Día único
Habíamos más o menos ensayado dos días antes, lo que cada uno tenía que leer, las ofrendas, los lugares, el orden... Pero todo acá es más simple y más improvisado, no hay tanto tiempo para pulir los detalles. Los niños van vestidos con el uniforme de la escuela porque bastantes no pueden permitirse terno o traje de Sissi emperatriz, hay padres y abuelos que no vienen a la misa; y ni siquiera es una fecha especial, la comunión se hace uno de los días de las fiestas patronales. Porque así fue durante años, cuando el sacerdote iba al pueblo una vez al año, con motivo de la patroncita Virgen del Rosario y ahí celebraba toditos los sacramentos.
Los textos los he adaptado de los últimos años en Santa Ana, de modo que Yuleisy en vez de leer: "Gracias por el cole, la casa, la bici y el bocata" dijo: "Gracias por la escuela, la casa, el fútbol, el voley y los caimitos". No hay colaboración económica de los papás para enviarla a Mendoza, porque ahora vivo y trabajo en Mendoza, aunque en la homilía también les hablé del Atlético de Madrid; subieron los niños conmigo al altar, pero a los papás les aconsejé dedicar tiempo a sus hijos, a conversar con ellos, a jugar con ellos, a pasear... Acá la realidad de familias rotas y de padres alejados física y emocionalmente es mucho peor.
Era todo muy distinto, con otro sabor, pero percibí esa mezcla de ilusión, ternura, satisfacción y alegría propias de ese momento, familiares en mi registro de pastor y favoritas en el patrimonio de experiencias de mi corazón. Y me sentí muy "yo mismo", muy cerca de todo lo que amo, que está allá y ahora también acá. Así nos hicimos la foto de grupo y mil fotos más al terminar la procesión, como en un photocall, sonrientes delante de la piedra del altar y con el alcalde machacándonos la oreja en un discurso interminable.
No se arman grandes celebraciones en las casas, la gente no gasta porque no tiene, no quiere endeudarse o ambas cosas. Se invita a comer a la familia y a los amigos más íntimos. No hay restaurante, ni catering, ni castillo hinchable, ni casi regalos. En la cocina de Milena íbamos almorzando por turnos porque no se cabía: cuando terminan unos, se sientan los siguientes. Sopa y de segundo tacacho con cecina y gallina, humilde comida de fiesta; pero con un vino rosado espumoso italiano que le habían regalado a Nancy y estaba de la patada.
Como en mis otros pueblos, ya no tenía ninguna tarea más. Así que la tarde se ralentizó, ya no miré más el reloj y tranquilo gocé de la compañía, de la conversación y la acogida insuperable de esta gente. Llovió, empezó el desfile, subimos a un segundo piso para ver el panorama, tomamos cerveza y luego café, se fue la luz, seguimos charlando, volvió la luz, repetimos (hicimos yapa) dulce de frejol... hasta que llegó la hora de regresar a casa.
A los niños les dije que era un día único y que lo disfrutaran. Y lo fue también para mí: sin duda uno de los días más hermosos de mi vida, no lo olvidaré jamás. Los caimitos son frutos que se dan en Omia, dulces y divertidos, se te quedan pegados los labios. Pero la última frase quedó igual: "Gracias por todas las cosas bonitas de la vida y por estar siempre a nuestro lado".
César L. Caro