Despedida de Verónica Rubí, misionera laica argentina, del pueblo tikuna de Umariaçú (Brasil) Bienvenida Verónica
El Papa nos pidió a los misioneros en Puerto Maldonado “hacernos uno” con los pueblos indígenas, y tú lo has logrado con los tikuna. Has recorrido la “estrada santa” de la inserción plena y amorosa, de la opción por estar y compartir la vida, sin protagonismo, animando, pero rebosante de delicadeza.
En la dinámica de la vida comunitaria, la participación, la igualdad, la rotación en los servicios, la acogida, el peso de las mujeres… en todo intuyo tu mano, tus opciones innegociables, pero también la densidad de tu paciencia, tu carácter y a la vez tu respeto.
Estoy en Islandia, en uno de esos ratos de tranquilidad cuando va bajando el sol en la tarde. En la retina de mi alma permanecen los momentos vividos ayer, durante la Eucaristía de Umariaçú; cuánto me impactó el ambiente, la lengua tikuna, las palmas, los cantos… pero más aún verte emocionarte con tu gente al sentir cerca el momento de la despedida.
Tal vez necesites distanciarte un poco, como el escalador de su montaña, para que aprecies en su dimensión lo que juntos han conseguido este pueblo y tú. El Papa nos pidió a los misioneros en Puerto Maldonado “hacernos uno” con los pueblos indígenas, y tú lo has logrado. Has recorrido la “estrada santa” de la inserción plena y amorosa, de la opción por estar y compartir la vida, sin protagonismo, animando, pero rebosante de delicadeza.
Ya conocías ese pueblito indígena cuando decidiste irte a vivir allí, porque habías trabajado con ellos puntualmente; pienso que estabas un poco herida y que, tal vez sin ser del todo consciente, buscaste en Umariaçú remedio, sosiego, el torrente de vida que precisabas como medicina para tu corazón magullado. Y seguramente hallaste mucho más de lo que te figurabas. Fue más duro, pero también más luminoso. Querías aprender, y se te abrieron horizontes nuevos e inmensos.
En la dinámica de la vida comunitaria, la participación, la igualdad, la rotación en los servicios, la acogida, el peso de las mujeres… en todo intuyo tu mano, tus opciones innegociables, pero también la densidad de tu paciencia, tu carácter y a la vez tu respeto. Discurría la celebración y yo solo contemplaba en silencio, como tú tantas veces. El ritmo, la alegría, las manos, los niños que lanzan sus sandalias y corretean descalzos por la capilla, y todo eso es Dios frente a mí, con nosotros.
Esa belleza se me presentó y dio a gustar como condensada, bajo el cristal de tu inminente adiós. Porque te quedan apenas dos semanas de estar en esta aldea, te marchas y el siguiente escenario misionero para ti será nuestro Vicariato, Caballo Cocha, el Perú. Y yo soy un padre que pertenece allá, al lugar adonde te vas, y claro, tenía que decir algo.
Conforme se acercaba el final de la Eucaristía iba entendiendo que justo para eso estaba allí, para eso había venido. Por supuesto que para conocer cómo expresan la fe estos tikunas, para apreciar la originalidad y la fuerza de su liturgia… pero sobre todo para ofrecer una palabra de ¿explicación ¿consuelo? ¿disculpas? No; solo un agradecimiento.
Necesitaba que Marcio me tradujese a su lengua, pero me resultó muy fácil manifestar:
Gracias comunidad por haber preparado a Verónica.
Su corazón está más sereno y alegre que cuando llegó a Umariaçú, y ella es más sabia.
Ahora su misión continúa en el lado de Perú.
Ella ama a los tikuna y seguirá estando con ellos allí; los vendrá a visitar acá y ustedes siempre serán bienvenidos en Caballo Cocha.
Solo les pido un último servicio:
Que le den a Verónica permiso a para venir con nosotros,
que la bendigan
y que la envíen.
Hoy que esto sale publicado, tú estás en Argentina, de vacaciones, y pronto regresarás a la misión, ahora ya en nuestro Vicariato. Quiero decirte que estaba orgulloso aquel día y también lo estoy ahora, porque es un privilegio contar contigo. Ojalá, cuando pasen unos años, puedas decir lo mismo que decías de Umariaçú: “Es lindo formar parte de ellos”. ¡Bienvenida Vero!