todas as mañás, á hora máis inoportuna, cando podía comezar a quedarme semisupito, rendido polo insomnio. Perdón. Semisupito quere dicir: medio durmido; pero non me resulta fácil ó revivir aquela etapa liberarme da linguaxe desbordante de tecnicismos que os facultativos utilizan con suma destreza pra desinformar aos non iniciados ou pra as cousas parezan o que non son. Por exemplo: a min nunca me dixeron nin escribiron que coxeo. Non, “claudico”, que parece máis elegante, non si?
Estaba dicindo que a esa hora intempestiva veu a RICE meterme unha especie de pequeno puiazo na barriga. Cada mañá con infinita resignación por imperativo legal, ofrecía o puiazo de rigor como sufraxio por algunha bendita alma do purgatorio. Estes puiazos por separado eran moi levadeiros pero entre a mala hora a que os administraban e o rigor de todos os días lograron converterme en convencido obxector das corridas de touros, polo suplicio que deben supoñer prós pobres animaliños os puiazos de ritual.
A RICE que me tocou aquel día era suave nas formas, pero non exenta de firmeza no fondo e o consabido puiazo produciu unha brusca contractura do músculo oblicuo interno do abdome que á súa vez exerceu unha hiperpresurización repentina sobre toda a masa intestinal que agravou aínda máis a miña situación de indefensión.
Esta boa muller ao pedirlle con suma delicadeza o devandito papel, respondeu tamén moi amablemente:
-Espere un momentiño a que acabe coas inxeccións, porque teño unha fila de xiringas preparadas, e despois xa llo traio.
Intención de facelo, seguro que non lle faltaba; pero nisto caeron as oito, que é a hora sagrada do cambio de quendas, ou turnos, e xa fóra de hora, non debía aprovisionarme ela do papel hixiénico, porque posiblemente non a amparaba o seguro e ademais comprendo que non quixese pillarse os dedos, xa que, se por aí se producía unha infección da zona perianal, ou un rexeitamento debido á marca do papel, e eu ou algún facultativo denunciabamos o caso, a pobre quedaría sen cobertura por estar fóra de servizo e a Administración non se faría tampouco, responsable subsidiaria.
Hai quen pensa que todo é liso e chan, pero todo vai ben mentres non empeza a ir mal, e como sobra quen estea esperando por unha vacante, pois por iso, tamén nese momento quedeime sen papel hixiénico e non me estraña.
Ben, pois, se non hai novidade seguiremos dentro de oito días, pero aínda que quede o asunto en suspense, que ninguén sufra, que xa está resolto, afortunadamente
Llevo una temporadita tratando temas muy serios, o por lo menos así me lo parce; pero en todo caso, los fui tratando, desde mi punto de vista, con mucha seriedad, y una pizquita de humor no nos viene mal de vez en cuando. Irán, por tanto, y de momento, tres entregas sucesivas con algo de este producto tan necesario en una sociedad tan tensionada.
Entre las célebres frases de Winston Churchill hay una especialmente de la que eché mano muchas vecesdesde que allá por el año 1985 tomé conciencia de que tenía que dejar de decir: “Estoy cojo”, pra pasar a decir sin más vueltas ni miramentos: “Soy cojo”, motivado por un accidente de circulación acontecido el 28 de noviembre del año anterior. La frase en cuestión un poco redondeada por mí sin que Churchil diese muestras de oponerse es: “La imaginación consuela a los hombres (y mujeres) de lo que querrían ser (y no somos). El humor los consuela de lo que son (y no querrían ser)”. Mío sólo es lo que va entre paréntesis. Nada, como quien dice.
A esa sabia reflexión de Churclill le adjuntaré hoy algo que también leí una vez, pero no sé quien lo escribió. Podía poner que lo había escrito uno tal Míster Morrison pra quedar cómo erudito, que no soy; pero lo vamos a dejar así para quedar por humilde, que tampoco soy. Leí que la represión produce mejor literatura que la total libertad de expresión, porque la censura de tiempos de represión obliga a buscar más metáforas y a utilizar más el lenguaje figurado pra sortear la implacable lupa de los censores. Esto no es nada nuevo, pues ya quedó plasmado en aquella frase lapidaria del latín macarrónico: “Intelectus apretatus discurrit qui rabeat”. Me propuse autocensurarme a la hora de escribir este ensayo histórico, psicosocial y traumático, puesto que aconteció en una planta de traumatoloxía del hospital Xeral-Calde de Lugo, basado en una experiencia que me mantuvo en estado de profunda represión durante unas seis horas o más: pero tampoco así di conseguido que resultara un relato de altura literaria. Será que una vez más puede aplicarse aquel otro adagio semilatino: “Quod natura no dat, Salmántica tiruliru”.
Comienzo con una aclaración que creo que viene bastante al caso. El relato lo escribí por el mes de San Juan del l985, pero ahora que me pongo a repasarlo y revivirlo no me resisto a incorporarle nuevas vivencias, experiencias o conjeturas más actuales.
Bien, pues entramos en materia. Después de tres meses ingresado en el citado Hospital de la sanidad pública, de los que pasé dos y medio bien atado por la pierna izquierda sin poder moverme de la cama pra cosa ninguna, salí con la convicción de que el medio más eficaz en aquella época, pra obtener el tan necesario y vulgar papel hixiénico era pidiéndolo a través de Pastoral Sanitaria.
Me explicaré remitiéndome a mi caso concreto, que puede no coincidir con otros casos, pero pra mí tiene gran valor probatorio de esta mi hipótesis, o quizá tesis.
Resulta que, cierto día, allá por las siete de la mañana, cuando me vinieron a tomar la temperatura le dije a la ATS, (Asistente Técnica Sanitaria), que necesitaba papel higiénico y la planchuela, también denominada cuña. Ella me respondió:
-Eso es cosa de las chicas de la limpieza. Pídaselo a la ellas.
Normal, infeliz de mí. ¿De quien podría ser cosa el papel higiénico más que de las chicas de la limpieza? O para que otra cosa puede ser esa clase de papel, si no es para limpieza?
Me lo dijo con tal convicción y rotundidad que no dije otra palabra al respeto; pero, como allá en mis interioridades sentía que algo pujaba de manera compulsiva por liberarse hacia fuera por el conduto normal que la naturaleza consideró adecuado desde tiempo inmemorial, no podía encontrar sosiego por más que la respuesta me resultara convincente.
Por eso volví a pedírselo la RICE, (Responsable de Inyección Contra Embolias), aunque no era chica de la limpieza, pero podía darse el caso de que con las prisas olvidase que no lo era. Vino, como todas las mañanas, a la hora más inoportuna, cuando podía comenzar a quedarme semisupito, rendido por el insomnio. Perdón. Semisupito quiere decir: medio dormido; pero no me resulta fácil al revivir aquella etapa, liberarme del lenguaje desbordante de tecnicismos que los facultativos utilizan con suma destreza pra desinformar a los no iniciados o para que las cosas parezcan el que no son. Por ejemplo: a mí nunca me dijeron ni escribieron que cojeo. No, “claudico”, que parece más elegante, ¿no?
Estaba diciendo que a esa hora intempestiva vino la RICE meterme una especie de pequeño puyazo en la barriga. Cada mañana con infinita resignación por imperativo legal, ofrecía el puyazo de rigor como sufraxio por alguna bendita alma del purgatorio. Estos puyazos por separado eran muy llevaderos pero entre la mala hora a que los administraban y el rigor de todos los días lograron convertirme en convencido objetor de las corridas de toros, por el suplicio que deben suponer para los pobres animalitos los puyazos de ritual.
La RICE que me tocó aquel día era suave en las formas, pero no exenta de firmeza en el fondo y el consabido puyazo produjo una brusca contractura del músculo oblicuo interno del abdomen que a su vez ejerció una hiperpresurización repentina sobre toda la masa intestinal que agravó aún más mi situación de indefensión.
Esta buena mujer al pedirle con suma delicadeza el subsodicho papel, respondió también muy amablemente:
-Espere un momentito a que acabe con las inyeccións, porque tengo una fila de jeringas preparadas, y después ya se lo traigo.
Intención de hacerlo, seguro que no le faltaba; pero en esto cayeron las ocho, que es la hora sagrada del cambio de turnos, y ya fuera de hora, no debía aprovisionarme ella del papel higiénico, porque posiblemente no la amparaba el seguro y además comprendo que no quisiera pillarse los dedos, ya que, si se producía una infección de la zona perianal, o un rechazo debido a la marca del papel, y yo o algún facultativo denunciábamos el caso, la pobre quedaría sin cobertura por estar fuera de servicio y la Administración no se haría tampoco, responsable subsidiaria.
Hay quien piensa que todo es liso y llano, pero todo va bien mientras no empieza a ir mal, y como sobra quien esté esperando por una vacante, pues por eso. También en ese momento me quedé sin papel higiénico y no me extraña.
Bien, pues, si no hay novedad seguiremos dentro de ocho días, pero aunque quede el asunto en suspense, que nadie sufra, pues ya está resuelto, afortunadamente.
En galego
¿De quen foi e é competencia o papel hixiénico na sanidade pública?
Levo unha tempadiña tratando temas moi serios, ou polo menos así mo parede; pero en todo caso, funos tratando, desde o meu punto de vista, con moita seriedade, e unha pizquiña de humor non nos ven mal de vez en cando. Irán, xa que logo, e de momento, tres entregas seguidas con algo deste produto tan necesario nunha sociedade tan tensionada.
Entre as célebres frases de Winston Churchill hai unha especialmente da que botei man moitas veces desde que aló polo ano 1985 tomei conciencia de que tiña que deixar de dicir: “Estou coxo”, pra pasar a dicir sen voltas nin miramentos: “Son coxo”, motivado por un accidente de circulación acontecido o 28 de novembro do ano anterior. A frase en cuestión un chisquiño redondeada por min sen que Churchil dese mostras de opoñerse é: “A imaxinación consola ós homes (e mulleres) do que quixeran ser (e non somos). O humor consólaos do que son (e non quixeran ser)”. Meu só è o que vai entre parénteses. Nada, coma quen di.
A esa sabia reflexión de Churclill aparellareille hoxe algo que tamén lin unha vez, pero non sei quen o escribiu. Podía poñer que o escribira un tal Míster Morrison pra quedar como erudito, que non son; pero ímolo deixar así para quedar por humilde, que tampouco son. Lin que a represión produce mellor literatura que a ceiba liberdade de expresión, porque a censura de tempos de represión obriga a buscar máis metáforas e a utilizar máis a linguaxe figurada pra sortear a implacable lupa dos censores. Isto non é nada novo, pois xa quedou plasmado naquela frase lapidaria do latín macarrónico: “Intelectus apretatus discurrit qui rabeat”. Propúxenme autocensurarme á hora de escribir este ensaio histórico, psicosocial e traumático, posto que aconteceu nunha planta de traumatoloxía do hospital Xeral-Calde de Lugo, baseado nunha experiencia que me mantivo en estado de profunda represión durante unhas seis horas ou máis: pero tampouco así din conseguido que resultase un relato de altura literaria. Será que unha vez máis pode aplicarse aqueloutro adaxio semilatino: “Quod natura non dat, Salmántica tiruliru”
Comezo cunha aclaración que creo ben bastante ó caso. O relato escribino polo mes de San Xoán do l985, pero agora que me poño a repasalo e revivilo non me resisto a incorporarlle novas vivencias, experiencias ou conxecturas máis actuais.
Ben, pois entramos en materia. Despois de tres meses ingresado no citado Hospital da sanidade pública, dos que pasei dous e medio ben atado pola perna esquerda sen poder moverme da cama pra cousa ningunha, saín coa convicción de que o medio máis eficaz naquela época, pra obter o tan necesario e vulgar papel hixiénico era pedíndoo a través de Pastoral Sanitaria.
Explicareime remitíndome ao meu caso concreto, que pode non coincidir con outros casos, pero pra min ten gran valor probatorio desta miña hipótese, ou quizabes tese.
Resulta que, certo día, alá polas sete da mañá, cando me viñeron tomar a temperatura díxenlle á ATS, (Asistente Técnica Sanitaria), que me facía falta papel hixiénico e a planchuela, tamén denominada cuña. Ela respondeume:
-Iso é cousa das chicas da limpeza. Pídallelo a elas.
Normal, infeliz de min. De quen podería ser cousa o papel hixiénico máis que das chicas da limpeza? Ou pra que outra cousa pode ser esa clase de papel, se non é prá limpeza?
Díxomo con tal convición e rotundidade que non lle dixen outra palabra ó respecto; pero, como alá nas miñas interioridades sentía que algo puxaba de xeito compulsivo por liberarse cara a fóra polo conduto normal que a natureza considerou adecuado desde tempo inmemorial, non podía atopar acougo por máis que a resposta me resultase convincente.
Por iso, volvín a pedirllo a RICE, (Responsable de Inxección Contra Embolias), aínda que non era chica da limpeza, pero podía darse o caso de que coas presas esquecese que non o era. Veu, como todas as mañás, á hora máis inoportuna, cando podía comezar a quedarme semisupito, rendido polo insomnio. Perdón. Semisupito quere dicir: medio durmido; pero non me resulta fácil ó revivir aquela etapa liberarme da linguaxe desbordante de tecnicismos que os facultativos utilizan con suma destreza pra desinformar aos non iniciados ou pra as cousas parezan o que non son. Por exemplo: a min nunca me dixeron nin escribiron que coxeo. Non, “claudico”, que parece máis elegante, non si?
Estaba dicindo que a esa hora intempestiva veu a RICE meterme unha especie de pequeno puiazo na barriga. Cada mañá con infinita resignación por imperativo legal, ofrecía o puiazo de rigor como sufraxio por algunha bendita alma do purgatorio. Estes puiazos por separado eran moi levadeiros pero entre a mala hora a que os administraban e o rigor de todos os días lograron converterme en convencido obxector das corridas de touros, polo suplicio que deben supoñer prós pobres animaliños os puiazos de ritual.
A RICE que me tocou aquel día era suave nas formas, pero non exenta de firmeza no fondo e o consabido puiazo produciu unha brusca contractura do músculo oblicuo interno do abdome que á súa vez exerceu unha hiperpresurización repentina sobre toda a masa intestinal que agravou aínda máis a miña situación de indefensión.
Esta boa muller ao pedirlle con suma delicadeza o devandito papel, respondeu tamén moi amablemente:
-Espere un momentiño a que acabe coas inxeccións, porque teño unha fila de xiringas preparadas, e despois xa llo traio.
Intención de facelo, seguro que non lle faltaba; pero nisto caeron as oito, que é a hora sagrada do cambio de quendas, ou turnos, e xa fóra de hora, non debía aprovisionarme ela do papel hixiénico, porque posiblemente non a amparaba o seguro e ademais comprendo que non quixese pillarse os dedos, xa que, se por aí se producía unha infección da zona perianal, ou un rexeitamento debido á marca do papel, e eu ou algún facultativo denunciabamos o caso, a pobre quedaría sen cobertura por estar fóra de servizo e a Administración non se faría tampouco, responsable subsidiaria.
Hai quen pensa que todo é liso e chan, pero todo vai ben mentres non empeza a ir mal, e como sobra quen estea esperando por unha vacante, pois por iso, tamén nese momento quedeime sen papel hixiénico e non me estraña.
Ben, pois, se non hai novidade seguiremos dentro de oito días, pero aínda que quede o asunto en suspense, que ninguén sufra, que xa está resolto, afortunadamente