La solidaridad de cristianos de Mérida-Badajoz hace posible que esta pequeña comunidad nativa del Yavarí pueda tener agua potable Agua para Unión Familiar
Gracias al talento de Gonzalo, a la generosidad de Salvatierra de los Barros, su hermandad y su párroco Manuel Cintas, y al cariño y la capacidad de compartir de la gente de Monesterio, esta remota y diminuta comunidad indígena del Yavarí puede tener agua limpia y saludable para tomar todo el año.
Gracias por cumplir Mt 25, 35: “Tuve sed y ustedes me dieron de beber”. Además, recuerden que “Quien, como discípulo mío, dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, les aseguro que no se quedará sin recompensa” (Mt 10, 26). Él les pagará con cataratas de salud y vida, ahora y en la eternidad.
Unión Familiar es una comunidad pequeñita situada al comienzo del tramo medio del Yavarí, apenas un grupo de casas que reúnen a unas 25 familias bastante pobres, en su mayoría kokamas emigrados de otras partes de Loreto. Desde la primera visita nos llamó la atención cómo sufren para acceder al agua en la época de vaciante del río.
La mujer líder, la señora Emérita, explicó que hay un “ojo de agua” a unos 500 metros de la loma en dirección contraria al río, pero a la gente se hace difícil acarrear por la distancia y el desnivel. Prefieren la caminata por el cauce del Yavarí hasta media pierna, donde se pueda llenar un balde de agua no demasiado embarrada. ¿Cómo se podría subir el agua hasta el pueblo para que al menos tuvieran para beber sin depender del ciclo fluvial?
Hace dos años, en diciembre de 2018, estábamos por allí con los dos teólogos jesuitas, Beto y Gonzalo, que es ingeniero. Pedimos a Emérita y al teniente gobernador Quitín que nos mostrasen el lugar del manantial. Nos llevaron a través de un sembrío de coca (ver Zona Roja – 14 de enero de 2019) sin decir ni pío, hasta que llegamos. Después de darle algunas vueltas, Gonzalo explicó que una simple motobomba podría jalar el agua potable hacia arriba hasta un par de tanques colocados en el centro de la población. Así de sencillo.
Recordé que, en las vacaciones de ese año, un grupo de personas de Monesterio había hecho una colecta rápida y me habían entregado un dinero “para lo que veas que se necesite”. De modo que fuimos a la Municipalidad y les hicimos esta propuesta: nosotros aportaríamos la motobomba y los tanques y ellos se encargarían de diseñar la acometida, montaje, canalización y distribución, y ejecutar la obra. Estuvieron de acuerdo.
Poco tiempo después el arquitecto municipal me hizo ver el proyecto. Pensé que la cosa iba en serio, pero transcurrió un año y no pasó nada. Normalmente no quiero tener en mi poder una ayuda tanto tiempo sin ultilizarla e informar a los donantes de en qué se ha empleado, de modo que le dije al alcalde que, o eso avanzaba, o yo iba a destinar los fondos a otros menesteres; no quería hacerlo, porque me ilusionaba que los de Unión Familiar tuvieran su agua, pero debía presionar de alguna manera.
Llegó la hora de despedirme de Islandia, sin aparentes progresos. Y se echó encima la pandemia, que lo paralizó todo. Pero en junio los de la Muni me contactaron preguntándome si seguía en pie la oferta. Les dije que sí y ellos compraron la bomba y la caja (al final solo una), me enviaron las facturas y yo les transferí el importe. Para que alcanzase le añadí una buena parte de algo que me brindaron en la parroquia de Salvatierra en el verano de 2019, un año después de lo de Monesterio.
En agosto se concluyó el trabajo y se inauguró la nueva instalación de agua de Unión Familiar, con la presencia de las religiosas misioneras de Islandia. La electrobomba funciona con panel solar y hace remontar el agua desde la quebrada hasta un depósito de 2000 litros situado sobre columnas de concreto. De ahí pasa al caño de la imagen, emplazado en la parte baja del pueblo, donde la gente puede juntar cómodamente su agua y llevarla a la casa.
Por tanto gracias al talento de Gonzalo, a la generosidad de Salvatierra de los Barros, su hermandad y su párroco Manolo Cintas, y al cariño y la capacidad de compartir de la gente de Monesterio (Ascensión Mestre, Isabel de los Santos, M. Antonia Camacho, Tere Lancharro, Basi Torres, Manoli Bautista, Carmen Llimona, Evaristo Moreno y Manoli la maestra), esta remota y diminuta comunidad indígena del Yavarí puede tener agua limpia y saludable para tomar todo el año. Qué hermoso, ¿no?
Gracias por cumplir Mt 25, 35: “Tuve sed y ustedes me dieron de beber”. Además, recuerden que “Quien, como discípulo mío, dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, les aseguro que no se quedará sin recompensa” (Mt 10, 26). Él les pagará con cataratas de salud y vida, ahora y en la eternidad.