¿Quién da más los normales o los otros?


Con admiración a Jesús Mato y Marisol Bravos, referentes de superación y lucha por supresión de barreras





Desde el 2005 les dio a algunos por llamarle “diversidad funcional” a lo que toda la vida se llamó minusvalía,
o sea: valer menos; invalidez, entiéndase: no valer; discapacidad, que deber querer decir: no tener capacidades, subnormal: estar por debajo de la normalidad.



¡Qué manía de andar cambiando nombres y maquillando o disfrazando realidades! ¿Por este camino, a ver en que nos diferenciamos los normales de los que no lo son, los útiles de los inútiles, los capaces de los incapaces? ¿Qué justificaciones podemos encontrar para esconder a los no útiles o para tenerlos como se tiene una silla con una pata partida, e incluso para deshacernos de ellos y que no sean una rémora para la competitiva sociedad de los útiles, diestros, de altos coeficientes, o, dado el caso, para argumentar que no debían haber nacido?


Detrás de la “diversidad funcional” pueda ser qué haya una malévola intención de querernos hacer creer que todos somos iguales,
porque todos padecemos alguna “diversidad”. Que no me vengan con innovaciones ni monsergas de que si uno tiene el defecto de una pierna más corta, también tiene la virtud de tener la otra más larga para compensar; o lo que resulta tremendamente cabreante: Que, si el 51% de la población fuesen cojos los que andarían mal son los otros. ¡Tanto relativismo y tanta modernidad no van en mi carro a misa ni en mi carreta al huerto!

El año pasado, el 2016, cumplió sus 50 años de vida Asociación de Padres o Tutores de Personas con Discapacidad Intelectual, de Lugo (ASPNAIS), que cuando nació, el 8 de enero de 1966, fue bautizada en lenguaje de la época como Asociación de padres de hijos y adolescentes subnormales.



Con este motivo se desarrollaron una serie de actos que todavía no concluyeron, entre ellos visitas de grupos formados por personas de distintos colectivos con el fin de dar a conocer y sensibilizar, y de mostrar los logros de integración en los distintos ámbitos que van logrando los beneficiarios.

Fui invitado por el buen amigo Xulio Xiz, animador e impulsor de infinidad de iniciativas culturales y humanitarias, que tantas veces me prestó su voz para que resonara mi palabra, a formar parte de un grupo formado por unas veinte personas normales. Acepté la invitación por compromiso, pero bien preparado para no dejarme embaucar y bien equipado para ofrecerles paternalistamente lo mucho que yo podía dar a los acogidos en esta asociación. La visita empezó en el Polígono Industrial del Ceao en unos talleres ocupacionales o una cosa así, pero allí no fui; porque nada tenía que aprender y además me fatigo mucho al andar por culpa de mi EPOC. Esperé al grupo acompañado por otra persona, de la que dependía para desplazarme, en el Centro Residencial que lleva el nombre de una buena amiga a la que admiro mucho, Conchita Teijeiro. Permítanme cambiar por un momento el estilo literario para destacar el tesón, la entrega y la elegancia de Conchita. Yo pienso que se compone con elegancia hasta gustarse a sí misma y, como tiene muy bueno gusto, nos hace el regalo de que dé gusto vela.



Poco me moví también en el Centro Residencial. Me quedé sentado, mientras los otros iban a ver algo por allí y a encontrarse con algunos y algunas con la acaramelada “diversidad funcional”, debido a que no daba seguido al grupo y por otro lado, ¿que podía perder?


Para lo que sí estuve fue para el café y las pastas con el que nos agasajaron y sirvieron personal del centro y algunos de los acogidos. No me paré en tratar de descubrir quienes eran unos y quienes los otros. Yo acudía dar mi testimonio en el coloquio, pero casi no intervine debido a mi operación de laringe, y a que, como ya me olía que estaba todo arreglado para hacernos ver una realidad distorsionada como corresponde a la dichosa “diversidad”. Preferí callar para no decir algo políticamente incorrecto. A mayor abundamiento, ya tenía experiencias en estas cosas. Voy a transcribir, aunque redunde en cierta alabanza mía, una de esas experiencias, no con palabras propias, sino de quien tiene más autoridad que yo, José Antonio González, especialista en Sagrada Escritura y profesor del Instituto Teológico Compostelano, también conocido como el Cura Rubio de Lugo.

Escribió:

“Aquella tarde yo vi a Xosé Manuel nervioso, preocupado; tenía que actuar y no las tenía todas consigo. Me pareció extraño: Xosé Manuel no se ponen nervioso por casi nada y menos por actuar ante el público. Debió de ser de las pocas veces que se vio así.
Pero aquella tarde era diferente. Estábamos cerca de Marín, con el Equipo de Catequesis de Galicia, preparando materiales. Al lado nuestro estaba una colonia madrileña de chavales y chavalas minusválidos psíquicos. Y de ahí vino el problema. Le pidieron a Xosé Manuel una actuación de magia para aquellos chavales. Xosé Manuel domina muy bien cualquier auditorio “normal” (entre comillas, con perdón), pero el auditorio de aquella tarde era diferente, y se sentía inseguro, no sabía cómo reaccionarían aquellos pequeños y pequeñas con sus deficiencias, no sabía cómo presentarles los trucos. ¿Los entenderían con sus mensajes?

Todos quedamos atónitos, desbordados, el primero Xosé Manuel, no esperábamos tal cosa. Mientras nosotros los “normales” (con perdón), ante cualquier truco en vez de disfrutarlo tratamos de descubrir cómo lo había hecho, un tanto molestos por el engaño, aquellos chavales lo disfrutaban, con espontaneidad, chillaban, aplaudían, reían constantemente, comentaban, intervenían sin cansar y besaban a José Manuel.

A mi lado una jovencita apretaba contra su corazón, toda nerviosa, aquella carta que por la que Xosé Manuel le había dicho: ¿Me la guardas, guapiña? “Que no te la vea nadie”. Aquella carta era un tesoro, su tesoro, sólo para ella. Miraba a sus compañeros orgullosa, ufana por la distinción que el mago le había hecho; por cierto la guardó tan bien que no dejó que ninguno se la viese, ni siquiera yo que estaba a su lado.

Disfrutamos como nunca. Pienso que Xosé Manuel también. Era un espectáculo inesperado, que superaba cualquier previsión.

Dentro de mí quedó una pregunta: “¿Serán ellos los subnormales, o lo seremos nosotros?” De todas formas me dieron mucha envidia”




Ahora me queda pedir perdón si enfadé a alguien al inicio con un lenguaje duro y despiadado más propio de un nazi que de un cura. Si alguien se enfadó, en hora buena, porque indica que tiene sentido crítico y sobre todo, corazón. Pero seguramente conocéis a alguien que piensa así. A alguien que valora a los demás por lo que él cree que es la utilidad y no por su dignidad humana y de hijos de Dios.

No es por presumir, pero hace tiempo que pasaba de las tres mil actuaciones de ilusionismo en las que fui recargando mis pilas de ilusión, creedme que ninguna fue tan bien pagada como aquella. Aun hoy vivo de la ternura que me contagiaron aquellos hijos bien queridos de Dios, besándome, acariciándome, diciéndome cosas maravillosas con sus ojos limpios. Yo no pude corresponder. De cara a fuera, porque si les hago una caricia podía mirarme alguno con sus ojos podridos e interpretarme a la medida de su miseria o a la de desalmados asesinos de la inocencia que merecieron aquello de “mejor les hubiera sido que les atasen al cuello una piedra de molino y des echasen al mar”. Pero de cara a dentro de mí, sé que la verdadera razón para no poder corresponder es que yo nunca tuve tanta ternura como aquellos niños y niñas con “diversidad funcional”, o quizás sin ella.

Por todo ello me veo obligado a pensar muy a menudo: ¿Quién da más?
Xosé Manuel Carballo


Para los que deseen leerlo en gallego:


Quen dá máis os normais ou os outros?

Con admiración a Xesús Mato e Marisol Bravos, referentes de superación e loita por supresión de atrancos.





Desde o 2005 deulles a algúns por chamarlle “diversidade funcional” ao que toda a vida se chamou minusvalía,
ou sexa: valer menos; invalidez, enténdase: non valer; discapacidade, que deber querer dicir: non ter capacidades, subnormal: estar por debaixo da normalidade.

¡Que teima de andar cambiando nomes e maquillando ou disfrazando realidades! Por este camiño, a ver en que nos diferenciamos os normais dos que non o son, os útiles dos inútiles, os capaces dos incapaces? Que xustificacións podemos atopar para esconder aos non útiles ou para telos como se ten unha cadeira cunha pata partida, e ata para desfacernos deles e que non sexan unha rémora para a competitiva sociedade dos útiles, destros, de altos coeficientes, ou, dado o caso, para argumentar que non debían ter nado?

Detrás da “diversidade funcional” poida ser que haxa unha malévola intención de querernos facer crer que todos somos iguais, porque todos padecemos algunha “diversidade”. Que non me veñan con innovacións nin monsergas de que se un ten o defecto dunha perna máis curta, tamén ten a virtude de ter a outra máis longa para compensar; ou o que resulta tremendamente cabreante: Que, si o 51% da poboación fosemos coxos os que andarían mal son os outros. ¡Tanto relativismo e tanta modernidade non van no meu carro a misa nin na miña carretilla ao horto!

O ano pasado, o 2016, cumpriu os seus 50 anos de vida a Asociación de Pais ou Titores de Persoas con Discapacidade Intelectual, de Lugo, (ASPNAIS), que cando naceu, o 8 de xaneiro de 1966, foi bautizada en linguaxe da época como “Asociación de padres de hijos y adolescentes subnormales”.




Con ese motivo desenvolvéronse unha serie de actos que aínda non concluíron; entre eles, visitas de grupos formados por persoas de distintos colectivos co fin de dar a coñecer e sensibilizar e de mostrar os logros de integración nos distintos ámbitos que van logrando os beneficiarios.

Fun invitado polo bo amigo Xulio Xiz, animador e impulsor de infinidade de iniciativas culturais e humanitarias, que tantas veces me prestou a súa voz para que resoase a miña palabra, a formar parte dun grupo formado por unhas vinte persoas normais. Aceptei a invitación por compromiso, pero ben preparado para non deixarme engaiolar e ben equipado para ofrecerlles paternalistamente o moito que eu podía dar aos acollidos nesta asociación. A visita empezou no Polígono Industrial do Ceao nuns talleres ocupacionais ou unha cousa así, pero alí non fun; porque nada tiña que aprender e ademais fatígome moito ao andar debido ao meu EPOC. Esperei ao grupo acompañado por outra persoa, da que dependía para desprazarme, no Centro Residencial que leva o nome dunha boa amiga á que admiro moito, Conchita Teijeiro. Permítanme cambiar por un momento o estilo literario para destacar o tesón, a entrega e a elegancia de Conchita. Eu penso que se pon elegante ata gustarse a si mesma e, como ten moi bo gusto, fainos o agasallo de que dea gusto vela.




Pouco me movín tamén no Centro Residencial. Quedeime sentado, mentres os outros ían ver algo por alí e a atoparse con algúns e algunhas coa cacarexada “diversidade funcional”, debido a que non daba seguido ao grupo e doutra banda, que podía perder?

Para o que si estiven foi para o café e as pastas co que nos agasallaron e serviron persoal do centro e algúns dos acollidos. Non me parei en tratar de descubrir quen eran uns e quen os outros. Eu acudía dar o meu testemuño no coloquio, pero case non intervín debido á miña operación de larinxe, e a que, como xa me cheiraba que estaba todo arranxado para facernos ver unha realidade deformada como corresponde á ditosa “diversidade”. Preferín calar para non dicir algo politicamente incorrecto; pero xa tiña eu experiencias nestas cousas. Vou transcribir, aínda que redunde en certa loanza miña, unha desas experiencias, non con palabras propias, senón de quen ten máis autoridade ca min, José Antonio González, especialista en Sagrada Escritura e profesor do Instituto Teolóxico Compostelano, tamén coñecido como o Cura Rubio Lugo.

Escribiu:

“Aquela tarde eu vin a Xosé Manuel nervioso, preocupado; tiña que actuar e non as tiña todas consigo. Pareceume estraño: Xosé Manuel non se pon nervioso por case nada e menos por actuar ante o público. Debeu de ser das poucas veces que se viu así.
Pero aquela tarde era diferente. Estabamos preto de Marín, co Equipo de Catequese de Galicia, preparando materiais. Á nosa beira estaba unha colonia madrileña de rapaces e rapazas minusválidos psíquicos. E de aí veu o problema. Pedíronlle a Xosé Manuel unha actuación de maxia para aqueles rapaces. Xosé Manuel domina moi ben calquera auditorio “normal” (entre comiñas, con perdón), pero o auditorio daquela tarde era diferente, e sentíase inseguro, non sabía como reaccionarían aqueles nenos e nenas coas súas deficiencias, non sabía como presentarlles os trucos. Entenderíanos coas súas mensaxes?

Todos quedamos atónitos, desbordados, o primeiro Xosé Manuel, non esperabamos tal cousa. Mentres nós os “normais”, (con perdón), ante calquera truco no canto de gozalo tratamos de descubrir como o fixo, un tanto molestos polo engano, aqueles rapaces gozábano, con espontaneidade, berraban, aplaudían, rían constantemente, comentaban, interviñan sen cansar e dábanlle bicos a Xosé Manuel.

Ao meu lado unha mociña apertaba contra o seu corazón, toda nerviosa, aquela carta que pola que Xosé Manuel lle dixera: “Gárdasma, guapiña? Que non cha vexa ninguén”. Aquela carta era un tesouro, o seu tesouro, só para ela. Miraba aos seus compañeiros orgullosa, fachendosa, pola distinción que o mago lle fíxo; por certo gardouna tan ben que non deixou que ningún lla vise, nin sequera eu que estaba ao seu lado.

Gozamos como nunca. Penso que Xosé Manuel tamén. Era un espectáculo inesperado, que superaba calquera previsión.

Dentro de min quedou unha pregunta:Serán eles os subnormais, ou o seremos nós? De todos os xeitos déronme moita envexa”.



Agora quédame pedir perdón se enfadei a alguén ao comezo cunha linguaxe dura e desapiadada máis propia dun nazi ca dun cura. Si alguén se enfadou, noraboa, porque indica que ten sentido crítico e sobre todo, corazón. Pero seguramente coñecedes a alguén que pensa así. A alguén que valora aos demais polo que el cre que é a utilidade e non pola súa dignidade humana e de fillos de Deus.

Non é por presumir, pero fai tempo que pasaba das tres mil actuacións de ilusionismo, nas que fun recargando de ilusión as miñas pilas, crédeme que ningunha foi tan ben pagada como aquela. Aínda hoxe vivo da tenrura que me contaxiaron aqueles fillos ben queridos e Deus, bicándome, acariñándome, dicíndome cousas marabillosas cos seus ollos limpos. Eu non puiden corresponder. De cara a fóra, porque se lles fago unha caricia podía mirarme algún cos seus ollos podrecidos e interpretarme á medida da súa miseria ou á de desalmados asasinos da inocencia que mereceron aquilo de “mellor lles fora que lles atasen ao pescozo unha pedra de moiño e os botasen ao mar”. Pero de cara a dentro de min, sei que a verdadeira razón para non poder corresponderlles é que eu nunca tiven tanta tenrura como aqueles nenos e nenas con “diversidade funcional”, ou, se cadra, sen ela.

Por todo iso véxome obrigado a pensar moi a miúdo: Quen dá máis?

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