¿Qué es ser cura? (y II)

En castellano y a continuación en galego
Terminaba la primera entrega de este trabajito sobre mi visión de lo que puede significar ser cura, diciendo que este significado puede verse condicionado por la idea que tengamos de lo que en la vida de las personas debe entenderse que hace referencia a Dios, y decía que conforme al Evangelio, si encontramos a Dios en el Sacramento del Altar también podemos y debemos encontrarlo en el sacramento de los hermanos, especialmente en los más necesitados.

Pero no todos ni siempre lo entendieron así. Un venerable sacerdote me dijo al poco tiempo de ser yo ordenado hace 50 años, que la razón de ser de un cura estaba justificada por la misa de cada día y por el rezo del breviario. Ya entonces le respondí que entendía que celebrar en la misa la fracción del pan que alimenta a la comunidad y animar a la comunidad a compartir los diversos “panes” puede justificar una vida; pero que decir bien la misa y rezar bien el breviario no puede servir de disculpa para no llenar de dedicación a Dios y a los demás por lo menos el mismo tiempo de trabajo que se le pide a un trabajador normal. Ahora cambiaron tanto las cosas, que los curas jubilados tienen que permanecer tan activos o más que antes de la jubilación

De nuevo puede haber discrepancias en el modo de entender lo que es la dedicación a Dios y a los demás, ya que, mientras que algunos pueden entender que dedicar tiempo a rezar el breviario o lo que sea es una manera de perderlo, otros pensamos que orar por los que tienen menos tiempo a hacerlo y por el mundo en general no es uno derroche del tiempo, y también creemos que de la oración personal y de la comunitaria sale la fuerza, tanto pra poder apretar cariñosamente la mano de un moribundo a cualquier hora del día o de la noche, como para denunciar injusticias y luchar por la justicia, como para crear fraternidad entre unos jóvenes utilizando los medios más variados, como ensayar y representr obras de teatro, o como comerle terreno a la droga poniendo en marcha y acompañando un grupo folclórico. Y que me disculpen los curas de ciudad por citar experiencias más bien del rural, pero es lo que mejor conozco.

Echando mano de la carta a los Filipenses entiendo con Sano Paulo que: ”Todo lo que sea verdadero, digno, justo, puro, amable y honorable” también hace referencia a Dios y al mismo tiempo es bueno para los hombres y mujeres de aquí y de ahora.

En cuanto a la oración quiero recordar que también Jesús, modelo pra cualquier cristiano y no menos pra cualquier sacerdote, buscó fuerza en ella para acariciar a niños, ancianos y leprosos, pra ser comprensivo y perdonar, y hasta pra mezclarse y comer con gente de mal vivir sin importarle gran cosa lo que dijesen los que se consideraban a sí mismos muy buenos, puros y limpios y siempre fueron muy cuidadosos de no contaminarse. Estos pastores difícilmente podrán oler a oveja, como dijo el Papa Francisco. Claro que hoy con tantos adelantos ya hay pastores eléctricos que permiten pastorear desde un despacho sin bajar a los caminos polvorientos o a los lodazales y tener que arremangar las ropas talares; que no exclusiva de curas, frailes y monjas, no se vaya a pensar.

Una vez que en la parroquia rural de San Martiño de Gobierno, donde nací y tengo el privilegio de vivir, se hizo un magosto por la noche en el campo de la fiesta el propio día de San Martiño, 11 de noviembre, alguien me pidió que subiera al palco a hacer reír un poco a los vecinos contando algún cuento a mi manera. Subí (ya contaba con hacerlo, pero preferí que me lo pidiesen) y conseguí que riéramos juntos los que juntos lloramos a menudo por todos los vecinos que se van o por nueve vacas que mató un mal rayo en la cuadra atadas a la cuellera.

Cuando bajé del palco, la también vecina y amiga desde la infancia, Florentina, me cogió por el brazo y me dijo e voz bajita: “Vaya que te sentiste cura también ahora lo mismo que por la mañana en la misa”. Habrá quien se escandalice, pero mi respuesta fue: “Te agradezco que lo notaras y me lo digas”. Mientras tanto, otro venerable párroco me llamaba con desprecio “saltimbanqui y titiritero”. También se lo llamaron a Don Bosco; pero peor se la armaron a Jesús cuando quisieron darlo por loco. Pues, también El cumplía con su misión tanto multiplicando el pan en el descampado, como bendiciéndolo y partiéndolo en el Cenáculo, como convirtiendo el agua en vino.

Una de las definiciones de cura que se ha usado mucho es la de “Ministro del Señor”. Venía aceptándola cómo una más sin pararme mucho a pensar hasta que una vez allá en Madrid, concretamente en Boadilla del Monte, hace unos 15 años, en un homenaje al Padre Ángel de Mensajeros de la Paz, un señor con el que me tocó compartir mesa entre otras ocho personas, muy elegante y fino él, doctor en no sé cuantas disciplinas, haciéndose pasar por pobre ignorante al mismo tiempo que se mostraba muy superior humana y espiritualmente a un curita de aldea, porque él, además de los títulos académicos muy altisonantes, militaba en una asociación eclesiástica (no sé si eclesial) elitista, me dijo con retintín pra rebatir algo que yo acababa de decir y que ahora no viene al caso: “Bueno, creo que esas ideas no son pra exponer públicamente un ministro del Señor”. Entoces, procure pensar a prisa, porque quería quedar bien ante los otros ocho comensalos y comensalas, y respondí: “Yo no son ministro de nadie ni quiero serlo. En primero lugar, porque entre ministros también los hay que sólo buscan el poder y acaban siendo corruptos y en segundo, porque pobre de nuestro Señor sí tiene que depender de mi pra administrarle su infinita misericordia”. Después, para congratularse conmigo y que no olvidase con quién estuviera hablando, aquel señor doctor en no sé cuantas disciplinas me daba su tarjeta, pero no se la quise, porque yo no tiña ninguna mía pra intercambiar y si la tuviera, a lo mejor, tampoco se la daba por si el tenía influencias más arriba y podía emplearlas para traerme al buen camino o llevarme a su Camino.

Esto es casi todo lo que sé decir de ser cura después de cincuenta años siéndolo, pero, unidos a los hermanos en la vocación básica del sacerdocio bautismal y a los compañeros en la vocación al sacerdocio ministerial y en la obediencia al obispo diocesano, sin servilismos, ya que, si hay la promesa de obedecer, también hay el deber de saber mandar, y en la unión con él y con la comunidad diocesana, cada uno irá realizando la misión encomendada cómo Dios le dé a entender y sus “talentos” de adulto en la fe se lo permitan desde la fidelidad al Evangelio y a no Sacramento do Altar tamén podemos e debemos atopalo no sacramento dos irmáns, especialmente nos máis necesitados.
las mujeres y hombres de aquí y de ahora, sin ataduras indisolubles, agarrotantes y uniformantes la leyes transitorias y cambiantes.


En galego

Remataba a primeira entrega deste traballiño sobre a miña visión do que pode significar ser cura, dicindo que esta visión pode verse condicionada pola idea que teñamos do que na vida das persoas debe entenderse que fai referencia a Deus, e dicía que conforme ó Evanxeo, se atopamos a Deus no Sacramento do Altar tamén podemos e debemos atopalo no sacramento dos irmáns, especialmente nos máis necesitados.

Pero non todos nin sempre o entenderon así. Un venerable sacerdote díxome ó pouco de ser eu ordenado, que a razón de ser dun cura estaba xustificada pola misa de cada día e polo rezo do breviario. Xa daquela respondinlle que entendía que celebrar na misa a fracción do pan que alimenta á comunidade e animar á comunidade a compartir os diversos “pans” pode xustificar unha vida; pero que dicir ben a misa e rezar ben o breviario non pode servir de desculpa pra non encher de dedicación a Deus e ós demais polo menos o mesmo tempo de traballo que se lle pide a un traballador normal. Agora cambiaron tanto as cousas que curas xubilados teñen que permanecer tan activos ou máis ca antes de xubilarse.

De novo pode haber discrepancias no xeito de entender o que é a dedicación a Deus e ós demais, xa que, mentres que algúns poden entender que dedicar tempo a rezar o breviario ou o que sexa é un xeito de perdelo, outros pensamos que orar polos que teñen menos tempo a facelo e polo mundo en xeral non é un malgasto do tempo, e tamén cremos que da oración privada e da comunitaria sae a forza, tanto pra poder apertar agarimosamente a man dun moribundo a calquera hora do día ou da noite, como pra denunciar inxustizas e loitar pola xustiza, como pra crear fraternidade entre uns mozos utilizando os medios máis variados, coma ensaiar e facer obras de teatro, ou como comerlle terreo á droga poñendo en marcha e acompañando un grupo folclórico. E que me desculpen os curas de cidade por citar experiencias máis ben do rural, pero é o que mellor coñezo.

Botando man da carta ós Filipenses entendo con San Paulo que: “Todo o que sexa verdadeiro, digno, xusto, puro, amable e honorable” tamén fai referencia a Deus e ó mesmo tempo é bo prós homes e mulleres de aquí e de agora.

En canto á oración quero recordar que tamén Xesús, modelo pra calquera cristián e non menos pra calquera sacerdote, buscou forza nela pra acariñar a nenos, vellos e leprosos, pra ser comprensivo e perdoar, e ata pra mesturarse e comer con xente de mal vivir sen importarlle gran cousa o que dixesen os que se tiñan a si mesmos por moi bos, limpos e puros e sempre foron moi coidadosos de non contaminarse. Estes pastores dificilmente poderán ulir a avella, como dixo o Papa Francisco. Claro que hoxe con tantos adiantos xa hai pastores eléctricos que permiten pastorear desde un despacho sen baixar ós camiños e corredoiras e ter que arremangar as roupas talares; que non exclusiva de curas, frades e monxas, non se vaia pensar.

Unha vez que na parroquia rural de San Martiño de Goberno, onde nacín e teño o privilexio de vivir, se fixo un magosto pola noite no campo da festa o mesmo día de San Martiño, 11 de novembro, alguén me pediu que subise ó palco facer rir un chisquiño ós veciños contando algún conto á miña maneira. Subín (xa contaba con facelo, pero preferín que mo pedisen) e conseguín que rísemos xuntos os que xuntos choramos a miúdo por todos os veciños que se van ou por nove vacas que matou un mal raio nas “cuadras modernas” amarradas á “cuellera”.

Cando baixei do palco, a tamén veciña e amiga da infancia, Florentina, colleume polo brazo e díxome polo baixo: “Vaia que te sentiches cura tamén agora coma pola mañá na misa?”. Haberá quen se escandalice, pero a miña resposta foi: “Agradézoche que o notases e mo digas”. Mentres tanto outro venerable párroco chamábame con despezo “saltimbanqui e titiritero”. Tamén llo chamaron a Don Bosco; pero peor lla armaron a Xesús cando quixeron dalo por toliño da cabeza. Pois, tamén El cumpría coa súa misión tanto multiplicando o pan no descampado coma bendicíndoo e partíndoo no Cenáculo, coma convertendo a auga en viño.

Unha das definicións de cura que se ten usado moito é a de “Ministro del Señor”. Viña aceptándoa como una máis sen pararme moito a pensar ata que una vez aló en Madrid, concretamente en Boadilla del Monte, hai uns 15 anos, nunha homenaxe ó Padre Ángel de Mensajeros de la Paz, un señor co que me tocou compartir mesa entre outras oito persoas, moi elegante e fino el, doutor en non sei cantas disciplinas, facéndose pasar por pobre ignorante ó mesmo tempo que se mostraba moi superior humana e espiritualmente a un curiña de aldea, porque el, ademais dos títulos académicos moi altisonantes, militaba nunha asociación eclesiástica (non sei se eclesial) elitista, me dixo con retintín pra rebater algo que eu acababa de dicir e que agora non vén ó caso: Bueno, creo que esas ideas no son pra exponer publicamente un ministro del Señor”. Daquela pensei á presa, porque quería quedar ben ante os outros oito comensalos e comensalas, e respondín: “Yo no soy ministro de nadie ni quiero serlo. En primer lugar, porque entre ministros también los hai que sólo buscan el poder y acaban siendo corruptos y en segundo, porque pobre de nuestro Señor si tiene que depender de mi pra administrarle su infinita misericordia”. Despois, pra congratularse comigo e que non esquecese con quen estivera falando, aquel señor doutor en non sei cantas disciplinas dábame a súa tarxeta, pero non lla quixen, porque eu non tiña ningunha miña pra intercambiar e se a tivese, se cadra, tampouco lla daba por se tiña influenzas máis arriba e podía empregalas pra terme ó bo camiño, ou levarme ó seu Camino.

Isto é case todo o que sei dicir de ser cura despois de cincuenta anos séndoo, pero, unidos ós irmáns na vocación básica do sacerdocio bautismal e ós compañeiros na vocación ó sacerdocio ministerial e na obediencia ó bispo diocesano, sen servilismos, xa que, se hai a promesa de obedecer, tamén hai o deber de saber mandar; e na unión con el e coa comunidade diocesana, cada un irá realizando a misión encomendada como Deus lle dea a entender e os seus “talentos” de adulto na fe llo permitan desde a fidelidade ó Evanxeo e ás mulleres e homes de aquí e de agora, sen ataduras indisolubles, agarrotantes e uniformantes a leis transitorias e cambiantes.
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