Desaprender y acompañar
Una experiencia misionera en la Amazonía peruana
| César Caro
Los curas somos formados para la pastoral, es decir, para animar la iniciación en la fe, presidir los sacramentos, fomentar la acción caritativa y social, etc. ¿Pero qué pasa cuando uno llega de misionero a un lugar donde prácticamente no hay Iglesia? Pues que te das un batacazo, te levantas y comienzas a “formatear tu disco duro” como evangelizador.
Porque aunque el Vicariato Apostólico San José del Amazonas fue creado en 1945, en el río Yavarí solo comienza la presencia permanente de los misioneros en 2004, y del sacerdote en 2017… y ese soy yo. Formando equipo con una comunidad intercongregacional de religiosas brasileras, asumimos el reto de acompañar a 35 comunidades junto con la sede, Islandia, un pueblo construido sobre el río, las casas sostenidas por columnas de madera o concreto. Todo es peculiar en esta triple frontera Brasil-Colombia-Perú al noreste de nuestro país.
La lejanía, la débil presencia del Estado y la pobreza extrema configuran esta periferia geográfica y existencial, hermosa y cruel casi a partes iguales, azotada por el narcotráfico, la deforestación, la trata de personas, la violencia contra la mujer, la usurpación y el comercio ilegal de tierras, el abuso de menores, la degradación de la naturaleza… Y todo alimentado por una impunidad asombrosa y vergonzante.
¿Cómo situarse en este panorama? Hay que descalzarse, aceptar la intemperie personal y pastoral y acostumbrarse a la pequeñez y a la lentitud de la misión. No sé cómo se hace el primer anuncio o cómo empezar de cero. Trato de practicar la misericordia preferencial que aprendemos en el curso del Bartolo, con los más pobres en el centro de mi sentir, como interiorizamos y compartimos con Gustavo y con nuestros compañeros.
Una parte fundamental de nuestra tarea es salir a las comunidades. A pesar de que las distancias son enormes (la más alejada está a seis días de navegación río arriba), dedicamos tiempo y energías a acompañar a estos pueblos de forma sencilla, regresando y cultivando el afecto. Intentamos ayudar a crear comunidades cristianas pero no es fácil, y menos que tengan rostro amazónico, un sueño que nos moviliza. En muchos lugares no podemos hablar de nada “religioso” porque son de otros grupos o sectas (evangélicos, israelitas, crucistas…), pero nos reciben y conversamos en torno a temas como los derechos humanos, la educación de los hijos, el cuidado de la Casa Común o los derechos colectivos de los indígenas. Porque en nuestro distrito tenemos bastantes comunidades ticunas, y también alguna cocama y yagua.
Si podemos apoyamos a la gente en servicios básicos (botiquín comunal, construcción de baños…); el Papa en Puerto Maldonado dijo: “Todos los esfuerzos que hagamos por mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos”. Hay también gotas de evangelización explícita (Bautismo, catequesis, la Eucaristía alguna vez…). Pero la clave es la presencia. No tanto “hacer” sino “estar”, caminar con este pueblo, siendo uno de ellos, compartiendo la vida cotidiana, entrando de lleno en la “tormenta humana”, como bellamente expresan los números 268-271 de Evangelii Gaudium.
Aquel día hace poco más de un año, en el coliseo Madre de Dios, Francisco llamó al proceso de “moldear culturalmente las iglesias locales amazónicas”. Es también una evolución propia: dejarme moldear y reinventar como persona y como misionero. Complejo pero inspirador.
César L. Caro
(Se puede ver el original aquí)