El reencuentro con los misioneros, verdaderos "amigos en el Señor" ignacianos pero en versión selvática Amigos "en la Amazonía"
El hilo conductor de nuestra amistad es el compromiso con estas gentes, con los indígenas, el sueño de una Iglesia con rostro amazónico como Francisco quiere… todo eso da contenido y refuerza el cariño que atesoramos. Hemos hecho una opción por venir acá y permanecer, no estamos de paso, apostamos nuestra vida y nos reconocemos compañeros de aventura.
Uno de los mejores momentos de mi visita a la triple frontera, donde viví tres años, es el reencuentro con los misioneros, verdaderos amigos “en la Amazonía”, con quienes compartí mis primeros pasos por esta bendita tierra. No puedo pasar por Tabatinga o Leticia sin armar una quedada con ellos.
Verónica Rubí (en la foto de arriba, a la izquierda), misionera laica de corazón sucesivamente mozambiqueño y brasilero, nunca deja de ser argentina, como el Papa, y su acento te envuelve, “¿viste?”. Colecciona tantos sinsabores y decepciones en sus años en la misión, que ya tendría motivos más que sobrados para regresar con su mamá. Pero, lejos de mirar atrás, se ha mudado a Umariaçú, una comunidad netamente tikuna en el extrarradio de Tabatinga.Y me muestra con satisfacción su nueva casa, que le permite vivir en ese pueblo indígena como una vecina más: “Es lindo formar parte de ellos”.
Abre Verónica una botella de vino seco, porque la ocasión merece celebrar, aunque Marta (en la imagen, con polo verde y collar en la parte derecha) advierte que “hoy tomo poquito”. Marta Barral es laica y de Madrid, pero se la puede considerar una ciudadana del mundo, porque ha trabajado en la misión en Burundi, en Timor, en Chad y ahora en Atalaya, la capital del bajo Yavarí en su orilla brasileña. La experiencia acumulada y la capacidad de descalzarse y reinventarse no parecen tener límites para esta misionera de raza, que también ha pasado por todo tipo de avatares.
Conversamos y nos compartimos la vida, cómo es la vuelta del río que toca navegar a cada cual, las circunstancias, los matices del paisaje, los necesarios discernimientos. El tinto está delicioso y siempre ayuda a decir las verdades, pero en realidad no nos haría falta porque desde que nos encontramos en la mañana nos sentimos conectados, como si no hiciera muchos meses que no nos vemos.
El hilo conductor de nuestra amistad es el compromiso con estas gentes, con los indígenas, el sueño de una Iglesia con rostro amazónico como Francisco quiere… todo eso da contenido y refuerza el cariño que atesoramos. Hemos hecho una opción por venir acá y permanecer, no estamos de paso, apostamos nuestra vida y nos reconocemos compañeros de aventura. Esta especie de costillas gauchas están muy ricas también.
A las 2 pm debería estar en casa de los hermanos de La Salle, donde me gusta hospedarme cuando transito por la trifrontera, aunque ya voy tarde a pesar de que Vero me lleva en moto. El hermano Marco Salazar, arequipeño, es la única persona que ha conseguido descifrar el jeroglífico de la isla Santa Rosa, y por tanto mis respetos (ya lo conté en “Cuatro marías paradas” – 16 de noviembre de 2019). Nos alegramos sinceramente de volver a vernos, me ofrece mi cuarto con todas las atenciones de hotel misionero de 5 estrellas (baño propio y hasta WIFI hay) y nos apuramos porque tenemos reunión con la gente.
Vuelvo a gustar el discreto y bonito dinamismo de una comunidad cristiana que estaba hecha cenizas y que ahora incluso proyecta construir una nueva capilla para acoger sus geniales celebraciones y catequesis, en las que Marco pone en funcionamiento todas las capacidades de su carisma de educador, y hace maravillas. Ya tienen dos mil y tantos de colectas, ya han comprado shungos y están esperando que la ONG lasallista de Lima les apruebe una ayuda. “El 2022 sería mi último año acá, termino junto con el superior, pero voy a hablar con el siguiente para quedarme más”.
De vuelta a la ciudad, llega el clásico momento del helado nocturno, un sabroso ritual. Esta vez faltan Valerio y Mario, que están en un aula viva de la REPAM, pero ya nos veremos en la siguiente vuelta. Es una gozada estar con estos auténticos amigos “en la Amazonía”, misioneros pura sangre que creo que hasta me consideran uno como ellos… y no deja de sorprenderme. Un orgullo, de veras.
Falta Adolfo, el obispo de Tabatinga, que tiene un compromiso. Es otro de los amigos “en el Señor” ignacianos pero en versión selvática. He quedado al día siguiente con él, pero esa conversa fue tan luminosa que merece una entrada aparte, próximamente.